Eterno Retorno

Wednesday, May 08, 2013

Toda memoria es injustamente selectiva. Ninguna historia es capaz de dimensionar el tamaño del olvido y ningún personaje es capaz de gobernar los designios de la posteridad. Héroes o villanos colgados por la eternidad de un minuto; de esa absurda alineación de astros capaz de colocarnos en el momento y el lugar indicados que sellarán su pacto con el infinito. Tamaña injusticia no es solamente obra de la liturgia mediática y sus designios. Tu vida misma y lo que de ella crees recordar, son tres o cuatro minutos mostrencos; un olor, una melodía, una imagen pesadillesca. El primer beso torpe y baboso de tu adolescencia; el dolor de tu brazo partido en esa absurda caída; tu premio de empleado del mes en McDonalds; la muela arrancada por un dentista tosco; tu hijo chorreado fluido de placenta en la maternidad; el médico advirtiéndote de las maldades de esa enfermedad crónico-degenerativa que va a matarte. Tú recuerdas eso, pero ante unas cuantas personas para las que tu cara y tu nombre pueden llegar a significar algo, lo que sobrevive es una anécdota aun más absurda: unas palabras estúpidas que no recuerdas haber pronunciado (y que tal vez ni siquiera pronunciaste) una travesura ridícula o tu pelo ingobernable en la foto de grupo que te recordará ese compañero de la secundaria a quien muchos lustros después encontraste en un elevador. Y la vida es eso: un océano de olvido, un cofre de anécdotas que yacen refundidas en algún pozo del subconsciente. El irremediable naufragio de la memoria que algunos intentamos sin éxito conjurar mientras desparramamos palabras.