Eterno Retorno

Wednesday, January 21, 2015

Sucede a veces que una novela negra se escribe sola. La extraña muerte del fiscal argentino Alberto Nisman es tan respetuosa con el canon literario y cinematográfico del thriller político, que hasta el más ortodoxo de los narradores hubiera dudado a la hora de presentar un guión tan estereotípico, tan de manual. Hasta parece que lo estoy leyendo en la contraportada de un libro premiado en la Semana Negra de Gijón: Un fiscal con las pruebas para involucrar a altos funcionarios de Irán y Argentina en el encubrimiento un crimen terrorista cometido hace 21 años, muere en extrañas circunstancias horas antes de la audiencia. La versión oficial apunta al suicidio, pero la voz de la calle habla de asesinato. El escenario y la situación son también el non plus ultra de la ortodoxia cuando de novela negra hablamos: Un departamento en Puerto Madero donde el fiscal está solo; una mesa repleta de papeles; un disparo en la oscuridad; una ambulancia a la que se niega el ingreso; un secretario de seguridad que misteriosamente llega a la escena del crimen minutos después del disparo; una custodia que se relaja; una puerta de servicio abierta; un arma ajena para quitarse la vida (cuando el fiscal era dueño de dos pistolas de mayor calibre) ausencia de pólvora en las manos del supuesto suicida; una presidenta que intenta salvarse del desbarrancadero; un país islámico ocultando terroristas y los muertos, los canijos muertos de hace 21 años que no descansan. ¿Cómo escribir una historia que ya se escribió sola? Sí, le queda mucha tarea al periodismo duro y desnudo de Jorge Lanata (que sin duda se tirará a matar) o a la crónica de un Martín Caparrós o una Leila Guerriero. Claro que la ficción detectivesca tiene tarea y en Argentina hay a pasto. Me gusta el policial ortodoxo de Guillermo Orsi o Sergio Olguín o ese pedazo de pulp jarcorero que fue Entre hombres de German Maggiori. Vaya, hasta los mismísimos Borges y Bioy (o Biorges Bustos Domecq) pisaron terrenos detectivescos con Isidro Parodi. Sin embargo, si me dieran a elegir, me hubiera gustado leer esta historia escrita por un Rodolfo Walsh (uno de los no reconocidos padres de eso que llaman Nuevo Periodismo) o un Tomás Eloy Martínez. Lástima. La muerte de Nieman puede transformarse en un clásico de la no ficción, aunque por ahí se me antojan ciertas licencias literarias: el diálogo interno del fiscal en los minutos previos a la muerte; las voces de sus demonios susurrando al oído; la respiración del posible asesino oculto en las sombras; la cuenta regresiva en la eternidad de los instantes que preceden al disparo; el balazo irrumpiendo en la noche porteña; la sangre oscura sobre la alfombra; la noche de insomnio de la presidenta; las tinieblas que todo lo devoran; los fantasmas que nunca duermen. ¿Quién tendrá la maestría para escribir una historia que ya está escrita? ¿Quién carajos la escribirá?