Eterno Retorno

Tuesday, August 02, 2016

Larvas ennegrecidas de tinta, ratones con el vientre hinchado de papel, tropas de polillas capaces de confundirse con las letras, pececillos de plata con largas antenas creando surcos entre los párrafos, verdes erupciones entre un amasijo de humedad. El festín de los bibliófagos es eterno. Nuestro objeto de adoración y deseo es también comida para miles, materia dispuesta como hogar para microorganismos. Un ecosistema entero yaciente entre papeles monserga infestados por el hongo y la humedad. Los devoradores de libros consumen nuestras bibliotecas e inspiran a nuestros detractores. Cuando de caricaturizar al lector se trata ahí está siempre el bibliófago listo para servir de modelo. Quizá la imagen que mejor ilustra el concepto sea la caricatura Una larva de los libros del francés J.J. Grandville. Un descomunal gusano formado por papeles impresos de donde emerge una cabeza humana con una caótica y rala cabellera, una gran nariz y los infaltables anteojos, símbolo de la estirpe bibliófila. La cabeza de la larva yace posada sobre un libro abierto. Su único destino posible e irrenunciable es leer. La caricatura de Granville que ilustra la portada del ensayo El viajero, la torre y la larva. El lector como metáfora de Alberto Manguel es quizá una de las más grotescas representaciones del lector enfermo, pero no es la única. De hecho, al adentrarme en la obra de Manguel reparo en cuántos caricaturistas han sido inspirados por los lectores adictos. Los necios de los libros parecen ser un subgénero de dibujo satírico, pues los hay por decenas. El concepto que hermana a estas caricaturas, es el de seres que pese a estar aferrados a los libros, no sacan ningún provecho de ellos. Son representados como carroñeros adictos a tragar papel a quienes las letras no hacen más inteligentes sino más tontos y pretenciosos. El concepto y la burla, por lo que se puede ver, son antiquísimos. De acuerdo con Manguel, ya en el Siglo VI Boecio incluyó al necio de los libros en sus Consolaciones de la filosofía. No puedo negar la cruz de mi parroquia: pertenezco a la estirpe de los lectores de papeles apolillados, estorbosos, consumidos por el hongo y la humedad. Sectarios pestilentes somos, caducos animales en extinción aturdidos por el canto de la modernidad Mis pesados y estorbosos libros de papel ¿Cuánto he invertido en ellos? ¿A dónde irán cuando yo haya muerto? En el paraíso de los e books, una biblioteca como la mía será tan solo un montón de escombros. ¿Donarla? Prenderle fuego es la alternativa. Arden los libros de caballería que llevaron a la perdición a Don Alonso Quijano. Mi biblioteca-vicio, biblioteca-lastre, ardiendo en una pira cuando yo esté muerto. No, aún no escribo mi testamento para decir a quién heredaré mi biblioteca. ¿Habrá alguien que la quiera? Hoy el Aleph y la Biblioteca de Alejandría caben en un iPad. ¿Quién querrá estos abruptos bosques de papeles tatuados de nostalgia e inutilidad?