Eterno Retorno

Friday, March 08, 2013

CUANDO ESCRIBIR NO BASTA Mr Gwyn. Alessandro Baricco. Anagrama El Móvil. Javier Cercas. TusQuets Trabajos forzados. Daria Galateria. Editorial Impedimenta.

El ventoso y loco febrero fue enmarcado por tres lecturas en torno al arte de escribir (o de no escribir). El italiano Alessandro Baricco nos cuenta en Mr Gwyn la historia de un escritor que ha decidido retirarse de la escritura, mientras que el español Javier Cercas narra en El Móvil los trucos de otro escritor tan obsesivo, que no duda en orillar a sus modelos de personaje a representar en la realidad la trama que ha ido construyendo para su novela en preparación. Finalmente en Trabajos forzados, la italiana Daria Galateria se sumerge en las vidas de escritores que debieron desempeñar extraños oficios para ganarse el pan que la literatura les negaba. Por si fuera poco, he visto una película llamada The Words que trata sobre el tema, así que en estas semanas previas a la primavera me he encontrado con diferentes enfoques, literarios y ensayísticos, sobre el proceso de la escritura. Aunque en apariencia es algo tan sencillo, el acto de escribir sigue siendo en esencia incomprensible. ¿Qué lleva a un ser humano a desparramar palabras en una hoja en blanco? ¿De dónde brota el impulso de contar una historia, de inventar un personaje? Empecemos platicando del libro de Baricco y su sui generis personaje de ficción, un Bartleby británico llamado Mr Gwyn, escritor consagrado y el cénit de la fama, que una mañana cualquiera decide publicar en el diario The Guardian una lista con las 52 cosas que piensa dejar de hacer para siempre. La primera de esas cosas que no hará más, es publicar artículos en The Guardian. La penúltima es publicar libros y la últimas es escribir libros. Mr Gwyn ha decidido retirarse de la escritura en el mejor momento de su carrera. En la vida real eso mismo acaba de hacer el escritor estadounidense Philip Roth, quien anunció su retiro de la escritura de la misma forma que un futbolista anuncia su retiro de las canchas. Roth, una leyenda viviente, argumentó vejez y cansancio. Gwyn, que ni siquiera es viejo, simplemente no argumenta nada y se dedica a no hacer. Sin embargo, el terco duende de la inspiración solamente duerme, pero no está muerto. Mr Gwyn desea desempeñar un oficio más puro, más auténtico, algo menos pretencioso y siente el impulso de crear retratos, pero dado que no es pintor ni sabe pintar, cree que puede crear retratos literarios. Su deseo es tratar de transformar en palabras la esencia pura de una persona, para lo cual requiere unas condiciones de trabajo muy precisas, con una modelo que representa la antítesis del ideal anoréxico de belleza actual. Un libro por momentos lento, donde Baricco, con su estilo de orfebre narrativo, trata de desenmascarar el misterio del impulso creativo. Un dilema similar es el que vive Álvaro, personaje de El Móvil de Javier Cercas. Álvaro es un escritor tan perfeccionista y obsesivo, que intenta llevar al extremo el realismo de los personajes de la novela que está escribiendo. Para ello toma como modelos a algunos de sus vecinos. El problema es que Álvaro no se limita a observar el comportamiento de sus modelos y busca orillarlos mediante engaños a representar en la vida real el desenlace de su novela. Pero por más que el escritor intente crear copias idénticas entre la vida real y su universo narrativo, la realidad acaba por jugar bromas pesadas cuando se mezcla con la ficción. Javier Cercas se dio a conocer mundialmente con Soldados de Salamina, una novela en donde también está presente el juego entre anécdota real y proceso de creación literaria en torno a un hecho de la Guerra Civil española. El Móvil, es una obra de juventud de apenas cien páginas que Cercas escribió a los 25 años y que TusQuets ha reeditado. Uno de esos libros que se leen de una sentada y que más allá de la trama y del juego de la novela oculta dentro de la novela, reflexiona sobre el escritor, sus límites y sobre todo, su móvil. El escritor, como el criminal, tiene siempre un móvil que lo lleva actuar y que según el personaje de Cercas, se compone de 1% de inspiración y 99% de transpiración. Una frase en verdad para enmarcarse. El tercer libro, Trabajos forzados, que me ha regalado mi amigo el escritor ensenadense Ramiro Padilla, no una ficción, pero tampoco es propiamente un ensayo. Daria Galateria se dedicó a narrar las vidas de algunos escritores que debieron desempeñar duros oficios para procurarse el sustento que las letras les negaban, una historia que suele repetirse con espantosa frecuencia entre quienes hemos hecho de la escritura una forma de vida. Más que un diccionario biográfico, el libro de Daria presenta una suerte de viñetas, breves diapositivas prosísticas en donde aparece Máximo Gorki en su labor de cargador en un barco por el Volga, Jack London sacando almejas del helado Pacífico, Bukowski entregando cartas en bicicleta, Saint Exupery piloteando aviones sobre el desierto, Franz Kafka llenando pólizas de seguros contra accidentes de trabajo. Por supuesto faltan muchos, muchísimos en realidad, empezando por ese vendedor de llantas que fue Juan Rulfo. Idílica es la imagen de un escritor que da rienda suelta a su inspiración en un bohemio café o se abandona en bucólicas contemplaciones frente una copa de vino. Nos hemos también acostumbrado a la imagen del escritor como un personaje que vive gracias a una beca y consagra su existencia a pasearse por ferias o mesas redondas donde diserta sobre la inmortalidad del cangrejo con otros intelectuales. La realidad es que salvo atípicas excepciones de creadores que han podido darse el lujo de consagrar su vida entera a la literatura, el escritor suele ser un tipo que debe romperse el lomo en los oficios más diversos y a menudo ajenos a la creación literaria. Tal vez sean diamantes en carbón, pero siempre será posible encontrar a un genio de las letras cargando un bulto de cemento o manejando un taxi. El maldito vicio de arrojar palabras sobre hojas en blanco no respeta edades ni oficios. DSB

Una noche Arkan irrumpió en la guarida. Venía tenso, agitado. Era necesario salir a hacer un rondín nocturno en busca de unos traidores. Unos malditos orejas que estaban sirviendo de correo a los croatas, que según una denuncia yacían ocultos en alguna casa. Para tu fortuna, fuiste uno de los ocho elegidos por Arkan para acompañarlo. De madrugada recorrieron las desoladas calles de una ciudad oscura y silenciosa. Ubicaron una vieja casa de dos plantas en pleno centro. Aguardaron unos minutos al acecho esperando un movimiento hasta que Arkan dio la orden de destrozar la puerta a patadas y entrar con los fusiles listos para disparar a lo primero que se moviera. Entonces entendiste lo que significa desempeñar el papel de ángel exterminador y convertirte en lo más temido, lo más abominado. Echaron la puerta abajo. Entraste delante de todos. La casa estaba a oscuras pero alcanzaste a distinguir una sombra desde la escalera arrojándoles un objeto. Ni siquiera esperaste la orden y disparaste. Escuchaste gritos, cristales rotos. A tus pies había reventado una botella, un intento de bomba Molotov que no alcanzó a estallar. Cuando alguno de tus compañeros encendió la luz, viste a una mujer reptando sobre los escalones, intentando arrastrarse hacia el piso de arriba con el abdomen despedazado por las balas; tus balas. Por primera vez en tu vida habías disparado tu fusil contra un objetivo humano y habías acertado. “Remátala, rápido”, te gritó Arkan. La mujer era un animal herido, despavorido, con suficientes dosis de adrenalina para arrastrarse sobre el charco de sangre donde yacían sus tripas y los girones de piel. Tú eras el ángel exterminador que venía a concluir su obra. Apuntaste a su cabeza y disparaste. La sangre te salpicó el pecho. La cara de la mujer era un guiñapo enrojecido. Ni siquiera alcanzaste a distinguir las facciones de su rostro. Aunque no escuchaban más ruido, intuían que la mujer no estaba sola en casa. En el segundo piso había una habitación cerrada con llave. Radko disparó su ametralladora sobre la puerta de madera. La respuesta fueron seis balazos desde el interior. Radko se desplomó y ustedes irrumpieron en la habitación descargando los fusiles de asalto. Habrán sido diez segundos de tormenta, suficientes para dejarlos aturdidos, casi sordos. Bajo el humo que cubría la habitación encontraron cuatro cadáveres y dos viejas escopetas de cazador. Su primera acción de limpieza estaba concluida, aunque el saldo no era blanco, pues Radko se desangraba. Habían gastado demasiado parque para matar a cinco personas y los tiros debían haberse escuchado en muchos metros a la redonda. La calle, sin embargo, seguía en silencio. Ese fue tu primer patrullaje de limpieza y aquella mujer de las escaleras fue el primer ser humano al que le quitaste la vida. Aquella noche se quedó a vivir en tu memoria, como vive la primera vez que fuiste al estadio del Estrella Roja a los ocho años de edad y como vive la primera vez que cogiste con una puta y la primera vez que tomaste en tus manos un AK-47 la tarde en que conociste a Arkan. Pero las segundas y terceras veces las has ido olvidando. No sabes ni recuerdas a cuántos partidos del Estrella Roja has ido en tu vida, como no recuerdas ni sabes con cuántas putas has acabado encamado después de tus noches de juerga y pelea. Tampoco tienes muy claro a cuántos seres vivos eliminaste en aquellas operaciones de limpieza. Los lugares y las acciones se amontonan en tu mente, se revuelven en caótica licuadora donde sólo queda el recuerdo de tus manos calientes, sudadas y el aturdimiento eterno tras las ráfagas. Los patrullajes nocturnos se volvieron cada vez más frecuentes. Los soldados se batían en el campo de batalla y a ustedes les tocaba salir a limpiar civiles al caer la noche. Buscaban casas de seguridad que albergaban guerrilleros; bodegas ocultas que servían como arsenales y despensas; iglesias transformadas en refugios. Tras el patrullaje volvía a irrumpir el ritual del aburrimiento, las horas muertas encendiendo cigarros húmedos.

Monday, March 04, 2013

Nada, en efecto, volvió a ser igual. Veintisiete días después de la noche de gloria en Bari, estalló la guerra. Aquello no era ya una pelea de aficionados ebrios rompiendo cabezas con cachiporras. Era la secesión, un grito de independencia eslovena que debía ser combatido a sangre y fuego por el ejército popular yugoslavo. La frontera por donde hacía menos de cuatro semanas habías cruzado a tu regreso de Italia se pobló de tanques y soldados. Esos putos eslovenos se sentían europeos millonarios y se creían que por los dólares que les dejaban unos cuantos turistas se podían permitir rechazar a Yugoslavia. Aquellas primeras semanas se habían diluido en las mil y un cervezas de la parranda interminable por la copa europea y el mejor remedio para una resaca que se antojaba de antología, fue volver al campo de tiro a disparar el AK-47. Arkan fue liberado el 14 de junio y de inmediato volvió a Belgrado. Se reunió con ustedes una madrugada. En su bienvenida hubo abrazos, pero el licor brilló por su ausencia. Aquello no era una fiesta. Era su primera reunión de cuarto de guerra. Había sonado ya la hora de los fusiles de asalto, el tiempo de desempolvar los tanques de guerra para aplastar a los traidores. La guerra en Eslovenia duró apenas diez días y esos maricones de mierda se salieron con la suya cuando proclamaron su república independiente. Tú y tus amigos recibieron la noticia entrenando en el campo de tiro y lo primero que Arkan les dijo, es que ahora menos que nunca podían bajar la guardia. Eslovenia era solo el comienzo. El verdadero problema eran los nazis croatas. Por aquellos días el futbol y las mujeres brillaron por su ausencia en sus charlas. Solo se hablaba de estrategias en combates aun imaginarios, de armas de alto poder, de helicópteros cazadores. Ustedes no eran los únicos. En los diarios, en la radio, en los cafés y en los bares todas las charlas desembocaban en el conflicto. Los primeros calores de aquel verano encontraron una ciudad tensa. El sudor apestaba a guerra. Con el otoño llegaron las nuevas ráfagas de metralla. Arkan tuvo razón: el centro de la rabia estaba ahora en Croacia y hasta allá debían trasladarse. Apenas tuviste tiempo de despedirte de tus padres, a los que para entonces apenas y veías. Te marchabas a trabajar, dijiste, aunque no tenías claro a dónde. Te limitaste a decir que era una misión especial, un encargo de la mayor importancia del que ya tendrías tiempo de hablar en el futuro. Tu última vez en Croacia había sido aquella tarde de la batalla afuera del estadio de Zagreb. Ahora volvías, ya no como un aficionado rudo dispuesto a defender la bandera de Estrella Roja, sino como un soldado. Un soldado invisible que en teoría ni siquiera existía, pues ni Arkan, ni tú, ni tus amigos formaban parte del ejército regular yugoslavo.

Leo la bitácora final de la Feria del Libro del Palacio de Minería que me ha compartido mi colega Jaime Cháidez. Con toda franqueza, para mí son buenas noticias. Vaya, que en el país de los analfabetas funcionales donde una verdadera basura como Jenni Rivera puede ser considerada una gran artista, no parece haber un gran futuro para el libro hoy en día. Por ello me parece un signo alentador, una verdadera bocanada de oxigeno saber que hubo 153 mil 958 visitantes a un evento libresco por el que además se cobran 20 pesos. Ya si desembolsas una cantidad, por pequeña que sea, muestras tu interés. De acuerdo, es inhumano y patético hacer una fila de cinco horas, pero si hay gente dispuesta a hacerla, es que de verdad son bibliófilos. Hay que mejorar con urgencia detalles logísticos, pero si algo queda claro, es que en el DF hay lectores (y ni hablar de la oferta editorial de la capital, superior a la de cualquier lugar de la República) Algo que me llama la atención es que hubo casi tres veces más libros que visitantes, lo que me arroja que cada persona que entró a la feria, aparte de esperar y pagar cuota de ingreso, hizo compras. Vaya, la cifra me arroja casi un promedio de tres libros comprados por visitante. Otro signo alentador que me pone de buen humor, es saber que Haruki Murakami fue el escritor con más ventas. Yo hubiera jurado que el más vendido iba a ser alguna mierda cursilona tipo Paulo Cohelo o basuras semejantes o uno de tantos libros sobre los Zetas, el Chapo o la guerra perdida de Calderón, pero Murakami, les guste o no, es Literatura con mayúsculas. Vaya, una ciudad que lee a Murakami, es una ciudad que al menos se concede el derecho a la imaginación.