Eterno Retorno

Saturday, October 26, 2013

1-Tijuana no tiene todavía una verdadera afición y creo que está a años luz de tenerla. Xoloitzcuintles es una moda, un pasatiempo, una manera de pasar el rato y echar desmadre, pero no una afición. Me da la impresión de que les daría lo mismo que sobre esa cancha artificial hubiera lucha libre, monster trucks o morras del Adelitas. De plástico es el pasto y de plástico es la afición. Para el tijuanense el futbol sigue siendo un pretexto. He acudido a partidos de liga en siete diferentes países y créanme que es posible distinguir lo que es una verdadera pasión futbolera de un simple entretenimiento. Tan simple como que en Argentina y en la mayoría de los países europeos no se vende licor en los estadios. La gente va a ver futbol, a seguir un encuentro, a apoyar a su equipo. Tan solo me pregunto: ¿cuánta gente iría a ver a Xolos si no se vendiera cerveza en el Caliente? El tijuanense es grande en muchas cosas, pero no se distingue precisamente por su cultura futbolística. 2- El Tigres vs Xolos engrosa ya la inmensidad del archivo de la total intrascendencia. En el engaño de mis recuerdos sobreviven veinte o treinta partidos elevados a la categoría de poema épico y más de un millar inscritos en el absoluto spleen baudeleriano. La intrascendencia pura, el tedio elevado a ritual. Lo increíble es que con tantas toneladas de intrascendencia a cuestas, el futbol siga siendo un aliciente en mi vida. No concibo aún cómo es que dos equipos para los que el empate significa la muerte, decidan negociar lo que menos conviene a ambos. Con los partidos de futbol y con los libros me pasa algo muy similar: desde los primeros párrafos y desde los primeros toques de balón puedo intuir lo que me espera y (desgraciadamente) casi nunca me equivoco. La mala literatura suele desnudarse desde la primera página. La inocencia, la falta de malicia y el poco kilometraje en lecturas se revelan de inmediato. Me ha sucedido con cierta frecuencia que una novela con un inicio prometedor se derrumbe a la mitad, pero es casi imposible que un texto con un inicio mediocre sea capaz de enderezar el camino o sorprenderme. Con el futbol me sucede lo mismo. Desde el momento en que ves cómo se para un equipo, su manera de trotar, de moverse sin balón, puedes adivinar su declaración de principios e intenciones. No necesitas ver una genialidad a lo Messi o lo Ronaldo o una cagada monumental para empezar a sacar conclusiones. Desde el instante en que miras la forma en que se para y se mueve una oncena, puedes intuir lo que te espera. Por fortuna con los vinos puede ocurrir lo contrario. Hay vinos que en el primer trago pueden parecerte mediocres, pero los minutos de respiro y el decantador hacen milagros. Vinos que han tenido un inicio regular acaban teniendo un final alucinante. Eso casi nunca ocurre con el futbol y con los libros. Bueno, con la literatura opera otra clase de magia, aunque no suele ser tan frecuente. Cuando te topas con un narrador verdaderamente chingüengüenchón, el hechizo suele producirse casi de inmediato. Las palabras te jalan las patas y te recetan un par de honestos chingazos y de pronto, te queda claro que no podrás soltar ese libro hasta que agotes la última página como un borracho sediento. 3- Reparas en tu condición de viejo lobo cuando sumas tu anecdotario futbolero y con horror descubres la facilidad y la exactitud con la que recetas hazañas ocurridas hace casi 30 años. El lugar donde estuvimos en el estadio Caliente era realmente privilegiado. Sentado a unos metros de donde estaba parado el Tuca Ferreti (que nunca se sentó ni paró de hacer corajes) medité con horror que a ese señor malhumorado, al que ya se considera como un director técnico veterano, lo vi jugar un clásico contra Tigres defendiendo la inmunda camiseta rayada en 1986. También puedo decir (o más bien presumir) que yo estaba en el Estadio Olímpico México 68 aquel 7 de junio de 1991, cuando Tuca Ferreti anotó el último gol de su carrera, ese magistral tiro libre con el que le rompió la red y el alma a Adrián Chávez y coronó a los Pumas de Mejía Barón campeones ante el odiado América. La mitad del camino de mi vida hace tiempo que ha quedado atrás.