Eterno Retorno

Friday, January 11, 2013

Reviviendo el congelado Vientos de Santa Ana

¿Te has dado cuenta de lo poco original que resultas escribiendo una historia de reporteros? ¿Nadie te ha dicho que el periodista es un personaje sobreexplotado hasta el hartazgo por el cine y la literatura? Una de las más ridículas representaciones de héroe romántico que parió el Siglo XX, por cierto. El reporterito tan valiente y audaz, tan ético y comprometido con la verdad, al grado de no importarle arriesgar su vida con tal de intentar desnudar a los oscuros e inmorales poderes. La lección de moralina hollywoodense es simple: No hay un arma tan poderosa como la verdad y con ella el ridículo héroe soñador se enfrentará con éxito a las pistolas cargadas de los poderosos. El mantra de todo aspirante a reportero investigador es: Si Woodward y Bernstein pudieron derrumbar al mismísimo presidente de los Estados Unidos, tú también puedes hacer temblar poder. Basta con ver al par de tundeteclas de Washington Post, con esa carita de hippies inocentones a lo Simon and Gardfunkel, tan rebosantes de ilusiones y sueños de grandeza. Anda reporterito, ponte a trabajar y sin duda habrá quien haga su propia versión de “Todos los hombres del presidente” basado en tu hazaña donde un actor mucho más guapo que tú se encargará de mejorar tu apariencia. Ana, atrévete a jugar el papel del heroico reportero, tan machacado como el detective y el cowboy, el joven tan quijotesco que al final ve a los corruptos millonarios tras las rejas. Clark Kent era reportero por si no te acuerdas, pero como trabajador del periódico no pasó de ser un timorato que requería ponerse el traje de Súperman para hacer la diferencia. Eso sí, al menos en el debut del reportero como personaje cinematográfico estelar, no le reservaron el papel de valiente y galán de la película y lo colocaron en un rol mucho más acorde a la realidad: el del pícaro, tramposo, embustero y sin escrúpulos a quien no le importa robarse una nota. ¿Sabes cuál fue esa película? Se llamó Making a Living y su protagonista fue el mismísimo Charles Chaplin.

Thursday, January 10, 2013

¿Quieren Racimo de Horcas? Pues tengan su Racimo de Horcas

Por aquellos días conocí un par de tipos de mi edad que con el tiempo se acabaron por transformar en algo parecido a amigos entrañables: Genaro y Pablo. Fueron mis carnales, mis uña y mugre, aunque entre ellos poco o nada tuvieran que ver. Genaro perforó cada superficie perforable de su cuerpo e hizo de su piel una hoja de pruebas para aprendices de tatuador. En la primera mitad de los noventa el tatuaje seguía inmerso en un halo de clandestinidad presidiaria y aun no estaban de moda los estudios profesionales que acabarían por seducir aristócratas con complejo de rebeldes. Genaro empezó a tatuarse y a perforarse sirviendo como conejillo de indias en casas de amigos que improvisaban con máquinas hechizas. Sus primeros tatuajes delataban el mal pulso y la inexperiencia de los tatuadores, mientras que sus orejas agujeradas, rebosantes de pus entre los hoyos infectados por el óxido de los aretes y los seguros, evidenciaban las nulas medidas de higiene. Genaro improvisaba como bajista y cantante en bandas de crust punk y grind core, donde lanzaba monstruosos alaridos en medio de una torturante cacofonía. Su proyecto más constante se llamó Vomit From Heaven, un émulo ensenadense de los británicos Extreme Noise Terror en donde componía letras sobre holocaustos nucleares, cucarachos radioactivos y niños deformes que comían carroña sobre un planeta devastado. Pablo en cambio se dedicaba a pintar figuras imposibles y rostros de hadas y gnomos atormentados, mientras bebía te de mariguana y se enamoraba de hombres que le escupían y le gritaban puto de mierda. Pablo se confesó homosexual en una época donde lo gay aun no alcanzaba su estatus políticamente correcto ni se había convertido en moda. Había tolerancia en ciertos ambientes, pero aun faltaban 15 años para las sociedades de convivencia y los matrimonios entre personas del mismo sexo. A Pablo le tocó desarrollarse en escuelas donde patear y humillar al joto era la acción coherente y esperada por parte de todo muchacho bien nacido.
Con Genaro me divertía bebiendo cervezas a pico de caguama y acudiendo a tocadas en miserables cocheras inundadas por la peste a sudor e inhalantes. Su música, -o el ruido que él llamaba su música-, era una verdadera mierda, una tortura auditiva, pero me divertía verlo y escucharlo. A Genaro le hacía gracia saber que yo había marcado en forma tan puntual mi fecha de caducidad, aunque él estaba seguro que yo no llegaría a cumplir los 29 años, pues antes la raza humana entera habría sido exterminada en medio de un genocidio imperialista o como consecuencia de una epidemia fatal producida por la radioactividad. El evangelio grindcorero de Vomit From System así lo estipulaba. Genaro fue por cierto el primer hombre con el que cogí en mi vida, un dato crucial en la biografía de la mayoría de mis compañeras, para quienes la noche en que el himen es roto por un pene marca un antes y después en sus vidas. Para mí fue una noche divertida y nada más, en donde el mayor reto a vencer fueron las incomodidades del espacio. Con Genaro acabé cogiendo en la caja de un camión de redilas, en el estacionamiento de una empacadora portuaria abandonada donde su banda había tocado horas antes, entre el hedor a pescado y pintura de barco. Fue tan bueno y divertido como beber caguamas bajo la lluvia, pero no alcancé las idílicas cimas del placer de las novelas rimbombantes y mucho menos me convertí en mujer, como solían llamar mis compañeras a esa ridícula y malograda noche en que por fin tenían un pene dentro de ellas.
Genaro y yo fuimos buenos compinches y a nuestra manera nos divertíamos. Sería demasiado pretencioso llamarlo mi amante, pero lo cierto es que cogimos algunas veces, tal vez bastantes. Por fortuna ninguno cometió el error de enamorarse, clavarse, encularse o tomarse demasiado a pecho ese intercambio de semen y jugos vaginales. Con Pablo en cambio forjé una sólida y productiva asociación de talentos que se mantendría a lo largo de los años. Pablo era como una mujer melancólica y talentosa con una natural tendencia a la depresión que intentaba curar con ráfagas de negro humor a lo The Smiths, burlándose de sí mismo y su infortunio mientras de su pincel nacían seres grotescos y atormentados dentro de fantásticas anatomías. Con Pablo compartí algunas confesiones y largos silencios; compartí el té, el vino, la mota y las ansias suicidas. Pablo no le había puesto fecha de caducidad a su existencia, pero al igual que yo estaba seguro que acabaría irremediablemente transformado en su propio asesino.

La crisis y la Caverna de Platón

Nunca como en la cuesta de enero pensamos tanto y con tanta intensidad en los problemas económicos. La palabra crisis se vuelve nuestra indeseable compañera de viaje en estos aciagos días invernales donde los medios yacen saturados con historias sobre el abismo fiscal en los Estados Unidos o los desempleados que optan por el suicidio en España. En medio de esta hecatombe económica planetaria, es imposible resistirse a la tentación de creer que todo esto no es más que una ficción, una alegoría, un juego de números. Miro alrededor y no puedo dejar de comparar esta recesión económica con el mito de la Caverna de Platón. En su obra La República, el filósofo griego describe una gran caverna donde yace un grupo de hombres prisioneros desde el día de su nacimiento, sujetos por cadenas que les impiden moverse y ver más allá del fondo de la cueva en donde se proyectan sombras a la luz de una hoguera. Para estos pobres prisioneros no existe más verdad que las sombras e ignoran que fuera de la Caverna hay luz. Si alguien por casualidad logra escapar y ver la luz fuera de la caverna, será asesinado por el resto de los prisioneros cuando retorne a intentar liberarlos convenciéndolos de que hay un Sol más allá de sus sombras cavernosas. En el mundo antiguo y en muchos países subdesarrollados, una crisis económica irrumpe como consecuencia de una larga sequía, una inundación, una plaga, una epidemia o una guerra que golpea la producción de alimento. El hambre y la carestía son reales porque la tierra está seca o inundada, el ganado desnutrido, los hombres enfermos y los puertos bloqueados por algún invasor. Sin embargo, en nuestro endeudado mundo occidental del 2013, los supermercados están llenos de comida, no tenemos ejércitos invasores bloqueando los puertos ni hay una peste bubónica devastando la población. En teoría la mayoría de los seres humanos gozamos de buena salud y al menos en apariencia todo funciona bien. Vaya, ni usted ni yo hemos dejado de levantarnos temprano para trabajar y sin embargo, pese a nuestro esfuerzo, la mayoría somos más pobres y nuestro dinero nos alcanza para menos. En el supermercado hay comida, pero unos numeritos, equiparables a las sombras de la Caverna de Platón, dicen que estamos en recesión. ¿Tuvimos algo que ver usted y yo en esto? ¿Nos hemos echado a dormir acaso? Dado que la recesión irrumpe como una suerte de infortunio ingobernable, es fácil compararla con una gran tormenta o un huracán. Nuestra reacción natural es tratar de aguantar con el cinturón apretado, pensando que la tormenta tarde o temprano pasará y que algún día volverá a salir el Sol, con la vana esperanza de que las cosas volverán a ser como antes, funcionando con las mismas reglas del juego. Nunca pensamos que aguantar significa seguir inmersos en la Caverna platónica y que más allá de apretar el cinturón y tratar de resistir, lo que debemos plantear es cambiar de raíz el modelo y la forma de vida. Vaya, tratar de una vez por todas de salir de la Caverna. Acaso allá afuera haya un poco de luz.

Tuesday, January 08, 2013

La trilogía romántica de las chicas Murakami: Sputnik-Al Sur de la Frontera-Tokio Blues. Chicas extrañas, huidizas, capaces de desaparecer. Creo que así como hay la denominación chica Alomodovar, debería hablarse de chicas Murakami. La de al Sur de la Frontera era la que cojeaba según recuerdo y que acaba oyendo South of the Border en un viejo tocadiscos. After Dark es tal vez el más visual y sugestivo y bueno, ya con Kafka en la Orilla y 1Q84 se sumergió en la fantasía surrealista. Este año por cierto se publica un libro de relatos.

La semana pasada se celebró el Día del Periodista, que se suma al Día de la Libertad de Expresión el 7 de junio y al Día de la Libertad de Prensa el 3 de mayo. Tres fechas distintas para celebrar un oficio que en realidad tiene pocos motivos para estar de fiesta en este país. Vaya, ejercer el periodismo en México siempre ha acarreado sus peligros, pero en algunas zonas del país es un oficio de altísimo riesgo. Con más de 70 asesinatos de colegas en la última década, cuesta creer que se pueda estar de manteles largos en este día. Pero más allá de esta terrible circunstancia, habría que preguntarnos por la realidad social y económica de la mayoría de los periodistas en México, que más que ejercer un oficio, parecen ejercer un apostolado. Un oficio por desgracia terriblemente devaluado, no solo por su triste remuneración profesional, sino por el poco respeto que algunos, o muchos de sus practicantes sienten hacia él. Gente que se ostenta como periodista sobra. Un oficio que se ha devaluado socialmente en gran medida por la ausencia de un código personal de ética elemental en muchos de sus practicantes, por un nulo respeto al idioma o a la vida personal. Un oficio en permanente transformación, pues al menos para la prensa impresa, las reglas del juego de hace 15 años son obsoletas. Los grandes diarios del mundo se desangran heridos por la daga cibernética y no son pocos los diarios que han tenido que cerrar sus puertas en la última década. Aun así, más allá de la sofisticación de la tecnología o el entorno socioeconómico, aun hay quienes pensamos que el buen periodismo siempre será más fuerte.
El 2 de enero fue Día Internacional del Policía y el 4 de enero fue Día Internacional del Periodista. Vaya paradoja. Más allá de la diaria convivencia (reflejada en la jerga de los reporteros policíacos que irremediablemente acaban hablando en clave como policías) me pregunto si policías y periodistas tienen realmente algo qué festejar en México. Por lo menos yo tengo algunas dudas: Policías y periodistas ¿Cuál de los dos oficios es más riesgoso en México? ¿Cuál es más mal pagado? ¿Cuál está más desprestigiado socialmente? ¿Cuál es más corrupto?

De la misma forma que las cajetillas de cigarros ponen fotos de ratas muertas, pulmones podridos y embriones verdes, las alegres promociones de los bancos invitándote a esclavizarte con tarjetas de crédito y préstamos hipotecarios deberían poner la imagen de un hombre endeudado que se rocía de gasolina y se prende fuego en Málaga o de todas las personas que se han suicidado en diferentes ciudades de España cuando van a ejecutar los embargos. Los bancos, que en los cajeros intentan hacer mil y un tretas para chuparte el dinero para causitas filantrópicas o venderte servicios que no necesitas, son basura de alto riesgo. Expertos en jugar con las ambiciones, los complejos y el delirio consumista de la clase media, han logrado hacer que el mundo entero aprenda el arte de gastar el dinero que no tiene para comprar cosas que no necesita. Cuando la deuda sea impagable, las familias perderán su patrimonio y cuando el sistema financiero colapse, a los pobrecitos bancos los rescatará el gobierno…con lo que queda de tu dinero. Como podrán ver, no me simpatizan.

Sunday, January 06, 2013

¿Sveltana o Partisano?

Una tarde en la finca Mirko les dio una sorpresa: seguirían al Estrella Roja hasta Croacia en su partido de visitante contra el Dynamo Zagreb. Aquel partido no podía perderse y Estrella requería el apoyo de sus fieles seguidores para ganarlo. Pero cuidado, advirtió. No había que perder de vista que irían a pisar territorio enemigo. Esos putos croatas eran unos traidores y nosotros estaríamos ahí para darles una lección, gritó Mirko. Había que estar muy atentos. Si alguien sacaba una bandera de cuadros rojos o entonaba un canto independentista iba a pasarlo muy mal. El autobús a Zagreb fue una fiesta, pero al llegar a la ciudad te quedó claro que aquello no serían vacaciones. En los alrededores del estadio no había una ni dos, sino mil banderas croatas de cuadros rojos y blancos. La tropa azul de radicales del Dynamo Zagreb los esperaban entonando cantos insurgentes llenos de insultos contra Serbia y el gobierno, contra la Iglesia Ortodoxa y el comunismo. Ahí estaban esos sanguinarios nazis descendientes de los ustashas listos para recibir su autobús con una lluvia de piedras. Aquello no era un partido de futbol. Era la guerra y tú estabas ahí para pelearla. En teoría ibas ustedes en plan de castigadores, a someter a con los puños cualquier manifestación que oliera a secesionismo croata, pero al final acabaron forzados a defenderse como gatos patas arriba cuando una tormenta de rocas les dio la bienvenida. Si no pasaba algo extraordinario, tu cabeza rota por los partisanos iba a ser una caricia en comparación a lo que te esperaba con esos malditos ustashas. Las opciones eran claras: matar o morir, pues los croatas ya cargaban contra el autobús tratando de voltearlo. Había que dispersarlos y su única opción era salir del autobús arremetiendo a garrotazo limpio. En tus manos había un bastón y una cadena. Mirko se puso de pie y enseñó una pistola. Los tiros dispersarían a esos nazis de mierda, grito Mirko. Ahora verían esos croatitas homosexuales lo que significaba enfrentarse a una verdadera tropa serbia. Cuando la puerta del autobús se abrió fuiste el primero en salir y sin duda tu altura y tus gritos furiosos sorprendieron a los croatas. Tu primer bastonazo cayó seco y contundente sobre una cabeza croata a la que sentiste romperse como un huevo. Eran decenas o cientos de ustashas los que te rodeaban pero tu bastón estaba haciendo estragos. Tras de ti había bajado el resto de la tropa, pero aun así los croatas los superaban en número, hasta que Mirko, parado en el techo del autobús, disparó su pistola contra el pavimento. Los disparos provocaron una estampida. Los croatas eran multitud pero no estaban preparados paran enfrentar armas de fuego. Sobre el pavimento viste algunos ustashas tirados en medio de charcos de sangre. Las sirenas de la policía irrumpieron en escena. Si habías matado a un hombre con tu bastón estabas perdido como perdido estaba Mirko por haber disparado su arma. La policía cargó contra ustedes y ni siquiera opusiste resistencia cuando sentirse el primer macanazo en tu espalda. Una hora después yacías esposado en una celda escuchando los gritos de los policías croatas.
-Serbios asesinos, yo me encargo de que en la prisión les dejen bien roto el culo-, gritaba el que parecía ser el comandante. Sin embargo, nada de eso sucedió. Al día siguiente fueron liberados sin cargos penales en su contra. Ni rastro en el expediente de la pistola de Mirko o de las cabezas partidas por tu bastón. Dos burócratas serbios de traje y corbata fueron por ustedes y salieron de ahí desafiando las miradas de odio de los policías croatas que debían tragarse la humillación de verlos liberados. -Basura de serbios, debimos prenderle fuego al autobús cuando ustedes estaban dentro-, alcanzó a murmurar por lo bajo uno de los agentes. El camino de regreso a Serbia transcurrió entre risas eufóricas reviviendo una y otra vez el relato de las cabezas partidas y la estampida croata, corriendo despavorida ante los balazos. Lo repetían y lo relataban una y otra vez como si se tratara de un poema épico. -Mierda de ustashas traidores, a tragarse la derrota nazis malditos, la tropa de Arkán somos intocables-, gritaba Mirko. En efecto, eran intocables y se habían permitido ir a delinquir en una ciudad enemiga sin consecuencias para ustedes. Bastaba una simple llamada de Belgrado para doblegar a Zagreb. Sin embargo, si algo te quedó muy claro, es que nunca en tu vida te habían mirado con tanto desprecio como los croatas que apedrearon su camión o los policías que debieron liberarlos por órdenes superiores. Ahí había odio en estado puro y el odio no podía maquillarse. La guerra había comenzado.

Sobre el Morfeo insistente en contar historias

No soy dado a creer en premoniciones, símbolos o mensajes, pero después de lo sucedido esta mañana me es imposible interpretar mi sueño como una simple casualidad sin trascendencia. Hoy poco después de las 11:00 he recibido una llamada del Instituto Sonorense de Cultura para invitarme cordialmente a acudir a la entrega de los premios literarios Ciudad de Nacozari en los que yo fungí, o dije fungir, como jurado, aunque en honor a la verdad ni siquiera me tomé la molestia de leer con detenimiento un solo manuscrito. Nunca en mi vida he estado en Nacozari, pero hace dos noches mi sueño transcurrió justamente ahí. Alguna vez un colega me dijo que la escritura revelada a través del sueño es un don o un privilegio que muchos escritores no experimentan en toda una vida. La tercera persona creativa o esa suerte de duende interior que habita en las profundidades de cada aspirante a creador, puede desdoblarse con toda intensidad en los parajes oníricos. Sin embargo, me advirtió mi amigo, una vez que el duende interior nos ha dictado una historia a través del sueño, hay que asumir el reto de escribirla cuanto antes sin permitir que se enfríe. Hacer caso omiso o tirarla a la basura puede derivar en una severa crisis de atrofia creativa como castigo por la indiferencia ante la revelación. Debo admitir que en un principio pensé que lo mejor y más sano era olvidar mi sueño, pero esta mañana al recibir en mi correo electrónico mi reservación para un hotel en Nacozari caí en cuenta de que no tengo alternativa ni escapatoria: escribir esa historia es una suerte de mandato o misión y he decidido cumplirla.

Un poquito de Elogio del viene-viene

Lo que viene es posible imaginarlo y juro que no será ésta una nueva historia de las desgracias aparejadas al fenómeno migratorio. Me ahorro la descripción del pollero contactado en Tijuana, de las montañas en Tecate, del desierto en Mexicali, de la Patrulla Fronteriza, de las humillaciones, las injusticias, el desarraigo y la nostalgia. Mejor escuchar La tumba del mojado o La jaula de oro de los Tigres del Norte y evitarnos la perorata de lugares comunes. Sólo puedo decir que en la época en que cruzaste por vez primera (principios de los años 90) el escenario no era tan complicado para los migrantes. La Operación Guardián no había arrancado y la paranoia antiterrorista aun no blindaba las fronteras, así que cualquier pollero mediocre con una mínima dosis de sentido común en la sesera podía cruzarlos sin tantos problemas (lo que no te exentó de dos intentos frustrados por la Border) En el momento en que escribo estas palabras, uno o varios académicos investigadores del Colegio de la Frontera Norte reunidos en una hermosa oficina con vista al mar, dan los últimos toques a un nuevo estudio (el enésimo en realidad) cuyo título es algo así como “Comportamiento y tendencias del fenómeno migratorio en el mundo globalizado del Siglo XXI. Perspectivas y análisis comparativo”. Tres cuartas partes de las 859 páginas del estudio serán citas bibliográficas y referencias a otros estudios elaborados por el mismo colegio, mismos que nadie, con excepción de los académicos, leyó nunca. El espacio restante será ocupado por tablas comparativas, gráficas y citas de investigadores extranjeros con nombres rimbombantes. Para hacer ese estudio, los académicos colegiados tardaron más o menos cuatro años y medio sumergidos en profundas disertaciones en sus oficinas con vista panorámica al Pacífico. Cuando el estudio estuvo listo lo presentaron con gran pompa y con esmero en una ceremonia a donde acudió el subsecretario de Población de la Segob, el delegado del Instituto Nacional de Migración, el cónsul de México en Los Ángeles y se habló, claro está, de la inminencia de un nuevo acuerdo migratorio para los trabajadores temporales, de la política exterior mexicana en tiempo de recesión global, que el gobierno de Obama debía ser más tolerante. Se habló, se pronunciaron discursos, se elaboró un boletín de prensa, se fueron beber vinos caros del Valle de Guadalupe a un restaurante de cocina Baja-Med y al final los asistentes a quienes regalaron el libro, lo refundieron en lo más profundo de sus bibliotecas, ricas en ejemplares aun envueltos en plástico y los que llegaron de fuera lo dejaron olvidado en el asiento del avión. Mientras éste y otros cientos de estudios académicos eran elaborados y presentados en foros de investigadores, diplomáticos e intelectualoides de diversa calaña, tú te deslomabas trabajando en medio de ninguna parte en algún suburbio de Oakland, desempeñándote dentro de las inciertas y nunca bien definidas labores de un chalán de construcción, lo que incluía desarrollar toda una serie de labores que exigían un derroche de esfuerzo físico y nula creatividad, limitándote a recibir órdenes casi nunca amables. He dicho que no me extenderé demasiado en tu vida como migrante mexicano en California. Me limitaré a aclarar que a tu esposa Eulogia y a las dos hijas que parieron allá en San Pedro Lagunillas no volviste a verlas nunca. Cierto, fuiste un migrante desobligado e irresponsable, pero esta historia no es un sermón y lo más probable es que Eulogia se haya juntado con otro hombre cuando intuyó que tu ausencia se prolongaría un poco más de lo prometido. Puedo jurarte que no voy a caer en el odioso y predecible lugar común de decir que tu sueño americano se transformó en pesadilla, porque tampoco te la pasaste tan mal. Baste con señalar que si bien no te hiciste rico y ni siquiera pudiste aspirar a vivir en las cercanías de eso que se llama estándares de comodidad, ganaste los dólares que jamás hubieras podido ver en tu tierra nayarita.