Eterno Retorno

Thursday, October 03, 2013

NATURALEZA DE LA NOVELA

De entrada, me confieso un lector ciego de cualquier libro premiado por Anagrama. Tengo una fe casi absoluta en la editorial de Jorge Herralde por lo que sus obras premiadas, sean de ficción o ensayísticas, las devoro de primera intención. Naturaleza de la novela de Luis Goytisolo fue el premio Anagrama de Ensayo 2013 y aunque decepción es tal vez una palabra muy fuerte, lo cierto es que esperaba más. ¿Qué esperaba exactamente? Lo peor es que no lo sé. Acaso un poco de malicia narrativa, ideas un poco más arriesgadas, saltos suicidas al vacío de un ensayo libre. Aunque la vocación de futurólogo asesino que se deleita redactando obituarios es más propia de los jóvenes, el autor de la obra premiada, quien es un veterano de casi 80 años, no duda en referirse a la novela como un género que ha pasado a mejor vida. Hay momentos en los que el ensayo de Goytisolo me parece inmerso dentro de un predecible y formal academicismo. Un breve y hasta cierto punto obvio repaso a la historia y evolución de la novela, para rematar con una tesis propia. Un repaso rico en párrafos o páginas completas de las obras citadas en donde lo mismo podemos leer la historia de Sansón, que El cantar de Roldán o el Mío Cid. No es exagerado afirmar que más de la tercera parte del ensayo son citas textuales, lo cual se agradece si nuestra idea es repasar, aunque a veces de la impresión de que el autor prefiere no arriesgarse y limitarse a fungir como compilador de pasajes o párrafos clave. Su cronología es bastante convencional, diría que de curso universitario de literatura, si bien el autor intenta abordar las cuestiones fundamentales sobre la semilla de la novela como género. En ese sentido, lo que hace diferente el ensayo de Goytisolo de clásicos como El arte de la novela de Milan Kundera, es la trascendencia que otorga al relato bíblico como semilla fundacional de las ficciones mayores. Bajo el criterio de Goytisolo, el Antiguo y el Nuevo Testamento son el abrevadero literario original de la novela por encima de los cantares épicos medievales. Incluso Goytisolo se permite dividir a los novelistas en bíblicos y evangélicos. El bíblico, aquel que abreva del Antiguo Testamento, es el novelista cuyos personajes yacen sometidos y enfrentados a una suerte de caos universal, un destino superior que los supera y devora, mientras que el novelista evangélico, que abreva del Nuevo Testamento, presenta a sus personajes sumergidos en el dilema del libre albedrío y la duda existencial. Por supuesto, Goytisolo, al igual que Kundera, otorga al Quijote un papel de piedra angular o cimiento base de la novela total, la incuestionable fuente primaria de donde, quieran o no, abrevan los novelistas modernos. Obvia decir que presenta al Siglo XIX -con su Balzac, Flaubert, Tolstoi, Dostoievski- como el cénit del arte novelístico. Goytisolo es de la idea que después de Joyce, Proust, Faulkner y Mann, la novela cumplió su ciclo de vida. Esa novela total del Siglo XX, a la que compara con rascacielos, se agotó en el Ulises y en la Historia del tiempo perdido, mientras que Faulkner juega el rol de canto de cisne. Todo lo que se escribió desde la segunda mitad del Siglo XX es puro resplandor del astro muerto. La novela, según Goytisolo, ha cumplido su ciclo vital de aproximadamente cuatro siglos. DSB

Tuesday, October 01, 2013

A ese género literario llamado novela le sobran sepultureros. Con toda franqueza, a estas alturas de la vida he perdido ya la cuenta del número de obituarios que le han dedicado. Hace un buen rato ya que a la novela le dijeron “descansa en paz”, aunque al parecer ella no se da por enterada, pues en nuestro mundo de pantalla digital, tan atiborrado de distractores, se siguen escribiendo y publicando novelas; y eso no es todo: el colmo de lo improbable, es que seguimos existiendo algunos bichos raros a los que nos da por leerlas. Si la novela ha muerto, lo único que me queda por pensar es que las cientos de novelas que están siendo escritas en este preciso momento y que acaso serán publicadas y leídas dentro de poco tiempo, son el equivalente a estrellas muertas hace miles de años cuyo destello nos sigue alumbrado. La novela en el Siglo XXI es la centellante luz emitida por un cuerpo sin vida, una iluminación mentirosa condenada a extinguirse, pero mientras nos siga alumbrando, disfrutaremos de ella sin importar demasiado si es emitida por un género muerto o acaso moribundo; qué más da.

Monday, September 30, 2013

Réquiem de Antonio Tabucchi se quedó a departir entre juguetes en algún lugar del ToysRus de Chula Vista. Antes convivía entre fantasmas lisboetas; ahora convive entre avioncitos y carritos californianos. Lástima; estaba a punto de llegar al final de un libro en verdad disfrutable, a unas diez o doce páginas de acabar. Mi lectura se interrumpió justo en el momento en que el narrador apuesta con un fantasma una botella de Oporto del 52 sobre una mesa de billar en el Club Alentejano de Lisboa. Las tardes dominicales en ToysRus pueden prolongarse por horas cuando Iker no toma la decisión sobre cuál juguete es el elegido. A menudo leo páginas y páginas mientras mi pequeño explora los pasillos de la juguetería. Esto de dejar libros olvidados por el mundo es una añeja costumbre en mi existencia. Dado que cada uno de los días de mi vida salgo de casa con un libro en la mano, corro siempre el riesgo de que el ejemplar elegido como compañero no regrese. Mi lugar favorito para perderlos han sido históricamente los taxis. Mis pérdidas más dolorosas han sido un Fausto de Marlowe y un Asesinato como una de las bellas artes de De Quincey. Una vez en un taxi de Monterrey perdí Antes del Fin de Sábato e hice el coraje de mi vida. Tabucchi, creo, es recuperable (esta mala foto ociosa la tomé un día antes de perderlo en un atardecer frente a un Pacífico a punto de ser iluminado por antorchas voladoras). Mario González Suárez habla de una secta de lectores de Francisco Tario que dejan olvidados libros de su autor en los sitios más improbables. Digamos que yo soy de una secta que de vez en cuando ofrenda involuntariamente una lectura al caos urbano. La realidad es que no he perdido más de diez libros en mi vida. Tomando en cuenta que desde la adolescencia tengo este vicio de salir todos los días con un libro en la mano, creo que diez libros perdidos en más de veinte años (o sea en más de 7 mil días) no es una cantidad alarmante. Por lo demás, la posibilidad de que alguien encuentre un ejemplar de Anagrama mientras husmea entre Rayos Mc Queens y Hot Weels es de esas improbabilidades que hacen fascinante la vida. Vaya, digamos que yo nunca me he encontrado un Anagrama mostrenco en alguna juguetería californiana, pero todo es posible en los reinos de la Aleatoriedad. O díganme si no es el colmo de lo improbable encontrarse un libro de Antonio Tabucchi en el ToysRus de Chula Vista.