Eterno Retorno

Monday, September 30, 2013

Réquiem de Antonio Tabucchi se quedó a departir entre juguetes en algún lugar del ToysRus de Chula Vista. Antes convivía entre fantasmas lisboetas; ahora convive entre avioncitos y carritos californianos. Lástima; estaba a punto de llegar al final de un libro en verdad disfrutable, a unas diez o doce páginas de acabar. Mi lectura se interrumpió justo en el momento en que el narrador apuesta con un fantasma una botella de Oporto del 52 sobre una mesa de billar en el Club Alentejano de Lisboa. Las tardes dominicales en ToysRus pueden prolongarse por horas cuando Iker no toma la decisión sobre cuál juguete es el elegido. A menudo leo páginas y páginas mientras mi pequeño explora los pasillos de la juguetería. Esto de dejar libros olvidados por el mundo es una añeja costumbre en mi existencia. Dado que cada uno de los días de mi vida salgo de casa con un libro en la mano, corro siempre el riesgo de que el ejemplar elegido como compañero no regrese. Mi lugar favorito para perderlos han sido históricamente los taxis. Mis pérdidas más dolorosas han sido un Fausto de Marlowe y un Asesinato como una de las bellas artes de De Quincey. Una vez en un taxi de Monterrey perdí Antes del Fin de Sábato e hice el coraje de mi vida. Tabucchi, creo, es recuperable (esta mala foto ociosa la tomé un día antes de perderlo en un atardecer frente a un Pacífico a punto de ser iluminado por antorchas voladoras). Mario González Suárez habla de una secta de lectores de Francisco Tario que dejan olvidados libros de su autor en los sitios más improbables. Digamos que yo soy de una secta que de vez en cuando ofrenda involuntariamente una lectura al caos urbano. La realidad es que no he perdido más de diez libros en mi vida. Tomando en cuenta que desde la adolescencia tengo este vicio de salir todos los días con un libro en la mano, creo que diez libros perdidos en más de veinte años (o sea en más de 7 mil días) no es una cantidad alarmante. Por lo demás, la posibilidad de que alguien encuentre un ejemplar de Anagrama mientras husmea entre Rayos Mc Queens y Hot Weels es de esas improbabilidades que hacen fascinante la vida. Vaya, digamos que yo nunca me he encontrado un Anagrama mostrenco en alguna juguetería californiana, pero todo es posible en los reinos de la Aleatoriedad. O díganme si no es el colmo de lo improbable encontrarse un libro de Antonio Tabucchi en el ToysRus de Chula Vista.