Eterno Retorno

Saturday, September 02, 2017

Piensa en las calles y avenidas que conforman la cartografía de tu existencia, aquellas vialidades donde por años has ido y venido llevando un arsenal de pensamientos. Piensa en las calles que has recorrido una sola vez en la vida y en aquellas que no vas a recorrer nunca y piensa en la que recorriste anoche y volverás a recorrer esta mañana y que algún día recorrerás - sin saberlo- por última vez. La calle en donde acaso te despedirás del mundo o creerás saltar a una realidad aparte. Pongo a mis recuerdos a pasearse por las diferentes casas y ciudades donde he vivido y concluyo que la gran vialidad que más veces he recorrido en mi existencia es la Carretera Escénica Tijuana-Ensenada. La conocí el 16 de octubre de 1998 y desde entonces debo haber circulado por ahí (puro y vil cálculo ranchero) más de cinco mil o seis mil veces, al menos en el tramo que va de Tijuana a Rosarito Dicen que la inauguró López Mateos y que en su primer recorrido lo acompañó María Félix. Dicen también que es un desafío geológico, que en algunos tramos se transforma en un clásico de la ingeniería suicida y que irremediablemente acabará algún día sumergida en el mar (como acaso acabe toda nuestra península). En algunos tramos de sus 98 kilómetros la Escénica te arroja postales alucinantes capaces de seducir al viajero más correteado. Tal vez la más estereotípica sean los acantilados de Salsipuedes, pero de los tramos que conforman mi vida diaria, sin duda el que más disfruto es el previo a la curva del Baja Center, cuando vas de Rosarito a Tijuana y la línea del horizonte con las Islas Coronado te queda de frente, como si avanzaras en línea recta hacia el Pacífico. Si al atardecer le da por engalanarse con su traje de destellos rojizos como hizo ayer, acabarás creyéndote un prófugo de las Sergas de Esplandián y tu mente consumará, una vez más, su irrenunciable destino de náufraga embarcación.

Monday, August 28, 2017

Un panzón apazguatado que vende El Sol en la parada de Ruta 4; una inmersión en albergue Las Memorias donde hay un autorretrato de una mujer carcomida por el vih (mórbidas venas saltan de su cuello y sus ojos abismales miran al vacío). Exploraciones al borde de calles prostibularias (hay una Zona Norte aferrada a reconstruirse en mi subconsciente) y hay (no podría no haberlo) historias de viajes errabundos y pobreza machacona. ¿Dónde yace el archivo muerto de los sueños olvidados? ¿De qué tamaño es el mar donde moran las pesadillas que se fueron sin dejar vestigio? Vestigio de un horror pasajero, la sombra cuya huella no es el recuerdo sino la intuición de su paso. En la fase profunda del sueño miramos a los ojos de los demonios pero el recuerdo de su mirada se esconde. Conjurar la era del derrumbe modorro, de la tarde sucumbiendo en el páramo estéril de una cabeza embotada. La coronación de Bartleby a las tres de la tarde sobre el altar de los platos eternamente sucios, la ceremonial cacería de la siempre oportuna mosca, lavar pensando en goleadores errabundos y entrenadores filosofales. Apoteosis de una era mentirosa por la que ya me invade la nostalgia anticipada Mirar a los ojos del vacío, sentir por un segundo la inmensidad del caos cósmico y embriagarse de la propia insignificancia. Saber que este instante es desde ahora polvo de olvido, ceniza en el agua, arena, solo arena sin huella ni marca. Es el viento que soplará cuando ya no estemos, la lluvia cayendo sobre una tierra vacía de nosotros.