Eterno Retorno

Thursday, December 15, 2016

Quemadero inquisitorial. El monje coco pelado ladea la cabeza y babea. Parece un hare krishna con lesión cerebral. En el onírico tribunal da lo mismo. Igual es apóstata y hereje. Arderá. La doncella con cara de muchachito es su más ferviente acusadora. Quémenlo (¿Es Juana de Arco acaso? ¿Ha vuelto ella misma de las llamas?) Alguien sugiere que el del condenado es el cerebro de un niño con retraso y no se puede condenar. La doncella histérica exige fuego. Las hogueras ya están encendidas. Arde. Un día cualquiera recordarás la mañana aquella de mayo en que Vera P salió de la prisión mientras tú pepenabas en Gandhi una improbable antología de narradores rusos prologada por Juan Villoro y un libro de viajes escrito por Claudio Magris que has leído mil veces sin leerlo y donde escribe (como has escrito tú y un millón de mochileros) que la literatura es viaje, que leer y caminar son la misma cosa. Recordarás que mientras optabas por el Hemingway de Padura y Si viviéramos en un lugar normal te enteraste de la muerte de la madre de tu colega Roxana, apenas unos minutos después de hablar con el guardia tapatío de la librería sobre el helicóptero militar derrumbado en Jalisco y la nueva generación (de narcos, de muertos e indiferentes de toda calaña) y después regresarías a casa y beberías, whisky, mezcal y cerveza, y pensarías que ya ni por puta casualidad o error de cálculo liberas párrafos en estepas blancas y deseaste llamar a tu madre y compartir este exabrupto con alguien y liberar una frase que fuera más allá del machacadísimo aleatoriedades, naufragios, aleatoriedades, yaciente, y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. No podría no hablar a estas alturas de la negra pantera. Algún día escribí un cuento protodaxdaliano cuyos personajes eran un tal Darío que pisaba a fondo el acelerador sobre una avenida cuyo aspecto era el de una “infinita lengua de serpiente” (¿cómo carajos son exactamente esas vialidades?) y una criatura nombrada Cuerpo Ébano. Había látigos, jaulas, infiernos varios de alquiler, hienas vestidas de orgía. Hoy las pesadillas góticas brillaron por su ausencia y por herencia quedó una dosis de cachonda ternura en Cuerpo Ébano, aunque aquello iba muy en serio, directo y sin escalas a una erupción delatora. Noche en plan cheneque insomne y cafetalero. Cheneque rudo y pendenciero, buscador de punta y entrevero. Noches Hearts of Cold Sister Sin, noche de puño pelado, de salir a manejar de madrugada por el puro placer de romperme la madre con un carro a control remoto con todo y su par de polizontes (¿Bioy Alfa se ha integrado al periplo cafre?) Al aeropuerto de madrugada, mi última noche en Monterrey, mi berrinche en Carpe Diem, mi última serenata, el corajote de mi vida. Adiós, adiós, adiós. Hoy reviví la despedida.