Eterno Retorno

Saturday, February 02, 2013

II
No soy dado a creer en premoniciones, símbolos o mensajes, pero después de lo sucedido esta mañana me es imposible interpretar mi sueño como una simple casualidad sin trascendencia. Hoy poco después de las 11:00 he recibido una llamada del Instituto Sonorense de Cultura para invitarme cordialmente a acudir a la entrega de los premios literarios Ciudad de Nacozari en los que yo fungí, o dije fungir, como jurado, aunque en honor a la verdad ni siquiera me tomé la molestia de leer con detenimiento un solo manuscrito. Nunca en mi vida he estado en Nacozari, pero hace dos noches mi sueño transcurrió justamente ahí. Alguna vez un colega me dijo que la escritura revelada a través del sueño es un don o un privilegio que muchos escritores no experimentan en toda una vida. La tercera persona creativa o esa suerte de duende interior que habita en las profundidades de cada aspirante a creador, puede desdoblarse con toda intensidad en los parajes oníricos. Sin embargo, me advirtió mi amigo, una vez que el duende interior nos ha dictado una historia a través del sueño, hay que asumir el reto de escribirla cuanto antes sin permitir que se enfríe. Hacer caso omiso o tirarla a la basura puede derivar en una severa crisis de atrofia creativa como castigo por la indiferencia ante la revelación. Debo admitir que en un principio pensé que lo mejor y más sano era olvidar mi sueño, pero esta mañana al recibir en mi correo electrónico mi reservación para un hotel en Nacozari caí en cuenta de que no tengo alternativa ni escapatoria: escribir esa historia es una suerte de mandato o misión y he decidido cumplirla.

Aquí y ahora. Cartas. Paul Auster-J.M. Coetzee

Dicen que es de mala educación leer correspondencia ajena, pero cuando dos narradores de semejante estatura intelectual se dan a la tarea de cartearse, es difícil no ceder a la tentación de sumergirse en las letras desparramas entre Brooklyn y Australia. Con honrosas excepciones, la correspondencia transformada en libro suele ocupar un lugar complementario en la obra de un escritor, una suerte de rareza sólo para seguidores acérrimos. Austeriano confeso como soy, me es difícil resistirme a leer cada nuevo papel firmado por el neoyorkino que llega a la librería. Aclaro que no me considero un coetzeeano radical, pero hasta ahora lo que he leído del Premio Nobel sudafricano me ha agradado bastante, así que la combinación epistolar se apetecía en el papel como un platillo imposible de rechazar. Dos escritores en plena madurez, con bastante camino recorrido por la vida (Coetzee con más de 70 años de edad y Auster llegando a los beatlescos 64) dan rienda suelta a reflexiones de lo más diversas e improbables. Vaya, creo que el mayor mérito de este intercambio es que no se centra en un tópico específico y como en las mejores charlas informales, los dos amigos van brincando de un tema a otro sin una estructura lineal. Así las cosas, Auster y Coetzee, sin duda dos de los mejores exponentes de las letras contemporáneas en lengua de Shakespeare, se cartean para hablar sobre la amistad como valor o reflexionar en torno a su sentir frente a la recesión económica mundial y las injusticias de las economías de mercado. Un tópico al que dedican varias cartas, es la fascinación masculina por el deporte profesional. En efecto, este par de literatos no se pasan la vida entera en la biblioteca o en foros de elevadas disertaciones intelectuales, pues ambos reconocen que han gastado muchas tardes de su existencia viendo deportes por televisión como millones de hombres en el mundo. También se dan tiempo para hablar de películas y actores favoritos, contarse anécdotas o intercambiar ideas sobre la edad, la familia, los viajes, las casualidades y los estereotipos. Por supuesto, hay espacio para hablar de literatura, creación literaria, así como las motivaciones, delicias y sinsabores del oficio escritural. Coetzee y Auster comparten qué los motiva a crear un personaje, cuáles son sus fuentes de inspiración y cómo se sienten frente a la crítica literaria. Un epistolario sui generis, pues aunque la correspondencia es mantenida de 2008 a 2011 no hay internet de por medio, pues Auster le da la espalda a la tecnología y no duda en seguir utilizando su vieja máquina de escribir, por lo que su coqueteo más “moderno” para comunicarse es el fax. Rarezas y extravagancias de un diálogo donde no podía faltar una reflexión sobre el funeral de la letra impresa y sus consecuencias. Advierto que no hace falta ser un seguidor acérrimo de estos dos escritores y ni siquiera tener lecturas previas de ellos para entrarle a este epistolario, donde las cartas no son muy extensas que digamos y cuyo lenguaje es bastante sencillo y directo. El punto débil, quizá, es que el intercambio se pasa de cordial y acaso sería deseable un poco de polémica o alguna dosis de ironía, en lugar de tantos cumplidos y amabilidades. Al final, el sabor de boca es más que bueno y el tono reflexivo de la obra invita a meditar sobre los temas tratados, si bien lo mejor de este neoyorkino y este sudafricano seguirán siendo sus novelas.

Friday, February 01, 2013

La pifia periodística del siglo- Por Daniel Salinas Basave

Todos los que nos dedicamos al periodismo hemos cometido errores en nuestra vida. Claro, hay de errores a errores. Nunca había escrito en una columna sobre el error de un colega, pero por lo que significa y ha significado El País a lo largo de mi vida, no pude pasar de largo esta pifia histórica en mi editorial Mitos del Bicentenario en El Informador de BC.---- Soy y he sido un devoto lector del diario español El País. No pasa un solo día de mi vida sin que me asome varias veces a su página de internet, sin duda mi ventana favorita para mirar y tratar de entender el mundo de hoy. Vaya, para no ir más lejos y hablar sin rodeos, debo decir que lo considero el mejor sitio de noticias en lengua de Cervantes. Sus editoriales, la manera de desglosar e interpretar bajo ángulos contrastantes temas complejos de actualidad, su sección cultural y sus enlaces a blogs, provocan que su lectura sea uno de esos vicios cotidianos que hacen agradable el día a día como un buen café en la mañana. Sin embargo, mi diario preferido ha incurrido recientemente en dos gravísimos errores. El primero de ellos, fue inmolar su capital humano en el altar de sacrificios de las finanzas, algo en lo que se asemeja a la inmensa mayoría de los diarios del mundo, que sufren el flagelo de una época de vacas escuálidas. Su segundo error, fue publicar una morbosa fotografía sin verificar su autenticidad, con tal de ganar una primicia. Hablemos del primero de los errores. Al igual que los grandes periódicos del planeta, El País se encuentra sumergido en una zona de números rojos que le ha llevado a despedir a 129 trabajadores, entre los que se encuentran veteranos periodistas de la generación fundadora. El criterio gerencial y la cuadrada mentalidad de ahorrar centavos aun a costa de sacrificar creatividad y experiencia se impuso, como suele imponerse en la mayoría de los diarios en crisis, y el gigante herido optó por mutilar su equipo. Error grave sin duda, pero no tan escandaloso y vergonzante como la segunda de las pifias, una verdadera estupidez que ha impactado directamente en el mayor tesoro que puede tener un medio de comunicación: su credibilidad. El País cedió al morbo y al ridículo afán de tratar de ganar lo que pensaban era una primicia, publicando a ocho columnas una supuesta foto del presidente venezolano Hugo Chávez agonizante y entubado en una sala de operaciones. En teoría la imagen había sido tomada clandestinamente por una enfermera cubana y fue vendida a El País a 15 mil euros por la agencia Gtres Online. Aunque me cueste horrores creerlo, a este gigante de la comunicación los “chamaquearon” como a un vil novato vendiéndole a precio de oro una foto falsa. La foto fue tomada hace más de cuatro años y por supuesto, el paciente que aparece en ella nada tiene que ver con Chávez. Imperdonable no verificar la autenticidad de la imagen. Sin embargo, aun si la fotografía hubiera sido auténtica, la decisión de El País me parece de pésimo gusto. ¿Qué le aporta a un lector la foto de un pobre hombre doliente y agonizante? Cierto, Chávez es polémico, Chávez es odiado, pero en la hora final es solo un ser humano víctima de una enfermedad terminal. ¿Cuál es aporte informativo de mostrar su sufrimiento con total desparpajo? Morbo, sólo morbo y la necesidad de vender a toda costa. Su ridículo error costó a El País más de 225 mil euros por parar las prensas y sacar una nueva edición, una bicoca si se compara con el tamaño del descrédito y la burla mundial. Hay errores que dejan marcas imborrables, como un tatuaje en pleno rostro. El cometido por El País es uno de ellos. Aun así no pienso dejar de leerlos. Hay vicios sin rehabilitación posible.

Thursday, January 31, 2013

Una personalidad, una persona y un personaje. Por Jesús Ernesto García Hernández

De entrada, el texto que nos ofrece Daniel Salinas Basave nos remonta a un momento muy cercano de la vida social Tijuanense: La detención de una de las más conocidas y emblemáticas figuras de la ciudad: El ingeniero Jorge Hank Rhon. El libro capta de inmediato por la forma de narrar el suceso. Daniel elabora una narración de esa madrugada adentrándose en el “posible” flujo del pensamiento de Hank. Atreve un par de conjeturas sobre el estado anímico de él mismo y de su familia; nada fuera de tono respecto al carácter de una personalidad tan conocida. Me sorprendió la fecha y el suceso con el que decide comenzar, se empieza a observar que la narración pretende hollar otros terrenos más allá del periodismo. Si bien se trata de una biografía, ¿por qué se encuentra como una parte que desentona con la cronología lineal buscada? Apenas es un prefacio, una forma de acercarnos a lo que a través de la mayoría de sus páginas sería la conformación de un personaje más parecido a la ficción que al decoro de un empresario y político mexicano. Él mismo lo dice al inicio también, cuando establece un paralelismo entre las imágenes del Chivo de Dominicana, Leónidas Trujillo, el Patriarca de Márquez y el Supremo de Roa Bastos: “Aunque, pensándolo bien, en su existencia no hacen falta artificios literarios. Su vida misma es como una novela y él se siente cómodo dentro de su personaje”, reflexiona. La lectura continúa a través de datos históricos que suponen una puntillosa investigación por parte del autor. El recuento histórico y periodístico me hace reflexionar sobre la imagen que cada uno tenemos acerca de una personalidad como Hank Rhon. Recuerdo también que en la presentación que dimos para la televisión se habló sobre el tema. Quizá sea mi obsesión por temas que rondan la teoría literaria o la simple casualidad de hablar sobre el jet set mexicano lo que motivó ciertas consideraciones sobre cómo vemos a las figuras públicas. En esta primera parte, los datos nos resultan de gran utilidad para ir formando una opinión sobre lo que se dice, lo que se conoce y lo que se piensa sobre el ingeniero. Entre fechas y acontecimientos que marcaron su vida, se va logrando una imagen más nítida sobre la persona, el ser de carne hueso que vive las vicisitudes de su existencia como todos nosotros, y las características particulares de ese ser; es decir, su personalidad. Estos datos oscilan entre la conformación de la carrera política de su padre, el “Profesor”, la cada vez más controversial vida del linaje Hank, “La velada con los barbudos” se titula un capítulo que me pareció muy interesante por desconocido y relevante no sólo para la vida política de México, sino del curso que tomaría una nación como Cuba; se habla del gusto que Hank tiene por los animales, su cabello y barba largos, su llegada a Tijuana y los primeros sucesos que acrecentarían su fama: detenciones, acusaciones y chismes de todo tipo. En este sentido, se ha tratado la personalidad de la persona que, aunque suene redundante, no son sinónimos; sin embargo, ¿cómo llegó a conformarse el personaje? Aquí subyace un acierto estilístico. Primero, apunta que: “[…] paralelas a las horas de formales entrevistas grabadora en mano, hay demasiadas tardes de café, cantina, fila de banco, parada de camión y sabiduría de taxista, pues en Tijuana casi todo mundo tiene algo que decir y opinar sobre Jorge Hank Rhon. […] En este libro las voces de la calle son tan importantes como los párrafos con sello judicial y las palabras firmadas por editorialistas expertos”. Con estas palabras, manifiesta que para conocer la génesis de este personaje no hace falta únicamente los datos duros de la investigación, sino también estar enterado de la mitología que el imaginario colectivo ha creado en torno a la figura de uno de los hombres más conocidos e influyentes de Tijuana y del país. En este sentido, La liturgia del tigre blanco como título del libro nos advierte sobre el estilo pretendido. Saltan a la vista capítulos que llevan como título metáforas y alusiones a la vida extravagante del personaje, su relación con la vida social, intertextualidad literaria, como el capítulo nombrado “El invierno del patriarca” cuya alusión nos hace pensar en el libro del Gabo titulado El otoño del patriarca. Esta fusión encuentra en el estilo de narrar la humanización del personaje. Termina, casi de manera paradójica, mostrándonos a un hombre que se torna más real en la medida que aumentan las fantasías y los mitos sobre sí mismo. Por momentos, el estilo de la narración no rehúye estas menciones, sino que más bien las reafirma con un tono que colinda entre la observación periodística perspicaz, siempre a la caza de la verdad y la imaginación del texto literario, cuyos artificios sirven para ahondar en los abismos de las sensaciones y los pensamientos más profundos; en suma, pone en entredicho que la veracidad es el objeto de la Historia.
El tedeum de un libro sin blanco
En el caso particular de la Liturgia… encuentro otra característica formal que podríamos notar como “interesante”. ¿A qué me refiero? Si bien, es un libro que atina perfectamente a motivar la reflexión entorno a su personaje principal, es también un texto que se erige un tanto distanciado de la postura crítica. Es decir, Daniel nos permite hacernos nuestras propias conclusiones al respecto, mientras que deja entrever muy pocas reflexiones desde él como escritor, como periodista, y cuando éstas llegan a aparecer, son medianamente abordadas entre los datos duros y las impresiones que las anécdotas le han motivado. Es una postura muy comprensible cuando se piensa en el protagonista de su libro. Pienso que no debe ser nada fácil empuñar la pluma pensando que cualquier dato o juicio endeble puede repercutir en la imagen de una figura pública, que su análisis puede resultar en controversias que se pueden desbocar hasta niveles irrisorios. También entiendo que el afán del libro no es dar cuenta de una versión moralista ni moralizante sobre las vidas de nuestros políticos, sino más bien una zambullida a las elucubraciones de nuestra propia ética como sociedad. Personalmente, me sentí motivado a reflexionar acerca de los motores culturales de la existencia tijuanense y bajacaliforniana. Hablamos, decimos, opinamos y justificamos una incipiente moral vituperando las acciones de las altas esferas, mientras en el fondo funcionan como un reflejo perverso de nuestras más oscuras aspiraciones. Comentaba con mi amigo Christian Chacón que a veces nos obsesionamos con un tema que atacamos con tanta pasión, que ya no sé si en realidad se vuelve otra manera de reverencia ante lo que supuestamente odiamos. Es como los ateístas que pasan todo su tiempo y dedican grandes esfuerzos en vilipendiar, en argumentar contra la religión, cuando en su interior sienten una especie de irresistible atracción hacia la misma. Pensé en Nietzsche, la voluntad de poder y el poder de la voluntad, en cómo hablamos de superhombres tan fácilmente, en cómo aquellos que pelean durante tanto tiempo contra los dragones terminan convirtiéndose ellos mismos en dragones.