Eterno Retorno

Wednesday, November 29, 2017

Los desgarros escriturales en torno a la figura paterna podrían ser un género literario en sí mismo. Los entreveros no resueltos con el padre tiránico, promiscuo, alcohólico, frío, ausente o muerto han dado lugar a cientos de miles de páginas de vena cortada. Todos hemos leído más de una. Ya el gran Federico Campbell ha horadado profundo en esta obsesión en su genial Padre y memoria. La galería es descomunal. Ahí están para muestra la kafkiana carta a papá y nuestro seminal Pedrito Páramo por no hablar del fundacional Hamlet como los clásicos de clásicos, pero tenemos también La invención de la soledad del buen Paulino Auster, Mi oído en su corazón de Kureishi, La muerte del padre de Knausgard o La clave Morse del mismo Fede. Si algo nos sobra en el mundo son escritores embroncados con el progenitor. Lo verdaderamente atípico, es encontrar una narración donde papá sea el héroe y se hable de una infancia feliz, plena y poblada de buenos recuerdos gracias a la presencia de un padre cariñoso, comprensivo, empático que siempre estuvo ahí para tender una mano. Por eso me supo a ráfaga de aire fresco leer El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince. Si alguien me pregunta en qué modelo de educación creo o qué estilo de paternidad aspiro a ejercer, les diría que por favor lean el libro de Héctor. Yo intento ser como fue su papá. Hoy que en las redes sociales me topo con tantas basuras nostálgicas de la mano dura y el método educativo basado en el terror, pienso en que tener un padre como el de Abad puede encausar una vida plena. Nadie puede garantizar la absoluta felicidad de un hijo o su triunfo en la vida (si es que alguien cree en tal utopía) pero sí creo que de los padres depende crear las condiciones para tener una infancia libre de miedos, violencia, autoritarismos estúpidos e inseguridades. Un gran libro el de Abad Faciolince. Por las circunstancias del país y la época en que les toca vivir, el desenlace de la historia es trágico, pero al menos no triunfan los rencores y los traumas familiares. Aterrador leer la descripción del Medellín de mediados de los ochenta, sobre todo porque me parece que están hablando de la Tijuana actual. Y claro, lo más duro es reparar en la fuerza del olvido, imposible de conjurar pese a todo el amor del mundo.