Eterno Retorno

Thursday, February 05, 2015

Dos lecturas paralelas han empezado a bombear sangre al corazón del 2015: la antología del cuento croata A todos nos falta algo y El idioma materno de Fabio Morábito. Concluiré con ambos entre hoy y mañana. Entre los diez escritores croatas incluidos (de los cuales tres se llaman Zoran) hay por lo menos cuatro cuentos rompedores que amenazan pronta relectura. El cuento Zlatka de Maja Hrgovic no tiene madre. Por lo que al sui generis Morábito respecta, debo decir que este híbrido divinamente inclasificable me ha colocado un par de sacos que me quedan a la perfección. En el capítulo Ladrón y centinela el narrador habla de su obsesión por levantarse a escribir a las 5:30 de la mañana. “La gente va despertando mientras escribo”, dice Fabio y solo puedo decir que me identifico con cada párrafo de esa página. Para mí la hora de la escritura es y ha sido el amanecer. En La vanidad de subrayar (un capítulo que subrayé casi completo) narra Morábito la historia de un amigo suyo que no puede leer sin ir desparramando tinta en el libro, lo cual es exactamente mi caso. No puedo leer sin pluma. El subrayado, dice Fabio, era su mecanismo de defensa para no escribir, un sustituto de la escritura. Tal vez sea mi caso. En Los demasiados libros (guiño al paisano Zaid) Morábito dice carecer de orgullo bibliófilo y afirma que un escritor de narrativa o poesía que posea más de mil libros empieza a parecerle sospechoso. “Solo debería escribirse para paliar alguna carencia de lectura”, sostiene. Yo debo parecerle terriblemente sospechoso a Fabio: hace mucho que rompí la barrera de los mil libros (en realidad tengo más de 2 mil) y suelo ser inclemente a la hora de subrayarlos. Qué quiere que haga. Soy solo un lector, un vil tecato de la lectura que a veces, como consecuencia natural y obvia, escribe algunos párrafos. De la Antología personal de Ricardo Piglia he leído en desorden los textos inéditos. Aunque tengo todo lo que Anagrama ha publicado de Piglia en México, releerlo siempre será como una nueva exploración. Ricardo es de esos narradores que puedes leer diez veces y siempre serás acechado por un nuevo hallazgo. Me aguardan las 51 paginitas de Los dos payasos de César Aira que leeré en una sola sentada (diría un solo vaso de Jack Daniels, pero por ahora no estoy bebiendo). Me espera también El libro tachado de Patricio Pron, de quien tengo altísima expectativa, aunque luce tan infestado de pies de página como un ensayo académico. Cuando marzo toque la puerta y la primavera arroje señales, tocará turno a Después del invierno de Guadalupe Nettel.