Eterno Retorno

Saturday, January 26, 2013

Iluminación. Todos hemos soñado con ella. De pronto, el acto creativo surge como un arrebato, un impulso irreprimible, como si alguien más se apoderara de nuestra voluntad y pensamientos. La tercera persona creativa como un demonio insaciable, como una bestia interior capaz de manifestarse en el instante más improbable. El creador no es un artesano paciente y tenaz; es un poseso. Crear es desdoblarse y liberar diablos. Crear es intentar hablarse de tú con el infierno. No es una cuestión de voluntad y trabajo. Es una visitación. Justo en los días en que yo iba a nacer, al comenzar la primavera de 1974, Philip K. Dick yacía inmerso en un delirio. ¿Alucinaciones místicas? ¿Crisis psicótica? Una repartidora de farmacia tocó en su casa. Sobre su pecho llevaba el colguije de un pez azul, símbolo del cristianismo primitivo. La contemplación del pez sumergió a Dick en un viaje alucinante de dos meses. Un viaje que por lo descrito se parece mucho a la contemplación del Aleph por Borges en el sótano de la casa de la calle Garay. Tal vez sea la fuerza del estereotipo, pero no imagino a Borges víctima de algún arrebato. Demasiada contención burguesa en su ser como para desdoblarse y dejar fluir a su bestia interior. Y sin embargo imaginó el Aleph y lo concibió. No me hubiera gustado ser Borges; mucho menos me hubiera gustado ser Dick. Ambos cargaron a cuestas vidas infelices. Borges murió posiblemente en castidad. La pasión no fue lo suyo. Dick tuvo cinco esposas a las que golpeó e hizo sufrir, desentendido de sus hijos y sus más elementales responsabilidades. Y ambos, en su infelicidad, concibieron universos paralelos, alucinantes y acaso espantosamente reales.

¿Tolerar la intolerancia?

Interesantes movimientos tiene el mapamundi del monoteísmo en la segunda década del Siglo XXI. El catolicismo, inmerso en su anacrónico monólogo milenario y golpeado por sus escándalos de curas pederastas, pierde adeptos todos los días. El catolicismo no suma; resta. En muchos países latinoamericanos cede terreno frente a los cultos evangélicos, bautistas y demás parafernalia protestante, cuyas iglesias se multiplican como una epidemia en los cerros y cañadas donde yacen las comunidades más empobrecidas, necesitadas de respuestas rápidas y recetarios de vida simples. Nuestra Tijuana es prueba fehaciente de ello. Lo que no me explico y con toda franqueza me preocupa, es el crecimiento del islamismo, sobre todo en Europa, donde millones de jóvenes marginados buscan en la mezquita el cobijo y las respuestas frente a un mundo occidental que consideran racista e hipócrita. En una Europa devaluada, rica en desempleados y jóvenes inmigrantes sin futuro, los adoradores de Alá se multiplican. No deja de ser paradójico que la religión más intolerante, machista y agresiva, sea la que más crece en un mundo que presume avanzar hacia la tolerancia y la aceptación de la diversidad y las libertades individuales. Antes de seguir tal vez deba aclarar que escribo desde mi credo sin dios. Aunque cada que lo digo me brincan por doquier los detractores, sigo pensando y defendiendo que solo un mundo ateo puede aspirar a ser un mundo libre. Si el hombre reconoce su orfandad y admite que no hay paraísos ni infiernos y que lo único que resta es tratar de hacer de este mundo un sitio mejor, en lugar de tratar de ganar puntos para un más allá ilusorio, tal vez podríamos encontrar algo parecido a la armonía. No creo que una religión sea mejor que otra, pero el Islam es la peste. De acuerdo, tengo muy claro que los practicantes de la yihad y los seguidores del Al Qaeda son solo un ínfimo porcentaje de los musulmanes y es obvio que por unos cuantos terroristas no puedes definir a toda una religión, pero si bien no todos los seguidores de Alá son potenciales soldados de la guerra santa, lo cierto es que no hay islamistas tolerantes ¿O conocen alguno que apoye la liberación femenina, el matrimonio gay, el libre pensamiento agnóstico? ¿Conocen alguno? Yo todavía no.

CUANDO ESTA TURBULENCIA SEA HISTORIA

Cuando la vida entra en zona de turbulencia, a menudo trato de imaginar cómo será recordada y analizada esta época una vez que haya suficiente distancia cronológica como para considerarla Historia y evaluarla desde la óptica del futuro. Cuando uno está inmerso en el ojo del huracán, condicionado o atado por las circunstancias del presente, la percepción y la narrativa de los acontecimientos adolece necesariamente de una terrible subjetividad. Vaya, no es posible tener una mirada fría, objetiva y analítica cuando se está en medio del tornado. Sabemos que el mundo occidental se encuentra inmerso en la peor recesión económica desde 1929 e intuimos estar cruzando el umbral de una era que está forzando el surgimiento nuevo orden mundial, pero la realidad es que carecemos de una carta de navegación fiable y aunque tipos con complejo de Nostradamus sobran entre los economistas y los historiadores, lo cierto es que la Historia corre como un tren sin frenos y nadie tiene certidumbre alguna sobre lo que pasará en el futuro inmediato. Es muy difícil tener plena conciencia de lo que implica entrar a una era y dejar atrás otra, máxime cuando los acontecimientos suceden en cámara rápida. Por ejemplo, en un lapso de 39 años, entre 1453 y 1492, cayó Constantinopla en manos de los otomanos, se inventó la imprenta y los europeos llegaron a América. Estos tres hechos transformaron para siempre la geopolítica mundial, modificaron de golpe y porrazo nuestra forma de concebir el mundo y cambiaron nuestra manera de aprender. Sin embargo, millones de seres humanos que vivieron esa época jamás se alcanzaron a enterar que la Historia estaba sufriendo una metamorfosis sin precedente. Algo similar ocurrió frente a la Revolución Industrial o la Ilustración en el Siglo XVIII. La diferencia es que en nuestra era la Historia corre con demasiada prisa. Paralelo a los cambios socioeconómicos, hay oficios, formas de organización y vida que están muriendo, mientras otros estilos de convivencia social, con sus respectivos usos y costumbres, se van apoderando de nuestra vida diaria. Nuestra existencia cotidiana actual no se parece en nada a la que vivíamos en 1999. Nuestros rituales del día a día se han modificado por completo y nuestra forma de entender y asimilar el mundo también. Lo contradictorio, es que pese a que nuestra vida cotidiana se transforma, seguimos aferrados a entender el mundo bajo los parámetros que rigieron el Siglo XX. Por ejemplo, sabemos que la gasolina seguirá aumentando su precio y que cada vez será más costoso llenar el tanque y sin embargo, nunca ni por casualidad contemplamos dejar de utilizar el automóvil y buscar formas alternativas de transportación. Vemos que la crisis muerde a todo el mundo occidental y sin embargo nos aferramos a pensar que es solo un nubarrón negro que necesariamente pasará, al final de la cual todo volverá a ser como antes, sin detenernos a pensar que ese pasado ha muerto y que no es posible aferrarse a mantener un sistema económico que se muestra agotado y fracasado. Acaso una era esté muriendo. El problema es que quienes vivimos en ella somos los últimos en enterarnos de su muerte.

Friday, January 25, 2013

La idea de crear un creador siempre me ha seducido. Por eso este pequeño escandalito de corrupción que ha estallado en la cúpula del PSOE español me resulta tan atractivo. Sucede que el director de la Fundación Ideas del PSOE, un tipo llamado Carlos Mulas, pagó 60 mil euros a la escritora estadounidense Amy Martin. El pequeño problema es que Amy Martín no es una persona de carne y hueso, sino una identidad literaria que al final resultó ser la esposa de Mulas, la escritora Irene Zoe Alameda. Lo interesante de caso, es que según declaró Zoe, su esposo siempre creyó que Amy Martin era real. El juego literario sólo lo conocía ella. Una de dos: o Mulas es de plano muy mula y nunca se enteró de nada o simplemente es un corrupto que no dudó en hacer negocio usando recursos públicos para pagárselos a su mujer. El escándalo le costó el despido inmediato y la humillación pública. Sobra decir que el tema me gusta para una narrativa de ficción donde un escritor crea un escritor que a su vez crea otro escritor y así nos vamos, creando identidades literarias como muñecas rusas, hasta que al final nos preguntamos ¿dónde está el escritor real? ¿quién es ese tipo o tipa? La mujer norteamericana llamada Amy Martín no existe en su versión carne y hueso, pero sus artículos son reales y además son bastante buenos. Escribir es ser otro, o ser otros.
En lo personal, siempre me ha atraído la creación de escritores alternos. No solo se trata de crear un seudónimo y firmar con otro nombre. Se trata de crear una identidad, un verdadero heterónimo, con su propia biografía, sus circunstancias radicalmente distintas a las tuyas y un estilo literario que jamás practicarías. Vaya, con decirles que he practicado el transexualismo literario al crear a dos escritoras, Ámber Aravena e Ipanema Dávila, cada una con su propia historia personal, absolutamente ajena a la mía. Después de todo, a menudo tiendo a pensar que quien escribe es otro. A veces cuando escribo es como si alguien se apoderara de mi voluntad y mis pensamientos. La tercera persona creativa como un demonio insaciable, como una bestia interior capaz de manifestarse en el instante más improbable. El creador no es un artesano paciente y tenaz; es un poseso.

En torno a ese efímero tema de moda llamado Florence Cassez tengo algunas cosas que decir.

1) No dudo que Florence sea culpable. De cualquier manera su caso es solo uno más entre los miles de secuestradores que andan libres bailando en la nariz de las autoridades. En un país donde la impunidad es la regla y el castigo es la excepción, el caso Florence no debería tener nada de especial. Nuestras cárceles están llenas de hombres pobres y mujeres feas. Florence no es pobre ni es fea. El resultado de la ecuación es lógico. 2) Al ver todo este sainete no pienso en Florence y en sus víctimas, sino en todos esos miles de casos de inocentes presos y culpables libres que infestan nuestro sistema de justicia y que jamás aspirarán a tener un .001% de la cobertura que tuvo la francesa. Vayan a la penitenciaría de La Mesa en Tijuana y vean cuántos pobres diablos, piel de insignificancia, llevan años esperando una sentencia. Culpables o inocentes no tienen siquiera derecho a un veredicto, porque su expediente es sólo un papel apolillado que se amontona en esos cerros de ineficiencia bajos los cuales yacen nuestros siniestros ministerios. 3) En la justicia mexicana, como en el periodismo, la verdad es lo menos importante. La verdad es un concepto difuso, incierto, siempre maleable. En el menos malo de los casos, la verdad o su búsqueda es un buen pretexto y nada más. Bajo la avalancha del show mediático lo imposible es tener certezas. Genaro García Luna quiso hacer de Florence un reality show que le compitiera en rating a las telenovelas, pero Sarkozy también la usó para tratar de ganar votos patrioteros. La televisión francesa ahora lo agradece. La presencia de las tropas galas en Mali estaba perdiendo puntos y era preciso recuperar la audiencia. 4) No me jodan con esa doble moral condenatoria, exigiendo 60 años de cárcel para Florence e indignados por el trato de heroína que se le da en Francia, pues he visto a muchos de mis compatriotas envolverse en la bandera y lanzar condenas al imperialismo yanqui cuando a un paisano, culpable o inocente, le van a aplicar la inyección letal en Texas. Los reos mexicanos en el extranjero se transforman en mártires ante la opinión pública patriotera. Cuando un compatriota es condenado en el extranjero, la reacción es de empatía y solidaridad. Así sucedió con los narcos sinaloenses condenados a la horca en Malasia y así sucede en Francia con su nueva Juana de Arco. 5) ¿Les molesta la manera en que la prensa francesa recibe con fanfarrias a Florence? En el lejano 1997 yo estuve como reportero en el aeropuerto Monterrey para recibir a Ricardo Aldape, el reo regiomontano salvado en tres ocasiones de la inyección letal. Fue recibido como héroe por el mismísimo gobernador de Nuevo León Benjamín Clariond, entre banderas y mariachi. Culpable o inocente (su supuesta complicidad en el homicidio de un policía en Houston nunca fue aclarada) a Aldape lo recibieron como un prócer de la patria y apenas desembarcado le dieron un papel en una ridícula novela de Tv Azteca (dos meses después el pobre murió en un accidente en la carretera)

Tuesday, January 22, 2013

Un poco de ese cuento que aún no sé si llamar Sveltana o Partisano

Tu vida empezó a valer la pena ser vivida. Estrella Roja ganaba y goleaba, el equipo nacional de Yugoslavia marchaba viento en popa rumbo al Mundial de Italia 90, tus nuevos amigos eran un derroche constante de cervezas, putas y noches largas en los antros caros de Belgrado. Seguiste visitando la finca campestre una o dos veces al mes, perfeccionaste tu técnica como tirador y en lo que te pareció una caricia del cielo, Arkán mismo elogió tus progresos con el AK-47 en brazos. Arkán estaba orgulloso de ti y Arkán era Serbia. Pocas semanas después, Arkán llegó a la finca a decirles que se prepararan pues el gran día de la patria había llegado. Irían todos juntos hasta el Campo de los Mirlos a apoyar al Gran Líder a conmemorar seis siglos de la batalla de Kosovo. Como todo joven serbio, en la escuela te hicieron memorizar la fecha de esa batalla en donde las tropas serbias acaudilladas por el príncipe Lazar, perdieron contra los invasores otomanos del sultán Murat. Para ti era simplemente una historia aburrida más que nada tenía que ver con tu vida. Para Arkán y para tus compañeros era una herida abierta, una afrenta que 600 años después aun debía ser lavada. Abordaron un camión que los condujo hasta un gran valle en donde se había reunido una multitud. Nunca, ni siquiera en los derbis de Estrella Roja contra Partizán habías visto una concentración humana tan enorme. Parecía que toda Serbia estaba concentrada en ese campo donde escucharían a su líder. Al tipo aquel lo habías visto cientos de veces por televisión y te aburría. A través de la pantalla te parecía tan patético y soporífero como todos los políticos y jamás le había dedicado un minuto de tu atención. Hoy las cosas eran diferentes. Hoy el mensaje de ese líder te estaba tocando una fibra. Slobodan Milosevic te estaba hablando a ti, Pedrag Jerkovic, que te habías fundido en esa masa, una colectividad que frente al líder era un solo cuerpo, un solo ideal, una sola voluntad férrea e indestructible.
No hay nada más contagioso que el éxtasis multitudinario. Es imposible permanecer hierático e indiferente cuando se está inmerso en un tumulto enfervorizado que celebra una presencia como si se tratara de una aparición divina. En aquel valle rodeado de toda esa gente extasiada y enardecida con cada frase pronunciada por el máximo líder de la nación, tú estabas encontrando tu misión en la vida. Hacía muy poco tiempo estabas agonizando en un charco de mierda, sangre y cerveza con el futuro cancelado, pero esa tarde en el Valle de los Mirlos te sentías un inmortal guerrero serbio, dispuesto a vengar las afrentas y humillaciones que seis siglos atrás sufrió tu patria.

Sunday, January 20, 2013

LOS “CIERVOS” DE LA NACIÓN

Por Daniel Salinas Basave---
Pues bien, ahora resulta que los “padres de la patria” son unos venados, que Mariano Matamoros era en realidad una señora, Javier Mina tenía una personalidad múltiple, pues era siete personas a la vez, y los huesos que el gobierno de Felipe Calderón quiso hacernos venerar como objetos sagrados, eran solamente eso: despojos humanos infestados por hongos, simple y vil tejido óseo carcomido por el paso de los siglos. Vaya escándalo que se ha armado ante la “revelación” hecha por antropólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quienes confirmaron que las osamentas que yacían bajo el Ángel de la Independencia y desfilaron por el Paseo de la Reforma para celebrar el Bicentenario en 2010, no corresponden a los caudillos insurgentes. La historia es, en el mejor de los casos, digna de una novela de Ibargüengoitia o Roa Bastos, una acabada pieza de ese surrealismo tan nuestro, elevado a la categoría de liturgia nacional. Cuestión de recrear el cuadro: en un país devastado por la violencia y la incertidumbre, un solemne cortejo encabezado por el primer mandatario, rinde honores militares a los huesos podridos de unos venados y unos anónimos niños colocados dentro de urnas de terciopelo verde . ¿No les parece una representación del mejor teatro del absurdo? Hoy no nos cabe la menor duda: Morelos era en efecto el “Ciervo” de la Nación. Y pensar que nos reímos de Antonio López de Santa Anna por ordenar honras fúnebres para su pierna perdida en la Guerra de los Pasteles. Ojalá que Felipe Calderón lo incluya en su cátedra en Harvard. Lo verdaderamente ridículo, más allá de la cuestionada autenticidad de las osamentas, es esa vocación tan primitiva de rendir adoración a los restos. Los huesos, huesos son. No hay divinidad alguna en ellos ni mágicos poderes que contagien valor y patriotismo a una nación golpeada. Pero la interpretación y representación de nuestra Historia es siempre litúrgica, ceremonial, más dada a la adoración de reliquias como objetos sagrados que al análisis y cuestionamiento de procesos humanos.
Pero claro, en esto de adorar cadáveres no estamos solos en el mundo. La Unión Soviética tuvo durante décadas como objeto de culto y peregrinaje del comunismo internacional el cadáver embalsamado de Lenin, mientras que el cuerpo de Evita Perón, con sus cuatro copias de cera incluidas, le dio un par de vueltas al mundo con sus respectivas historias de espionaje e intrigas diplomática magistralmente retratadas por el colega Tomás Eloy Martínez en su novela “Santa Evita”. Lo que al final debemos preguntarnos los mexicanos es: y si las osamentas son apócrifas ¿qué diablos pasa? ¿Acaso los huesos de Allende e Hidalgo, que tanto se odiaron en vida, son diferentes de los de cualquier otro mortal? Bajo el Ángel de la Independencia, en un elegante mausoleo, duermen el sueño eterno unos huesos que en vida estuvieron cubiertos por una piel humana cualquiera o por la carne de un pobre venado, cuyo destino final era ser colocado dentro de una urna en el centro neurálgico de la cultura nacional y ser adorado en una ceremonia tan ridícula por lo solemne de su intención. Un símbolo digno y apropiado para un país donde la mentira y la impostura suelen ser bien retribuidas.