Eterno Retorno

Sunday, June 23, 2013

Hubo un tiempo, hace no mucho, en que Arno no la pasaba tan mal. Junto con un amigo abrió una pequeña tienda en donde vendían guitarras usadas y discos de rock radical. Las ganancias, si las había, eran siempre magras, pero al menos Arno no vivía las 24 horas del día con una soga atada al cuello. Arno y su novia Agnella acudían de vez en cuando a conciertos, fumaban un poco de hierba en la playa y viajaban por el continente en vagones de segunda clase. Tampoco olvidaban la militancia. En el verano de 2001 fueron a manifestarse contra la cumbre del G8 en Génova y vieron morir a Carlo Giuliani. La sangre de Carlo regó con fertilizante las semillas del movimiento. Durante algunos meses todo el bestiario de anarcos postmodernos que integraba la cofradía antiglobalización conoció algo parecido a la unión y la efervescencia. Después irrumpió el hastío. Tras viajar por media Europa, Agnella y Arno decidieron ir a buscar un edén revolucionario al otro lado del mar. A finales del verano de 2005 llegaron a Chiapas con la firme intención de sumarse a las huestes del subcomandante Marcos. Lo que encontraron en su peregrinar chiapaneco fue mil y un pordioseritos siguiéndoles como enjambre de abejas por cada pueblo. Encontraron indígenas que les hablaban en inglés para intentar venderles muñequitos de Marcos y camisetas del EZLN. Encontraron encapuchados que cobraban por dejarse sacar una foto con los turistas. Dos meses después Agnella y Arno vivían una luna de miel paria en la playa de Zipolite. El edén oaxaqueño activó la fertilidad y Agnella quedó embarazada. Arno sugirió volver a Italia. Agnella quiso quedarse. La acompañaría en su exilio un surfo mexicano con quien empezaba a entenderse de maravilla. La niña nació en Puerto Escondido cuando Arno ya estaba de regreso en Livorno. Nunca ha podido verla más que en foto. Agnella nunca ha querido volver a Europa. A Arno lo aguardaba un paraíso de desempleo. Lo aguardaba la indiferencia de los colegas de pandilla que habían madurado. La militancia antifascista radical y la indignación eran asuntos de hormonas adolescentes. Ahora había que buscarse un empleo e intentar construir algo parecido a una vida. La euforia y la rabia yacían domesticadas. Brotaban por quincena y se limitaban a la grada del Armando Picchi. El resto era pura y vil corrosión de la conformidad.