Eterno Retorno

Tuesday, February 10, 2015

Cada que leo una entrevista con algún autor escandinavo de novela negra la cantaleta es más o menos la misma: que bajo la idílica imagen sueca (o danesa o noruega) se oculta el mórbido rostro del crimen, que el estado de bienestar de Olof Palme ha quedado atrás, que las tensiones raciales están a flor de piel, que en Estocolmo hay barrios aterradores, que las mafias rusa, serbia y estonia tienen controlado el mercado negro y que la blanca nieve está manchada de sangre. Sin embargo, cuando uno lee la lista de los diez países más seguros del mundo, se da cuenta que los cinco de Escandinavia están entre ellos (Islandia es en teoría el más seguro del planeta). En una sola entidad federativa mexicana, digamos Guerrero o Michoacán, se cometen en un año el triple de crímenes que en todo el quinteto escandinavo. En las novelas de Mankell un solo asesinato voltea de cabeza a toda Suecia y aquí una masacre ni siquiera altera el sueño. En un cuento incluido en el sexteto de Dispárenme como a Blancornelas, llamado La reina de los hielos de Maclovio Herrera, imagino a una hipotética Camilla Lackberg visitando Ciudad Juárez y pasando el día a lado de un reportero policíaco juarense en su ronda fotográfica de cadáveres. Si la producción de novela negra fuera proporcional al índice de criminalidad de un país, entonces México, Honduras y Venezuela deberían infestar festivales como BcNegra o la Semana Negra de Gijón. Desde hace algunos años San Pedro Sula y Caracas aparecen como las ciudades con más asesinatos en el mundo y sin embargo, fuera del salvadoreño Castellanos Moya (que parece tener el monopolio de Centroamérica) no he leído todavía un novelista hondureño o venezolano contemporáneo que narre la carnicería (debe haber decenas de colegas trabajando, pero el centralismo editorial es mierda densa). Intuyo que debe haber no pocos narradores venezolanos reflejando el infierno delincuencial del chavismo, pero yo todavía no leo al primero. Paradojas del sonido o la educación. En los países escandinavos el Black y el Death Metal encuentran tierra fértil, pero en Honduras, donde el asesinato está en barata, lo que manda es el pestilente reggaetón.