Eterno Retorno

Friday, June 28, 2013

Darle el golpe al libro - Por Daniel Salinas Basave

En su ensayo Los demasiados libros, mi paisano Gabriel Zaid construye una interesante analogía para referirse a quienes pese a saber leer, no han adquirido el hábito de la lectura. En México hay millones de personas con títulos universitarios que nunca, ni por casualidad, leen un libro. Conocen las letras, saben distinguir las palabras, pueden escribir una frase y sin embargo sufren demasiado cuando se enfrentan a un libro, pues se sienten inmersos en un territorio hostil. No pueden concentrarse y a menudo acaban interrumpiendo la lectura por considerarla aburrida o tediosa. Lo que sucede con esas personas, dice Zaid, es que “no le han dado el golpe al libro”, de la misma forma que un no fumador que intenta fumar, se coloca el cigarro entre los labios sin jalar el humo y dar el golpe. Las personas ajenas al cigarro, no pueden entender el placer que experimenta un fumador con el humo en sus pulmones y las ansias que lo invaden cuando no tiene un cigarro. Los libros, a diferencia del tabaco, no dañan los pulmones ni contaminan el entorno, pero adquirir el gusto por la lectura se parece mucho al proceso de una adicción. Quien ha encontrado ya el placer de la lectura, difícilmente podrá dejarlo. En contraparte, quien nunca se ha sumergido en ese hedonismo incomparable, difícilmente podrá de buenas a primeras concentrarse en un libro y disfrutarlo. Siguiendo por la línea de Zaid, a mí se me ocurren comparaciones gastronómicas. Por ejemplo, para alguien que ha pasado su vida comiendo comida chatarra y cuya dieta se basa en sabores simples, es muy posible que el sabor del queso azul, de un pulpo al ajillo o de unos caracoles escargot le resulte de entrada repugnante y no pueda encontrar placer alguno en comerlos, mientras que para alguien cuyo paladar se haya educado en diversos sabores, la experiencia resultará una delicia. El mejor vino del mundo puede no saber nada o incluso resultar repulsivo para quien nunca se ha sumergido en los placeres del producto de la vid. En cambio, el paladar de un aficionado al vino de inmediato reaccionará positivamente ante el sabor, mientras que el paladar de un catador experto o un enólogo, logrará distinguir la composición y su varietal con solo probarlo. Cuando la gente me pregunta qué haría para promover la lectura, me limito a decir que deben encontrar la fuente de goce oculta en un libro. Leer no es un medio, sino un fin en sí mismo, como todos aquellos actos que se realizan por puro y simple principio del placer. Hacerlo por tarea u obligación no tiene sentido alguno. El placer está ahí y creo que cualquiera puede encontrarlo, pero si no se tiene el hábito y la formación, es posible que no se encuentre a la primera y por ello hay que darse la oportunidad y darse un poco de tiempo. En mi caso es ya un vicio irrenunciable; la mayor y más poderosa adicción que he conocido en la vida. La lectura puede ser un vicio más fuerte que la más adictiva de las drogas. Por ejemplo, he encontrado placer en la bebida y sin embargo he pasado meses sin probar una gota y no siento incomodidad alguna. En cambio, no podría pasar un solo día de mi vida sin leer.

Sunday, June 23, 2013

Hubo un tiempo, hace no mucho, en que Arno no la pasaba tan mal. Junto con un amigo abrió una pequeña tienda en donde vendían guitarras usadas y discos de rock radical. Las ganancias, si las había, eran siempre magras, pero al menos Arno no vivía las 24 horas del día con una soga atada al cuello. Arno y su novia Agnella acudían de vez en cuando a conciertos, fumaban un poco de hierba en la playa y viajaban por el continente en vagones de segunda clase. Tampoco olvidaban la militancia. En el verano de 2001 fueron a manifestarse contra la cumbre del G8 en Génova y vieron morir a Carlo Giuliani. La sangre de Carlo regó con fertilizante las semillas del movimiento. Durante algunos meses todo el bestiario de anarcos postmodernos que integraba la cofradía antiglobalización conoció algo parecido a la unión y la efervescencia. Después irrumpió el hastío. Tras viajar por media Europa, Agnella y Arno decidieron ir a buscar un edén revolucionario al otro lado del mar. A finales del verano de 2005 llegaron a Chiapas con la firme intención de sumarse a las huestes del subcomandante Marcos. Lo que encontraron en su peregrinar chiapaneco fue mil y un pordioseritos siguiéndoles como enjambre de abejas por cada pueblo. Encontraron indígenas que les hablaban en inglés para intentar venderles muñequitos de Marcos y camisetas del EZLN. Encontraron encapuchados que cobraban por dejarse sacar una foto con los turistas. Dos meses después Agnella y Arno vivían una luna de miel paria en la playa de Zipolite. El edén oaxaqueño activó la fertilidad y Agnella quedó embarazada. Arno sugirió volver a Italia. Agnella quiso quedarse. La acompañaría en su exilio un surfo mexicano con quien empezaba a entenderse de maravilla. La niña nació en Puerto Escondido cuando Arno ya estaba de regreso en Livorno. Nunca ha podido verla más que en foto. Agnella nunca ha querido volver a Europa. A Arno lo aguardaba un paraíso de desempleo. Lo aguardaba la indiferencia de los colegas de pandilla que habían madurado. La militancia antifascista radical y la indignación eran asuntos de hormonas adolescentes. Ahora había que buscarse un empleo e intentar construir algo parecido a una vida. La euforia y la rabia yacían domesticadas. Brotaban por quincena y se limitaban a la grada del Armando Picchi. El resto era pura y vil corrosión de la conformidad.