Eterno Retorno

Sunday, May 07, 2017

Hace siglo y medio, allá por 1860, viajar por los caminos de México era particularmente peligroso. La histórica ruta México-Puebla-Veracruz estaba infestada de bandoleros que no solían tocarse el corazón a la hora de asaltar los carruajes y matar o secuestrar a sus ocupantes. Hacer el viaje sin escolta era un suicidio, pues los salteadores estaban fuertemente armados. La mayoría de estas gavillas eran integradas por ex militares en el desempleo, caudillos recién derrotados o coroneles degradados en los mil y un cuartelazos y asonadas que estallaban en nuestro caótico Siglo XIX cuando cambiábamos presidentes como calcetines. Fueran liberales, conservadores, federalistas o centralistas, los gobiernos mexicanos eran pobres, endebles e institucionalmente débiles y la delincuencia podía hacer de las suyas a placer. Novelas como El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano y Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno dan cuenta de ello. Hoy, la ruta México-Puebla-Veracruz es un lugar tan sangriento y peligroso como en aquella época. Los grupos criminales que asolan nuestros caminos son integrados por ex policías o ex soldados (o por policías y soldados en activo) y nuestros gobiernos estatales lucen tan laxos y endebles como aquellas caricaturas decimonónicas. Acaso la probabilidad de ser asesinado sea tan o más alta que en aquella época. En un país donde se cometen un promedio de 72 homicidios diarios se puede concluir que la vida vale muy poco o en realidad (diría José Alfredo) no vale nada. Matar es barato, sencillo, normal e intrascendente. La vida ya ni siquiera tiene peso en el termómetro del impacto noticioso y la indignación. Lo que se repite hasta la saciedad pierde importancia y se vuelve ritual de lo habitual. Hubo un momento, hace pocos años, en que Bucareli conocía pelos y señales el crimen organizado en México. Tenían identificados capos, cárteles, bandas y las más de las veces había acuerdos y pactos. Hoy creo que están inocultablemente rebasados. Ni hablar de los gobiernos estatales y municipales, omisos, cómplices o muertos de miedo. Mi impresión es que ya ni siquiera se tiene clara la cartografía y la pirámide criminal en México. Esto es el canijo caos, el río revuelto del horror, una licuadora macabra. Se le sigue llamado narcotráfico, pero hay mil bandas que ni siquiera viven la droga. La legalización, que tanto he defendido, ya no serviría para nada. Los negocios al margen de la ley son muchísimos y muy variados, pero la única constante es que hasta un ratero de poca monta está fuertemente armado y no duda a la hora de matarte. Ojalá todo fuera tan sencillo como para reducirlo a una guerra contra el narcotráfico. Esto va mucho más allá y no le veo fondo. Tiene que pasar algo muy cabrón, un verdadero sismo para revertir esta esta descomposición y ya no tenemos a Sergio González Rodríguez para que nos descifre la raíz ontológica y la mórbida psique de este matadero. Yo no tengo respuestas; solamente dudas. ¿Alguien ve un poquito de luz al final del túnel?