Eterno Retorno

Friday, March 08, 2013

Una noche Arkan irrumpió en la guarida. Venía tenso, agitado. Era necesario salir a hacer un rondín nocturno en busca de unos traidores. Unos malditos orejas que estaban sirviendo de correo a los croatas, que según una denuncia yacían ocultos en alguna casa. Para tu fortuna, fuiste uno de los ocho elegidos por Arkan para acompañarlo. De madrugada recorrieron las desoladas calles de una ciudad oscura y silenciosa. Ubicaron una vieja casa de dos plantas en pleno centro. Aguardaron unos minutos al acecho esperando un movimiento hasta que Arkan dio la orden de destrozar la puerta a patadas y entrar con los fusiles listos para disparar a lo primero que se moviera. Entonces entendiste lo que significa desempeñar el papel de ángel exterminador y convertirte en lo más temido, lo más abominado. Echaron la puerta abajo. Entraste delante de todos. La casa estaba a oscuras pero alcanzaste a distinguir una sombra desde la escalera arrojándoles un objeto. Ni siquiera esperaste la orden y disparaste. Escuchaste gritos, cristales rotos. A tus pies había reventado una botella, un intento de bomba Molotov que no alcanzó a estallar. Cuando alguno de tus compañeros encendió la luz, viste a una mujer reptando sobre los escalones, intentando arrastrarse hacia el piso de arriba con el abdomen despedazado por las balas; tus balas. Por primera vez en tu vida habías disparado tu fusil contra un objetivo humano y habías acertado. “Remátala, rápido”, te gritó Arkan. La mujer era un animal herido, despavorido, con suficientes dosis de adrenalina para arrastrarse sobre el charco de sangre donde yacían sus tripas y los girones de piel. Tú eras el ángel exterminador que venía a concluir su obra. Apuntaste a su cabeza y disparaste. La sangre te salpicó el pecho. La cara de la mujer era un guiñapo enrojecido. Ni siquiera alcanzaste a distinguir las facciones de su rostro. Aunque no escuchaban más ruido, intuían que la mujer no estaba sola en casa. En el segundo piso había una habitación cerrada con llave. Radko disparó su ametralladora sobre la puerta de madera. La respuesta fueron seis balazos desde el interior. Radko se desplomó y ustedes irrumpieron en la habitación descargando los fusiles de asalto. Habrán sido diez segundos de tormenta, suficientes para dejarlos aturdidos, casi sordos. Bajo el humo que cubría la habitación encontraron cuatro cadáveres y dos viejas escopetas de cazador. Su primera acción de limpieza estaba concluida, aunque el saldo no era blanco, pues Radko se desangraba. Habían gastado demasiado parque para matar a cinco personas y los tiros debían haberse escuchado en muchos metros a la redonda. La calle, sin embargo, seguía en silencio. Ese fue tu primer patrullaje de limpieza y aquella mujer de las escaleras fue el primer ser humano al que le quitaste la vida. Aquella noche se quedó a vivir en tu memoria, como vive la primera vez que fuiste al estadio del Estrella Roja a los ocho años de edad y como vive la primera vez que cogiste con una puta y la primera vez que tomaste en tus manos un AK-47 la tarde en que conociste a Arkan. Pero las segundas y terceras veces las has ido olvidando. No sabes ni recuerdas a cuántos partidos del Estrella Roja has ido en tu vida, como no recuerdas ni sabes con cuántas putas has acabado encamado después de tus noches de juerga y pelea. Tampoco tienes muy claro a cuántos seres vivos eliminaste en aquellas operaciones de limpieza. Los lugares y las acciones se amontonan en tu mente, se revuelven en caótica licuadora donde sólo queda el recuerdo de tus manos calientes, sudadas y el aturdimiento eterno tras las ráfagas. Los patrullajes nocturnos se volvieron cada vez más frecuentes. Los soldados se batían en el campo de batalla y a ustedes les tocaba salir a limpiar civiles al caer la noche. Buscaban casas de seguridad que albergaban guerrilleros; bodegas ocultas que servían como arsenales y despensas; iglesias transformadas en refugios. Tras el patrullaje volvía a irrumpir el ritual del aburrimiento, las horas muertas encendiendo cigarros húmedos.