Eterno Retorno

Monday, October 27, 2014

De Tuxcacuesco a Comala corre una vereda con cara de eternidad. Caminarla significó para Juan Rulfo torcer la historia de la literatura mexicana. Hay un abismo de distancia entre llamarse Maurilo Gutiérrez o ser un tal Pedro Páramo. Acaso sea el mismo hoyo negro que separa el “fui” del “vine”; el “allá” del “acá”; la diferencia entre un relato más, perdido entre la polvareda de mil novelas postrevolucionarias, y un prodigio inmortal de la imaginación literaria “Fui a Tuxcacuesco, porque me dijeron que allá vivía mi padre, un tal Maurilio Gutiérrez” o “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. ¿Cuál frase tiene más fuerza? ¿Cuál les parece más viva? Gracias a la curiosidad de Juan Manuel Galaviz y Federico Campbell, sabemos que en su manuscrito original Juan Rulfo pretendió escribir la historia de un cacique llamado Maurilo Gutiérrez, amo y señor del pueblo de Tuxcacuesco, pero esto no es todo: gracias al ensayo Cómo dibujar una novela del colega Martín Solares, llevo un par de días mirando con otros ojos a muchas de las obras que me han marcado el camino. En el comparativo entre el borrador inicial de la novela de Rulfo y su versión final, puestos ambos bajo la lupa de Martín, he encontrado un pequeño mapa del tesoro; las pistas para resolver un acertijo. Hay lecturas que involuntariamente iluminan y el de Martín Solares se está transformando en un libro-faro o un libro-linterna. De pronto recordé a Carlitos Castaneda cuando Juan Matus lo enseña a “ver” el mundo en Una realidad aparte. Basta arrojar otra mirada a lo que parece obvio para encontrar una esencia oculta. Algunas personas pueden ver el aura alrededor del cuerpo humano y en esta mañana de otoño siento como si el libro de Solares me diera las claves para mirar el aura de algunas novelas que me han acompañado a lo largo de la vida. Me bastó un día y medio para leer este ensayo y lo primero que he hecho al concluir, fue ir a mi librero a releer las primeras páginas de Pedro Páramo. Poco después ya estoy releyendo los párrafos iniciales de Respiración artificial de Piglia, de El mundo alucinante de Arenas, del Volcán de Lowry, del otoñal patriarca de Gabo o los bolañescos detectives. Algo ha sucedido: de repente reparo en que estoy leyendo con otros ojos. El aura que enseña a ver Solares encarna en unos sui generis dibujos que representan la anatomía del género. Acaso la novela sea, en efecto, un cuerpo vivo. Yo le creo a Martín cuando dice que las escurridizas novelas nos vigilan y sacan conclusiones mientras nos ponen trampas mutando en mil y un formas. La novela, afirma Solares, es no solo el lugar donde mejor se enfrentan algunas ideas, sino uno de los pocos espacios que cuentan con una geometría indiscutible. He leído unos cuantos ensayos sobre el arte novelesco y la verdad es que hace un buen rato no encontraba algo tan original. Tal vez lo último que realmente me había gustado era La ciudad de las palabras de Manguel. Tras el decepcionante obituario de Goytisolo en Naturaleza de la novela, el ingenuo y sentimental novelista de Pamuk, la geografía de Fuentes, el ya clásico Arte de la novela de Kundera y La verdad de las mentiras de Vargas Llosa, topo de frente con el ensayo de Solares, una obra que tiene malicia, sentido del humor y mirada profunda. Me parece que hemos perdido mucho tiempo discutiendo si la novela ha muerto o evaluando sus efectos sociales y políticos, pero con brutal franqueza debo decir que no había dado con un ensayo moderno capaz mirar en sus entrañas y trazar su anatomía. Cómo dibujar una novela es un libro que -ante todo- agradezco como lector. Antes que cualquier otra cosa soy un adicto confeso a este género narrativo, pero sucede que soy un lector al que a veces le da también por fabular e inventar personajes, mundos imaginarios y en ese sentido el libro de Solares me está sirviendo como herramienta para desempantanar algunas criaturas yacientes en arenas movedizas. A veces una novela se atasca sin aparente remedio. Nuestro personaje nos parece un perfecto extraño o un gran impostor. Su tiempo, su atmósfera y su tono dejan de fluir o se tornan artificiales. No es sencillo salir una vez que has caído en ese pantano, pero de pronto encuentro en este libro claves que acaso puedan ayudarme a corregir el trazado. Algo me dice que este ensayo no reposará en mi librero. En la literatura busco hedonismo puro, nunca utilidad y sin embargo, creo que el de Martín está siendo un libro útil. Parece que su destino será ser compañero omnipresente de escritorio y viaje.