Eterno Retorno

Saturday, October 01, 2016

De todo lo estudiado en la escuela primaria, nada la apasionó tanto como la historia del túnel del Obispado. Bajo el suelo del antiguo Monterrey se tejían laberintos subterráneos en donde transcurría otra vida. Su maestro narró que del Obispado a la Catedral había un pasadizo subterráneo tan ancho, que era posible recorrerlo en un carruaje. Las personas caminaban por el primer cuadro del viejo villorrio virreinal sin saber que bajo sus pies yacía una red carretera propia de hombres- topo en donde lo mismo acaecían furtivos amoríos de monjas y contrabandos de mercancías diversas.

El acto final de su existencia es salir a tomar el fresco del alba en el balcón de su suite en el piso 21 de la torre Tauro Península. A las 5:14 de la mañana la oscuridad y la neblina cubren al Pacífico. Imposible distinguir las Coronado. Desde hace un par de semanas Serbio Brabante construye en su mente el spot que grabará: “Desde estas islas, donde comienza la patria, empezaremos a pelear por su liberación”. Imaginó un día luminoso, de mar y cielo azulísimos, pleno de pelícanos y gaviotas. La imagen se grabará desde la parte más alta de las islas y a cuadro aparecerán él y Cafre Recio, abanderado de la nueva revolución.

Tuesday, September 27, 2016

Fue la suya una infancia de tierra, pozos y lodazales en donde las manos negras fueron ley y no costumbre. Poco quiso saber Lluvia de muñecas, tele o videojuegos, pues ninguna Barbie ni princesa Dinsney pudo regalarle nunca algo parecido a la emoción de cavar un hoyo con su palita. A los seis años ya le llamaban Lluvia, la niña de la tierra y le fueron colgando apodos como la Terregosa o la Lodazala. Tampoco es que hubiera demasiadas opciones pare divertirse en los rumbos de San Bernabé y la Granja Sanitaria, pero por ruda que fuera la miseria en aquellos años noventa de su niñez, siempre había en los hogares del barrio una tele de segunda y una estirpe de puercas muñecas sin brazos A Lluvia le daba lo mismo. Del magro juguetero de sus hermanitos integrado por carritos sin llantas y monos percudidos de Star Wars, sólo le interesaba aquello susceptible de hundirse en sus túneles. Por años su único juguete insustituible fue la palita de jardinera con la que desafiaba yermos terrones en tiempo de sequía o moldeaba esculturales pasteles de lodo tras las lluvias de primavera