Eterno Retorno

Thursday, April 16, 2015

Conjurar la era del derrumbe modorro, de la tarde sucumbiendo en el páramo estéril de una cabeza embotada. La coronación de Bartleby a las tres de la tarde sobre el altar de los platos eternamente sucios, la ceremonial cacería de la siempre oportuna mosca, lavar pensando en goleadores errabundos y entrenadores filosofales. Apoteosis de una era mentirosa por la que ya me invade la nostalgia anticipada Mirar a los ojos del vacío, sentir por un segundo la inmensidad del caos cósmico y embriagarse de la propia insignificancia. Saber que este instante es desde ahora polvo de olvido, ceniza en el agua, arena, solo arena sin huella ni marca. Es el viento que soplará cuando ya no estemos, la lluvia cayendo sobre una tierra vacía de nosotros. De Lombardía solo quedan los párrafos postergados, la intuición de una plaza que bien pudo ser Milán, de algún estandarte rojinegro y no mucho más. De anoche quedan vestigios de la omnipresente sensación de retorno a Ítaca, de conciencia contra-reloj rumbo al aeropuerto, de alguna ráfaga de lluvia sobre Monterrey ¿Hubo alguna incursión a Río San Juan? Seguramente, aunque hoy los despertares vienen con borrador incluido.

Wednesday, April 15, 2015

Cuando la neblina es ama y señora de los atardeceres, los doce pisos de ladrillo desnudo son un espectro diluido en el gris de noviembre, una sombra difusa, apenas una intuición. Hay tardes en que la niebla lo devora todo. Ante los ojos no hay mar ni horizonte, mucho menos islas. De las olas más furiosas solo queda el retumbar perdido entre el color de los fantasmas. El resto es brisa helada, el abrazo de un Pacífico inodoro, el vacío. Solo el vacío. Ante la niebla el edificio es sustancia de sueños, una visión que de un momento a otro puede vaporizarse como los miles de dólares de los ilusos que depositaron sus pretensiones de grandeza en esos ladrillos. La tarde oscura al menos concede un espacio a la fabulación, pero el mediodía soleado espeta la ruina con desparpajo. Frente al mar solo hay doce pisos de block y varilla pelada, un esqueleto de piedra carcomida, puro herrumbre salitroso para atrapar los mejores atardeceres de toda la Baja, los crepúsculos del millón de dólares prometidos por Neptuno. Hubo un tiempo en que todo fluía: las ideas, el dinero, el esperma. Fueron los años en que las carteras perdieron el pudor y el éxito floreció por generación espontánea. A Walterio la vida le sonreía y ni siquiera tuvo que apurarse a obtener su título como licenciado en administración de empresas cuando empezó a firmar sus primeros contratos gordos, los primeros fajos rechonchos que llegaron a su cuenta sin el apoyo de papá, el zar del boom inmobiliario. Los negocios se cerraban solos y las erecciones llegaban naturalitas, sin viagras de por medio. Hasta la caspa del diablo parecía un talco suavecito en las fosas nasales y los tragos de whisky no llegaban con gastritis incluida. Sus tarjetas de bancos estadounidenses con cifras de cinco ceros le servían para cortar y marcar las rayas sobre un espejito que emergía de un pequeño estuche de cuero al iniciar la noche.

Tuesday, April 14, 2015

Fue Alanah quien una noche de insomnio se encontró de repente con la fotografía de ese rostro casi idéntico al suyo. Por un momento llegó a creer que alguien había le robado una foto de su álbum. El reflejo iba mucho más allá del idéntico mechón púrpura cayendo sobre su cara. En esos ojos cafés y en esa boca yacía su propio reflejo. Tal vez no era una calca exacta, pero sí un dibujo elaborado con el mismo patrón. Ante tan evidente sospecha de clonación, el hecho de compartir el apellido Ramírez dejó de parecerle una casualidad. Alanah y Juliana Ramírez, una de San Diego, la otra de Tijuana, nacidas con cinco días de diferencia. Alanah no pudo resistir el impulso de contactarla esa misma madrugada, pero su doble mexicana tardó cuatro días en responder, pues sin computadora propia no podía darse el lujo de navegar todos los días. Cuando vio el mensaje en su bandeja pensó que aquello era un juego de usurpación de identidades, pero cuando una a otra empezaron a hacerse preguntas la verdad oculta fue emergiendo como en las telenovelas mexicanas. No podía ser casualidad que en las vidas de ambas hubiera existido un Egidio Ramírez, natural de Nayarit, que un día de 1994 despareció para siempre del entorno de Juliana y dos años después moriría en accidente de trabajo, indocumentado y sin nombre, sin familiar alguno que lo reclamara pues la hosca Celeste nada quiso saber de gastos funerarios.

Monday, April 13, 2015

Nunca he leído a Galeano con el ánimo de quien lee a un ensayista o a un historiador. Al uruguayo lo leo -ante todo- como un poeta y en esa dimensión ha sido por años uno de mis placeres irrenunciables. Galeano es un extraño vicio en mi vida, la prueba de que en literatura a menudo me puede más la forma que el fondo. Me siento muy alejado de la cosmovisión y el cliché de su prototípico adorador, sin embargo su orfebrería prosística es hedonismo puro. Galeano es un arroyo culpable del que cada cierto tiempo vuelvo a abrevar. Prescindo del icónico Venas abiertas -a mi juicio propagandístico y trasnochado- pero suelo tener en el buró la trilogía Memoria del Fuego, una pieza de arte mayor, al igual que Espejos o Patas arriba. La historia de América en mil y un fábulas, una arquitectura narrativa sublime deshojada en viñetas que coquetean con el aforismo o la parábola, con esa dulce ironía que es marca de la casa. Ni hablar de Futbol a sol y sombra, la mejor pieza de literatura del balón que ha caído en mis manos. Imposible no ver una sutil paradoja en el hecho que Galeano se muera justo cuando Obama y Raúl Castro acaban de darse un abrazo. Las venas no cicatrizan, pero les funcionan los parches. Por fortuna aquí puedo prescindir de coincidencias ideológicas. Cuando me sumerjo en párrafos del uruguayo no busco académicas exactitudes ni irrefutables certezas historiográficas. Busco y encuentro pura, simple y llana poesía y con eso ha bastado para convertir a Galeano en compañero de viaje. PD- Podría también decir que aunque nunca tuve un tambor de hojalata, el espíritu de Oscar Matzerath encarnó en mí durante la adolescencia, cuando me negué a crecer y creí ver en el mundo adulto la peor de las pestes, pero de Günter se hablará más adelante. La mañana del lunes 13 con su moño negro por la doble G se ha consumido tan pronto como mi segunda jarra de café.