Eterno Retorno

Tuesday, April 04, 2017

De sangre, de sol y de Sergio Por Daniel Salinas Basave (InfoBaja)

La vida no va a esperarnos. La frase se ha instalado en la zona profunda de mi cabeza. Las palabras muerden e irrumpen en momentos improbables. Hay un reloj cuya arena parece caer con prisa, pero acaso la poderosa anestesia de nuestra vida consista en creerla eterna. Desde hace algunos días le daba vueltas a la idea de escribirle un mensaje al escritor Sergio González Rodríguez para platicarle sobre mi viaje a Ciudad Juárez, marcado por la relectura de su crudísimo Huesos en el desierto, el ensayo que desnudó el horror del feminicidio en la frontera. Hace un mes recibí un correo suyo y después le envié unos libros a su casa en la colonia del Valle. Me habría gustado poder volver a platicar con él, pero el pasado lunes amanecí con la noticia de su muerte repentina. No hubo avisos ni señales del infarto que lo sorprendió en la madrugada, en la inspiradora e infausta hora del lobo, esos minutos previos a la primera luz cuando suele brotar la más alucinada inspiración y donde a menudo a la muerte le da por visitarnos. Anoche releí De sangre y de sol, un ensayo con esencia de cuchillo de obsidiana capaz de cortar profundo. No es su libro más conocido, pero a mí es el que más me ha marcado. Sergio González Rodríguez indaga en símbolos y rituales ancestrales que enmascarados se manifiestan en nuestra tecnocrática era, la urdimbre de ceremonias sacrificiales y oscuros cultos que brotan a la maquinal superficie de nuestros días. Por sus páginas vagan Antonin Artaud, Malcolm Lowry, Aleister Crowley o el misterioso Arnold Krumm. Nadie como Sergio González Rodríguez dimensionó la densidad de las raíces de la violencia criminal que carcome al país como un cáncer. Más allá del escándalo y el horror de la nota roja, Sergio trató de bucear profundo en la psique de la criminalidad. Su pesquisa tiene que ver con la simbología del mensaje criminal, como expone con crudeza en su ensayo El hombre sin cabeza. El acto de decapitar va más allá de segar una vida. Es una metáfora de poder y sadismo, una pulsión monstruosa. Sin embargo, aunque González Rodríguez se ha inmortalizado como el ensayista de la ultraviolencia, yo me quedo con el Sergio lector que generosamente nos compartió una y otra vez sus lecturas. Un lector tan profundo como abierto cuya vista periférica iba mucho más allá de los altarcitos de la élite literaria y que siempre tuvo el tiempo, la paciencia y el radar bien afinado para encontrar bajo las piedras a nuevos autores. Su lista navideña con los mejores libros del año publicada en Reforma se volvió un clásico, tan esperado como temido. Por lo que a mí respecta, nunca olvidaré que Sergio González Rodríguez fue la primera persona en el mundo que reseñó mi novela Vientos de Santa Ana cuando no tenía ni siquiera una semana de haber salido a la venta. Creo que nunca acabé de darle las gracias por su generosidad. Por ahora me queda la irreprimible compulsión de releerlo y la certidumbre de que la vida no piensa esperar.

Monday, April 03, 2017

Algunos años antes de que Roberto Bolaño lo pusiera a rolar por los arrabales de Santa Teresa en 2666, encontré a Sergio González Rodríguez en las páginas de Negra espalda del tiempo de Javier Marías. Cuando el madrileño intenta resolver el misterio del infortunado escritor británico Wilfrid Ewart (muerto por una bala perdida que le vació el ojo en los primeros minutos de 1923 en el balcón del hotel Isabel en la Ciudad de México) recibe una carta del ensayista Sergio González Rodríguez, quien le aclara algunos enigmas en torno al suceso. Ahora que lo pienso, son muchísimos los libros y compilaciones de crónica y entrevistas donde aparece el gran Sergio. Antologías que van desde Enviados especiales y Viento rojo hasta el improbable (e inhallable) La pluma y el lapicero, en donde relata sus incursiones a la calle San Simón 62 en la colonia Portales donde por años afinaron con el Monsi los detalles del suplemento La cultura en México. Ahí narra también sus tardes en la redacción de La Jornada con un otoñal Fernando Benítez y el nacimiento de El ángel de Reforma a donde fue invitado por Juan Villoro. La última que leí fue la entrevista que le hizo Mónica Maristain. Ha caído la noche y la verdad es que aún no me acabo de creer la noticia de la muerte de Sergio. De verdad ha sido un cuchillazo, el trago más amargo de un año al que le sobra hiel y puntas afiladas. Hace menos de seis meses estuvo en Tijuana para el Felino y hace menos de un mes intercambiamos un par de correos y le envié unos libros. Pensaba escribirle para platicarle de mis correrías en Juárez pero hoy me queda claro que la vida no va a esperar. Podemos morir esta noche o estirar la vereda unos amaneceres más. Después de ver esta mañana la imagen que compartió Jorge Ortega, recordé estas fotos no publicadas yacientes en mi celular. Tal vez no sea mala idea compartirlas. Por ahora es tiempo de releer De sangre y sol.

Hoy es un lunes de sangre y sol, o acaso deba decir de nubes cuaresmales y un repentino luto que muerde duro. Sergio González Rodríguez se ha ido y a mí me cuesta horrores creerlo. Demasiados símbolos e intuiciones para tomar a la ligera esta partida. “Demarcar el mundo implica este recordatorio de la zona de zonas que exorciza la iniquidad del tiempo y del destino, las exasperaciones de la muerte, el caos, la catástrofe y sus mandatos: la propia creación en su profundidad –que incluye lo adversativo- el atisbo al relumbre dual que cintilla más allá de la última puerta hacia la noche”, escribió Sergio. Acaso por furtivos párrafos como ése es que vuelvo a abrevar una y otra vez en su prosa. Tuve la fortuna de conocerlo y sólo puedo decir que fue demasiado generoso conmigo. Durante mi pasado viaje a Juárez su recuerdo fue omnipresente, pues me sumergí en la relectura de Huesos en el desierto. “Entre los escritos, la lectura y la imaginación pulsa la vida sutil de las ideas que llega a urdir una geografía espiritual, cuyos bordes penetran y trascienden a veces la realidad, los países, su historia y su cultura”. En esa geografía navegas Sergio. El embrujo de la relectura se consumará una y otra vez con tus libros. Gracias Sergio. Gracias por todo.

Sunday, April 02, 2017

Olvidé mi olvido. Queda tan solo la imagen del Toyota dando tumbos en una angosta vereda lateral de la Carretera Escénica, tres o cuatro bandazos antes de perder por completo el control y sentir la volcadura al acantilado. Mis manos se sujetaron al borde del precipicio y el Toyota quedó colgando de la planta de mi pie. Hubo más, mucho más pero por ahora me conformo con recordar (o suponer el recuerdo) de un Pacífico en plan rejego aguardando nuestra caída. Río Verde, búsqueda, aparador de lechería sobre la carretera en la bifurcación de Fleteros y San Jerónimo. Cuarto con ventana a la barda roja coronada de vidrios en donde habita Mariana. Descripción de moreno que deriva en blanco. Close up de unas blancas nalgas: folladas, spankeadas, deliciosamente profanadas. Pueblo redneck de la costa este, cuarto semi y casi nada techado pero separado por una cerca del patio con mil ramajes secos, muñecas rotas sobre la alfombra raída, tenderete en marcha, búsqueda de trabajo en inglés y español, librería chatarresca presumiendo su epistolario sesentero con un autor chatarresco.