Eterno Retorno

Thursday, September 05, 2013

Cuando entré a la pubertad era capaz de matar con destreza un borrego y de atajar un balonazo pateado con pierna de cañonero. Para cuando me convertí en arquero de la reserva juvenil del Shakhter Karagandy, manejaba el cuchillo casi con la misma destreza que lo hacía mi abuelo. La realidad de mi vida es que siempre fui mejor matarife que guardameta. Aunque me esforzaba en los entrenamientos, nunca pude ser el arquero titular de mi equipo, pues siempre hubo alguien delante de mí. De cualquier manera logré ascender al primer cuadro donde me convertí en un infaltable de la banca. Sí, logré jugar algunos partidos con el primer equipo en las raras ocasiones en que el arquero titular se lesionó, pero jamás logré arrebatar el puesto. También era tomado en cuenta para disputar encuentros amistosos e intrascendentes donde el entrenador echaba mano del cuadro alternativo. Fui un suplente confiable y cumplidor pero pronto en mi vida fue demasiado tarde y me quedó claro que no sería mi destino optar por la titularidad. En cualquier caso, ser arquero suplente de un humilde equipo de provincia, era un destino mucho más amable que las minas de carbón Mi abuelo murió casi centenario, a mediados de los años 80. En herencia me dejó su viejo cuchillo tártaro, fiel compañero en su vida de pastor en la estepa y de matarife en el pueblo. Para entonces yo era un hombre casado y con cuatro hijos. En 1991, cuando yo había cruzado ya la edad en que a un futbolista empiezan a llamarle veterano, Kazajstán se proclamó república independiente. De un día para otro éramos libres de los soviéticos que por años nos habían usado como una suerte de patio trasero para probar bombas. Antes debíamos bajar los ojos y obedecer sin chistar las órdenes de un mandamás ruso que nos tronaba el látigo desde el Kremlin. Ahora debíamos bajar los ojos y obedecer sin chistar las órdenes de un mandamás kazajo que nos tronaba el látigo desde Almaty. Ahora éramos una república que se pretendía independiente y democrática. De la noche a la mañana los hombres fuertes del partido empezaron a convertirse en los nuevos ricos de la recién nacida república. Por lo que a mi vida respecta no hubo cambios significativos. Yo era el portero suplente de un humilde equipo que jugaba en las divisiones inferiores del futbol soviético y ahora era el portero suplente (cada vez más veterano) de un humilde equipo que jugaba en pomposa Liga Premier de Kazajistán. El Shakhtar Karagandy integraba ahora la primera división del futbol kazajo en donde simplemente nos limitamos a ver como el Irtysh Pavlodar y el Yelimay Semipalatinsk se repartían las rebanadas del recién cocinado pastel de nuestro futbol independiente. Con mis treinta y muchos a cuestas y con una sólida carrera como símbolo inamovible en la banca de mi equipo, colgué las casi inutilizadas botas en la segunda mitad de los noventa.

Tuesday, September 03, 2013

Hablemos ahora del colombiano Juan Gabriel Vásquez, a quien descubrí hace un par de años cuando ganó el Premio Alfaguara 2011 con El ruido de las cosas al caer (reseñado en Biblioteca de Babel). Ahora que he leído Las reputaciones, creo poder comprobar lo que ya intuía: Juan Gabriel Vásquez es un novelista mayor. En su ensayo El novelista ingenuo y el sentimental, el Nobel turco Orhan Pamuk habla de encontrar el centro de la novela. No basta con seguir el argumento o la trama, sino con ubicar el centro, una suerte de espíritu o fuego esencial que da sentido y trascendencia al relato. El centro del que habla Pamuk a menudo está en lo que yo llamo la zona de intuiciones, esa atmósfera que el narrador es capaz de crear en torno a su personaje. A menudo esta atmósfera yace en las palabras no escritas. Hay algo en el relato que se intuye pero no se ve. Es como en una partida de ajedrez, donde los movimientos realizados son tan importantes y trascendentes como los pensados pero no ejecutados. Esa zona de intuiciones, me parece, es el fuerte de Vásquez. La arquitectura de las palabras no escritas es la marca de un novelista genial llamado Joseph Conrad, quien me parece es la influencia más notoria en este bogotano radicado en Barcelona. Las reputaciones es una novela corta que habla de Javier Mallarino, un caricaturista político capaz de poner patas arriba al país con sus dibujos. Con más de cuarenta años de experiencia, Mallarino es ya una leyenda viviente, temida y admirada por los poderosos. Una noche, después de un pomposo homenaje organizado por el gobierno, Mallarino es abordado por una extraña reportera que le solicita una entrevista. El caricaturista la recibe en su casa de la montaña al día siguiente, sin saber que esa entrevista será en realidad un viaje al pasado para enfrentar un raro suceso nunca resuelto ni explicado. Vásquez es un novelista del tiempo circular. Tanto en El ruido de las cosas al caer como en Las reputaciones, los personajes son conducidos por una suerte de Mito del Eterno Retorno, un destino irrenunciable de tragedia griega donde el tiempo no es una línea en avance constante sino una espiral tramposa. En sus personajes el pasado no solo es omnipresente, sino mutante; se despoja de su máscara y nos muestra nuevos rostros. Los sólidos cimientos del presente se derrumban. Nada, ni siquiera lo en apariencia intrascendente, es huérfano de consecuencias. Tal vez uno de los mayores desafíos en al arte de la novela, es el manejo del tiempo y esa es la virtud del bogotano. Mención aparte merece el tema específico de Las reputaciones, pues si bien son muy comunes las novelas sobre reporteros, el caricaturista sigue siendo un personaje atípico en la literatura. La reflexión heredada es por demás profunda: ¿cómo un dibujo satírico puede ser capaz de torcer vidas y sepultar reputaciones? Con unos cuantos trazos donde se exageran defectos o particularidades fenotípicas y se ridiculiza un acto o idea, la caricatura política puede provocar a los poderosos más dolores de estómago que un revelador reportaje de investigación. Sin necesidad de argumentos o explicaciones, la caricatura puede herir en lo profundo y desnudar con sarcasmo y crudeza lo que en palabras queda reducido a enredo teórico. Las reputaciones es una novela corta, de apenas 138 páginas, que se lee en dos sentadas o en un trayecto de avión. Mario Vargas Llosa se refiere a Juan Gabriel Vásquez como una de las voces más originales de la nueva literatura latinoamericana, mientras Nicole Krauss habla de la extraña y hermosa brujería de sus relatos. En cualquier caso, este colombiano ha sido uno de los más gratos descubrimientos que he tenido en los últimos dos años e intuyo que lo mejor está en camino. Por lo pronto ya he mandado pedir su anterior novela, Los informantes, que espero con ansias empezar a leer la próxima semana.

Sunday, September 01, 2013

Epílogo

La tarde del 14 de diciembre de 2012 la Policía Municipal de Hermosillo encontró el cuerpo sin vida de Argemiro Montaño dentro de su departamento en Infonavit Burócratas. De acuerdo con el dictamen pericial, el deceso se habría producido tres semanas antes como consecuencia de una broncoaspiración, luego de que el periodista sufriera un desmayo provocado por un golpe. De acuerdo con el testimonio del reportero Ramiro Villegas, quien acudió al lugar de los hechos, el cuerpo estaba tirado boca abajo, al pie de una mesa de madera sobre la cual había una máquina de escribir en donde se encontró una hoja con un párrafo escrito, que se presume era el inicio de la autobiografía del periodista. Aquí termina la biografía de Argemiro Montaño, pero he de confesar que aun no experimento esa sensación liberadora del deber cumplido. En todas las anteriores historias de vida que he escrito, el trabajo ha sido encargado y pagado por el biografiado. Cuando concluyo simplemente les llamo para decir que el punto final ha sido colocado y que ahora les toca a ellos revisar el borrador, mientras yo bebo una solitaria y deliciosa cerveza con la que festejo un nuevo proyecto realizado. En el caso de esta biografía no tengo a nadie a quien para decirle que he terminado mi trabajo y sin embargo, siento como si debiera rendir cuentas a alguien y por lo que siento, ese hipotético alguien no está satisfecho con el resultado de mi trabajo. ¿Quién carajos me ha encargado esta biografía? ¿Es sólo la superstición de cumplirle a Morfeo? ¿O es una deuda de honor con Argemiro? Lo cierto es que la deuda no me parece saldada, pues la clásica cerveza helada del punto final me está sabiendo a orines.