Eterno Retorno

Friday, November 08, 2013

LECTURAS BLITZKRIEG

Con el renacer de los insomnios he vuelto a las “lecturas Blitzkrieg”, muy similares en su intensidad a la guerra relámpago alemana. Ello significa que en un par de madrugadas me chuto un libro sin hacer pausa. En lo que va del mes de noviembre me he devorado tres libritos, dos de los cuales son de autores mexicanos que en cuestión de forma (y entorno personal) representan los dos extremos de una cuerda. Leerlos al mismo tiempo me ha hecho disfrutar lo abismal del contraste, sobre todo porque ambos libros son descaradamente autobiográficos. El retrogusto es buenísimo, como cuando tu paladar disfruta dulce de leche con un café bien negro. Es como escuchar el 2012 de Rush y el Nevermind the Bollocks de los Sex Pistols al mismo tiempo o el Court of the Crimson King de King Crimson y el Antitodo de Eskorbuto en una misma sesión. Uno es un prosista pulcrísimo, matemático, que escribe sus libros con cinta métrica. En cuestión de forma y estructura, es posiblemente nuestro mejor prosista vivo (tomemos en cuenta que el tocayo Daniel Sada ya ha muerto). Álvaro Uribe se me hace algo así como un Dream Theatre de la literatura. Morir más de una vez es el quinto libro suyo que leo y créanme que ni uno me ha decepcionado. El otro autor me recuerda al típico morro canijo e irreverente de taller literario, el bato desmadre que en su aparente caos te receta una historia que es un mezcal tomado de hidalgo. Un tipo que goza derrochando malicia y humor negro. Leer a Carlos Velázquez y su Karma de vivir al Norte es muy similar a escuchar una banda hard-core punk. Para hacer más extremo el contraste más allá de la pura construcción de los párrafos, el ambiente de Uribe transcurre entre diplomáticos mexicanos en Francia (Álvaro tiene en su currículum una sólida carrera en el Servicio Exterior) mientras que el entorno de Velázquez son bajos fondos y hoyos negros de una región tomada por el narco como es La Laguna. Ambos disfrutables; ambos buenísimos. El intermedio corrió a cargo del buen Philip Roth y su típicamente rothiana Humillación, que me chuté completito en una tarde domingo mientras Iker jugaba en Carls Junior.