Eterno Retorno

Thursday, March 27, 2014

Lobos en su hora

Escribo este primer párrafo de Aleatoriedades en la hora lobuna, cuando el amanecer es tan solo una intuición y las sombras de la madrugada ejercen todavía su reinado. Aun en su quietud y en la densidad del silencio, la hora de la oscuridad herida es una zona de turbulencias, pues turbulento es por naturaleza todo territorio limítrofe. La hora lobuna no solo es una frontera entre la luz y la oscuridad, sino entre la sustancia de los sueños y la lógica; entre la razón y el desvarío; entre el párrafo matemático y el arrebato poético. Federico Campbell se entregó a las profundidades de estos instantes, pues la literatura es duda y extrañeza y en la Hora del Lobo nos es dado impregnarnos por la fascinación de sentirnos infinitamente extraños y dudar de todo. Los muros cartesianos son aun de plastilina y sus cimientos de vapor. El néctar alucinante de Morfeo no acaba de disiparse; imágenes e ideas fluyen en distintos planos. “Es asombroso que cada mañana refrendemos que nuestra primera experiencia con la ficción es el sueño, que cada mañana salgamos de ese confuso laberinto”, nos dice Federico en Padre y Memoria evocando el momento en que un Borges ya anciano habló de sueños y literatura ante la Escuela Freudiana de Buenos Aires. La literatura está en deuda eterna con los sueños. En algunos casos, como le ocurrió a Mary Shelly con su Frankenstein, Morfeo dicta párrafos completos sin cobrar derechos de autor. En otros, deja la mente sembrada de intuiciones. “No deja de parecerse a un milagro que después de ese eclipse de la razón recobremos más o menos la razón y nos despertemos, relativamente cuerdos, relativamente lúcidos”, nos dice Federico. Él, al igual que Borges, Tabucchi, Calderón de la Barca y tantos genios, intuyeron el secreto: la duermevela produce monstruos y párrafos sublimes. El éxtasis místico de San Juan de la Cruz y su Noche oscura derrocha esencia de hora lobuna. También el Antiguo marinero de Coleridge. Algunos portentos de la disciplina escritural, como lo es Haruki Murakami y como lo fue Carlos Fuentes, se encomendaron a la esencia mágica de las cinco de la mañana. Liberar frases e ideas mostrencas antes del amanecer se transformó para ellos en ritual de vida diaria. Despierto de madrugada y veo a mi hijo dormir. Abro la ventana y siento la ráfaga del frío mientras busco un reflejo del mar en las sombras. Sólo entonces el entorno entero se desnuda y se revela sin tapujos como un universo infinitamente extraño e indescifrable; un cosmos atemporal y acaso hostil como La carretera de Cormac McCarthy en donde somos prófugos en perpetuo exilio. Tímidas navajas de luz van hiriendo el manto oscuro y un primer canto de pájaro es heraldo del amanecer. Desde la profundidad de nuestros sueños no disipados, un lobo aúlla y conjura su hora. DSB

Wednesday, March 26, 2014

La crisis de la edad madura es en sí misma un subgénero literario. Tan machacadas han sido las historias de cuarentones en busca del sentido perdido de la vida, que podrían ser equiparables en número a los relatos de vaqueros, detectives o piratas. El hombre arribando otoño se ha convertido en un personaje prototípico, absolutamente el non plus ultra de lo predecible. Vaya, hasta el mismísimo Dante Alighieri comienza su descenso al Infierno aludiendo a la crisis de la edad mediana. A mitad del camino de mi vida me encontraba perdido en una selva oscura y terrorífica. Los estudiosos de la obra del florentino sostienen que la mitad del camino de la vida eran los 35 años, la edad de Dante en 1300, año del primer jubileo en que se sitúa el portento del endecasílabo universal. En realidad Dante había cruzado ya la mitad del camino de la vida cuando empezó a escribir su comedia, pues vivió 56 años y no 70. También se puede argumentar que el promedio de vida en el Medioevo no era demasiado alto y un hombre de 35 años ya iba en pleno camino de bajada. A la obra dantesca le sobran estudiosos y no hace falta sumarse al coro. Ya se ha dicho que la selva oscura es la perdición y el pecado y no vamos a discutirlo, aunque para senderos en tinieblas ninguno como el de la crisis de la edad mediana. Inmerso en una repentina pérdida de sentido Dante se ve de pronto ingresando al infierno. La mitad del camino de la vida siempre duele. El florentino intuía ya los mil demonios que lo aguardaban. La peor de las edades medias es la mediana edad del hombre, dijo Lord Byron, quien supo morir a tiempo Hay autores cuyo sello de identidad son sus tragicómicos personajes inmersos en el naufragio de la edad adulta. Philip Roth ha patentado al tipo otoñal atrapado en las garras de un deseo sexual canijo y devastador. Con más sentido del humor, el británico Nick Hornby parece ser padrino del cuarentón infantiloide e inmaduro, personaje retratado también por en anglopakistaní Hanif Kureishi. Una canción de Jethro Tull nombra al drama con precisión médica: “To old to rock and roll, to Young to die”. En efecto, eres demasiado viejo para el furioso hedonismo del rock pero aun te faltan algunos años para morir.

Tuesday, March 25, 2014

Bendito sea el arte de morir a tiempo. Piénsalo bien Luis Donaldo: después de todo no te fue tan mal. Los cuerpos de los mártires no se corroen ni se llenan de gusanos; se mantienen frescos e impolutos en su ataúd de cristal. La historia de lo que pudo haber sido siempre es idílica. La mejor presidencia es aquella que no se ejerció jamás. Al eternizarse en la mitología del sueño truncado y la oportunidad perdida, tu sexenio se convierte en ese idilio de democracia y justicia social que nunca llegó. La sed de los mexicanos habría sido saciada y todo habría sido tan diferente. Preciosa historia; desgarradora nostalgia por lo no ocurrido; mexicanísima nuestra añoranza por aquello que no sucedió ni hubiera sucedido nunca. Es como imaginar que la selección mexicana le habría arrebatado el Mundial 70 a Pelé de no haberse partido la pierna de Onofre. Te sucedió como a esos escritores que se suicidan jóvenes e inmortalizan el portento de obra que jamás llegaron a escribir y que acaso no hubieran sido capaces de escribir nunca. La muerte a tiempo opera prodigios. Piénsalo bien Luis Donaldo: la banda tricolor sobre tu pecho habría empezado a pudrir tu memoria desde el momento en que te la colocaras; la misma memoria que permanece inmaculada gracias a la bala de Aburto. ¿Estaríamos en otro lugar si hubieras sido presidente? No lo creo. No habrías encarcelado a Salinas ni evitado el error de diciembre. Es más, puede que ni siquiera hubieras podido ganar la elección y te le habrías adelantado seis años a Labastida como el primer candidato priista derrotado de nuestra historia. Todas las iglesias requieren de su mártir para existir y justificarse; tú ocupas ese puesto desde hace 20 años. Rasgarse las vestiduras ante la tumba del sacrificado es la liturgia que dignifica al credo. Por ello tu figura le viene tan bien a los priistas. Poco importa que entre los funcionarios tricolores que hoy gobiernan México y Tijuana no haya un solo colosisita. En realidad tus verdaderos discípulos han abandonado el PRI hace mucho. ¿Alcanzas a ver el pedazo de mierda que es el partido gobernante? EPN, Manlio, el grupo Atlacomulco y los Hank representan la antítesis total de tu discurso del 6 de marzo, elevado hoy a la categoría de sagrado testamento de tu credo. De verdad Luis Donaldo, no te fue tan mal. Piénsalo: no se puede ejercer el poder sin prostituirse. El solo hecho de estar vivo significa oxidarse lentamente, irse pudriendo y marchitando y tú te salvaste de la inevitable podredumbre. DSB

Cuando la pluma se seca

¿Puede un escritor planear y anunciar su retiro de la escritura? ¿Es posible decidir un día dejar de escribir para siempre? Lo coherente es pensar que el síndrome de Bartleby no avisa. A Rimbaud, Rulfo, Salinger y compañía simplemente se les secó la pluma. Infinitas son las conjeturas para intentar descifrar el enigma de la repentina agrafía, aunque al final ni siquiera el propio escritor pueda explicarlo. Acaso la muerte de la escritura sea equiparable a la muerte del deseo. En el genial Post Scriptum Triste, Federico Campbell reflexiona sobre el silencio de su querido Rulfo. ¿Fue una terapia electroconvulsiva la responsable de que su obra se redujera a Pedro Páramo y El llano en llamas? ¿Fue tan simple como perder las ganas? Lo importante no es escribir cuando se tiene algo que decir sino cuando se tienen deseos de decirlo, afirma Campbell. Nada errado parece andar Bruno Estañol cuando equipara la creatividad literaria a la libido. El mismo Federico me dijo alguna vez que acaso él había dejado ya de ser escritor cuando le pregunté en qué nuevo libro estaba trabajando. Con una dosis de ironía, Enrique Vila-Matas ha reflexionado sobre la repentina agrafía en su genial Bartleby y compañía. Aunque nos cueste trabajo aceptarlo, hay escritores que han anunciado públicamente su retiro de la misma forma que un futbolista se despide de las canchas y cuelga los tachones. Poco antes de ganar el Nobel, la canadiense Alice Munro puso punto final a su carrera. Lo mismo había hecho el estadounidense Philip Roth. La noticia podría resultar desoladora y no pocos lo atribuyeron a una depresión, sin embargo si en algo coincidieron Munro y Roth fue en la liberación interior y el descanso que para ellos representó el poder retirarse. ¿Significa eso que escribir duele o pesa? Aparentemente la creación no siempre es hedonismo. Roberto Bolaño sostuvo que su verdadero placer fue siempre la lectura, mientras que la escritura llegó a hacerle sufrir. Pese a ello, el chileno se las arregló para escribir como poseso su novela final, 2666, cuando sabía ya que sus días estaban contados. La escritura fue acaso el último acto de amor un padre responsable que quiso heredar un patrimonio a sus hijos. Borges fue también mucho más feliz como lector que como escritor y siguió “leyendo” hasta el último día de su vida, pegando el rostro a las páginas aun cuando sus ojos apagados no podían distinguir las letras. A diferencia de la escritura, la lectura es un vicio que no conoce rehabilitación posible. Una vez que se le ha dado el “golpe” es imposible dejarla. Escribir puede llegar a doler, pero la lectura es un ritual escapista regido por el principio del placer. Herido y moribundo en la escuelita de La Higuera donde pasó su última noche, Ernesto Guevara de la Serna tuvo tiempo de corregir la ortografía de una frase escrita en el pizarrón a la que faltaba un acento. La frase era “yo sé leer”.