Eterno Retorno

Sunday, January 20, 2013

LOS “CIERVOS” DE LA NACIÓN

Por Daniel Salinas Basave---
Pues bien, ahora resulta que los “padres de la patria” son unos venados, que Mariano Matamoros era en realidad una señora, Javier Mina tenía una personalidad múltiple, pues era siete personas a la vez, y los huesos que el gobierno de Felipe Calderón quiso hacernos venerar como objetos sagrados, eran solamente eso: despojos humanos infestados por hongos, simple y vil tejido óseo carcomido por el paso de los siglos. Vaya escándalo que se ha armado ante la “revelación” hecha por antropólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quienes confirmaron que las osamentas que yacían bajo el Ángel de la Independencia y desfilaron por el Paseo de la Reforma para celebrar el Bicentenario en 2010, no corresponden a los caudillos insurgentes. La historia es, en el mejor de los casos, digna de una novela de Ibargüengoitia o Roa Bastos, una acabada pieza de ese surrealismo tan nuestro, elevado a la categoría de liturgia nacional. Cuestión de recrear el cuadro: en un país devastado por la violencia y la incertidumbre, un solemne cortejo encabezado por el primer mandatario, rinde honores militares a los huesos podridos de unos venados y unos anónimos niños colocados dentro de urnas de terciopelo verde . ¿No les parece una representación del mejor teatro del absurdo? Hoy no nos cabe la menor duda: Morelos era en efecto el “Ciervo” de la Nación. Y pensar que nos reímos de Antonio López de Santa Anna por ordenar honras fúnebres para su pierna perdida en la Guerra de los Pasteles. Ojalá que Felipe Calderón lo incluya en su cátedra en Harvard. Lo verdaderamente ridículo, más allá de la cuestionada autenticidad de las osamentas, es esa vocación tan primitiva de rendir adoración a los restos. Los huesos, huesos son. No hay divinidad alguna en ellos ni mágicos poderes que contagien valor y patriotismo a una nación golpeada. Pero la interpretación y representación de nuestra Historia es siempre litúrgica, ceremonial, más dada a la adoración de reliquias como objetos sagrados que al análisis y cuestionamiento de procesos humanos.
Pero claro, en esto de adorar cadáveres no estamos solos en el mundo. La Unión Soviética tuvo durante décadas como objeto de culto y peregrinaje del comunismo internacional el cadáver embalsamado de Lenin, mientras que el cuerpo de Evita Perón, con sus cuatro copias de cera incluidas, le dio un par de vueltas al mundo con sus respectivas historias de espionaje e intrigas diplomática magistralmente retratadas por el colega Tomás Eloy Martínez en su novela “Santa Evita”. Lo que al final debemos preguntarnos los mexicanos es: y si las osamentas son apócrifas ¿qué diablos pasa? ¿Acaso los huesos de Allende e Hidalgo, que tanto se odiaron en vida, son diferentes de los de cualquier otro mortal? Bajo el Ángel de la Independencia, en un elegante mausoleo, duermen el sueño eterno unos huesos que en vida estuvieron cubiertos por una piel humana cualquiera o por la carne de un pobre venado, cuyo destino final era ser colocado dentro de una urna en el centro neurálgico de la cultura nacional y ser adorado en una ceremonia tan ridícula por lo solemne de su intención. Un símbolo digno y apropiado para un país donde la mentira y la impostura suelen ser bien retribuidas.