Eterno Retorno

Sunday, August 06, 2017

Cuando el amanecer es de manto oscuro, cuando la luz duerme bajo cobijas empapadas, cuando el cielo es más negro que la oscuridad, pero la lluvia sólo pude regalarte un tamborileo disarmónico. Cuando el sinsentido corre y corroe por tus venas. ¿Existe el dios del domingo en la mañana? ¿Se ofenderán los fundamentalistas si lo transformo en caricatura? ¿Es la deidad de esta liturgia quien me roba los granos del café? ¿Será verdad que cada grano es una profecía? ¿Que cada grano es un pincel? Las mañanas caen y el tiempo corre, como humilde peregrino a su (¿?) marchitar. Las mañanas deshojadas, arrojadas al vacío como pétalos marchitos; las mañanas son la cera (¡mega warning ortográfico!) derretida de una vela que se extingue, las desparramadas migajas que han de indicarme la ruta hacia cierto corral límbico con cara de cadalso. Las mañanas…

Si alguien le hubiera hablado de abrir las puertas de la percepción escuchando de repente un Ave María en medio del desierto, Balbina lo habría imaginado como una sublime experiencia mística, pero aquello no suena como un coro angélico retumbando en el firmamento, sino como una vieja radio distorsionada. “Son las 12:00 del mediodía. Es la hora del Ángelus…” La sensación tiene la consistencia de un deja vú o una alucinación de fiebre. Aunque bajito y distorsionado, el Ave María se escucha claro y además ha sido puntual, pues si de algo no tiene dudas Balbina, es que el sol castigador yace en la parte más alta de ese desnudo cielo norteño. De cualquier manera, aún la existencia de esa sintonía radial carece de explicación alguna en aquella desolación.