Eterno Retorno

Wednesday, January 25, 2017

La llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009 despedazó un paradigma racial que se creía insuperable y el mundo entero lo celebró. Pues bien, yo aún estoy a la espera de otro gran vuelco a la historia estadounidense que para mí tendrá más peso que la llegada de un presidente negro. ¿Saben cuándo cambiará realmente la historia estadounidense? El bendito día en que un presidente se declare ateo y se niegue a jurar sobre la biblia y en lugar de ello jure sobre la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. ¿Será eso posible? Me he resignado a que no viviré para verlo. Sólo John Quincy Adams en 1825 y Franklin Pierce en 1853 no juraron sobre el libro. Confieso que la imagen de Trump jurando sobre las “sagradas” escrituras y teniendo como primer acto oficial acudir a un servicio religioso me produce un asco sin igual. Para mí es un abominable vestigio teocrático pero la verdad no debería sorprenderme. Después de todo, los padres fundadores de esa nación fueron los puritanos que ahorcaron a las “brujas” de Salem y su intolerante visión del mundo y de la vida sigue permeando hasta en mínimos detalles de la cotidianeidad. El dólar en tu mano espeta impúdico su “in god we trust” y el juramento bíblico de un juez que condena a un hombre a morir por inyección letal tiene carácter legal. Estoy seguro que ni un solo ateo, agnóstico o librepensador votó por Donald Trump. En cambio varios millones de merolicos bíblicos y basura creacionista lo respaldan a muerte. Aparte de las agresiones a México, lo que me parece más aberrante de la peste trumpista es la derrota de las libertades individuales, el revés al libre pensamiento y los valores de la Ilustración a manos de una turba enferma e ignorante que perora el antiguo testamento como una verdad absoluta e incuestionable. Yo en este tema - lo reconozco- nada sé de moderación ni medias tintas. Para mí toda religión es perjudicial, pero siento ganas de vomitar al darme cuenta que quienes controlan la educación en el patio vecino se oponen a cualquier noción de laicismo, exaltando que haya millones de imbéciles enseñando a sus hijos que Adán y Eva son reales, que la evolución darwiniana es una herejía y que el mundo es controlado a voluntad por el colérico dios que mata primogénitos y ahoga egipcios en el mar. Entre las mil y un fotos de la coronación trumpista, hubo una que me pareció particularmente perturbadora: un adolescente de unos doce años llevaba una sudadera en donde se leía en enormes letras GOD-GUNS. Ver eso fue como una espantosa revelación. En esa doble G se explica el infierno de nuestra era mientras Trump escupía petulante “vamos a estar protegidos por dios”. Dentro de su perorata ególatra e infestada de falsedades, la palabra “dios” irrumpía una y otra vez. Para el fundamentalista protestante la biblia y las balas siempre deben estar juntas. En “the nation under god” no hay separación entre el templo y el arsenal. Con su complejo de pueblo elegido, los loros bíblicos necesitan sus ametralladoras tanto como sus escrituras. Al final de cuentas no son muy distintos de los fanáticos de estado islámico. La mala noticia es que viven a un lado de nuestra casa.