Eterno Retorno

Friday, April 20, 2012

Una lluvia fría y machacona cae sobre Tijuana la mañana de aquel 20 de abril de 1988. El Gato despierta en su recámara y acaso se ha mirado en el enorme espejo que hay en el techo sobre su cama. Con su refrigerador vacío, el Gato no prueba bocado en casa y sale religiosamente a desayunar cada mañana en algún café cercano en donde casi por regla general algún espontáneo comensal se le acerca para contarle un chisme. En el momento en que Héctor despierta aquella lluviosa mañana, su casa está siendo vista a través de unos binoculares.

Puro Racimo de Horcas. Chutaos esta alucinada historia estancada
Por aquellos días alterné mis notas suicidas con historias noveladas sobre el día de mi muerte. Eran historias narradas en segunda persona en donde describía mis últimos momentos en circunstancias distintas. Eran doce historias sobre una mujer llamada Ipanema que en todos los relatos tenía 29 años y se preparaba para matarse. Aunque su nombre y su edad eran los mismos, las circunstancias que la rodeaban y la forma de matarse eran distintas. Ipanema se cortaba lentamente las venas sumergida en la bañera de un hotel de lujo (la hoja de la daga, lamiendo tus venas como una lengua filosa…hilos de sangre oscura van tiñendo tu lecho de agua) Ipanema tomaba cianuro de potasio en medio del bosque (el aliento de la Muerte al besarte son las almendras amargas impregnando tu boca) Ipanema se pegaba un tiro en la boca tras los anaqueles de una antigua biblioteca (la última felación de tu vida, el cañón de la pistola como un símbolo fálico entre tus labios) Ipanema, como Ana Karenina, se arrojaba al tren en una helada estación europea (el lejano silbar de la máquina es la llamada de tu Muerte…las ruedas de metal que han de desmembrar tu cuerpo giran musicales sobre la vía) Ipanema, como Alfonsina Storni, se arrojaba al mar (has pasado cada atardecer de tu vida contemplando el Pacífico y hoy te entregas a sus olas como sumisa amante, ofrenda en sacrificio) Ipanema se muere hoy fue el título que elegí para mi colección de relatos que inscribí a los premios estatales de literatura en la categoría de cuento. No gané por supuesto, pero mi mención honorífica fue la llamada de una psicóloga del DIF estatal.

Thursday, April 19, 2012






Mi puerta de entrada a la literatura fueron los caballeros medievales. Tuve una infancia cobijada por la fantasía, donde había jardines habitados por duendes. Vaya, mi fiesta de ocho años fue una fiesta temática y la piñata fue el Caballero de la Blanca Luna. Dado que la semilla quedó plantada, era lógico que me aficionara a una banda como Blind Guardian, en cuyas letras habitan elfos, bardos, dragones y tierras mágicas. Mucho antes de que el cine lo pusiera de moda, ellos se encargaron de llevarnos de viaje a la Tierra Media de Tolkien. Musicalmente Blind Guardian me parece una banda excelsa, derrochadora de creatividad. Poco conocidos en América y apenas tomados en cuenta en Estados Unidos, en Europa son institución (llegaron a tener su propio festival en Alemania) La aleatoriedad caprichosa me ha negado la oportunidad de verlos en vivo. En 1996 llegué a San Sebastián un día después de su concierto; en 2002 cancelaron en San Diego por un accidente en la carretera cuando yo estaba con mi boleto afuera del 4andB y en 2006, cuando por fin tocaron en California y en el Monterrey Metal Fest, yo estaba a 10 mil kilómetros de distancia al Sur. Es irremediable: la Canción de los Bardos patea fuerte en mi espíritu.


Cuando una prosa es tan endiabladamente musical, acabas por derrumbar cualquier barrera. Con Galeano la historiografía seria se va al carajo. ¿Es un ensayista? ¿Es un historiador? No lo sé. Yo a Galeano lo leo como poeta. El reverso extremo del academicismo es esa Historia tan empapada de cierta sustancia que a algunos les da por llamar realismo mágico. No nos preguntemos si lo que cuenta ocurrió exactamente así, si son verdades comprobables o meros ensueños. Simplemente disfruta y alucina a gusto.Puedes estar o no de acuerdo con la visión del mundo de Galeano, pero cuesta trabajo creer que haya alguien que no lo disfrute como prosista. Se supone que es un narrador, pero yo lo considero uno de mis poetas favoritos.

Tuesday, April 17, 2012





Para no hablar de política, metrobuses atiborrados y delirios del autoexilio, dejemos mejor que sea Belén Arzaluz quien nos comparta uvas podridas de su racimo de horcas. Hoy Arazaluz nos platica sobre dos princesas adúlteras y suicidas.


No todos los suicidios románticos dejan por herencia bellos cadáveres, pero la narrativa decimonónica no era escrita por reporteros amarillistas. Una mínima dosis de sentido común, me hace pensar que el de Ana Karenina no fue en absoluto un bello cadáver. Nadie que haya estado bajo las ruedas metálicas de un tren puede aspirar a ser una bella durmiente impoluta en un ataúd de cristal. Ana Karenina siempre me ha parecido hermosa, el non plus ultra de la elegancia. Aunque Sophie Marceu me gusta y mucho, como lectora he imaginado un rostro específico para Ana que no se parece a ninguna de las actrices que la han representado. Mi Ana Karenina es bella y derrocha clase. Sería fácil imaginarle como una muñeca de cera en un altar de rosas, pero Tolstoi decidió que esa dama muriera aplastada por el tren. Aun así, el conde de Yasnaia Poliana no tenía vocación por la nota roja y se conformó con terminar el inolvidable monólogo interior de la suicida en el momento en que se arroja a las vías del tren, como quien salta a otra dimensión. Es el final. No se narra el impacto del cuerpo de la dama con la mole metálica, ni hay ruedas rebanando extremidades ni tripas esparcidas sobre los rieles. La imagen de Karenina muerta debe haber sido digna de la mejor foto del Alarma. ¿Había pasquines policiacos en la Rusia zarista? Un cuerpo aplastado por el tren, sea el de un rudo ferrocarrilero o el de una princesa petersburguesa, acaba necesariamente desmembrado, desfigurado, transformado en amasijo de sangre y jirones de piel desgarrada. Tolstoi decidió que fuera el lector quien construyera esa imagen. Claro, pudo haber narrado las labores de los empleados de la estación recogiendo los miembros mutilados de las vías y acaso habría inmortalizado la escena de un ferrocarrilero que recoge la cabeza aplastada de Karenina y la coloca sobre una manta donde yacen pedazos ensangrentados. Pero en el suicidio romántico no existen las tripas. La historia de la literatura inmortalizó el monólogo interior de Ana, con el que Tolstoi se adelantó medio siglo a Joyce y el sí quiero de Molly Bloom. El primer monólogo interior en la historia de la novela, es el monólogo de una suicida que está a punto de arrojarse contra un tren. “Y súbitamente se desvaneció la niebla que lo cubría todo y la vida se le presentó por un momento con todas sus radiantes alegrías pasadas. Pero Ana no bajaba la vista del segundo vagón que se acercaba”. Por su ausencia brilla el ruido de la máquina que se aproxima y la intuición de la devastadora fuerza del golpe fatal. Segundos antes de arrojarse bajo las ruedas del tren que la desmembrará, a Ana tan sólo la embargó una sensación semejante a la que experimentaba cuando se disponía a entrar en el agua para bañarse.
Cuando hablamos de Ana Karenina es imposible no ceder a la odiosa comparación con su espejo francés: Emma Bovary. Mujeres casadas, insatisfechas, sometidas a la tiranía de los convencionalismos sociales. Mujeres decimonónicas, mujeres adúlteras, mujeres suicidas. Cierto, el esposo de Ana es un alto funcionario de San Petersburgo y el de Emma es un modesto médico rural, pero la prisión matrimonial es igualmente lacerante y la moral victoriana se aplica con igual rigor. Cierto, Karenina no sufre angustias económicas, mientras que la modesta señora de Bovary, inmersa en la clase media rural de Normandía, debe sobrellevar el tedio matrimonial aparejado a la carencia y el límite. Flaubert fue bastante más explícito que Tolstoi a la hora de narrar la muerte de su heroína. Emma toma el arsénico y su final es lento, angustiante. Hay arcadas de dolor, miembros engarrotados, sufrimiento. Emma tiene tiempo de sufrir mientras reflexiona sobre su “culpa” y se arrepiente. ¿Eran Tolstoi y Flaubert, pese a todo, unos machistas mojigatos para quienes el único destino posible para una adúltera es un suicidio cruel? ¿El suicidio es el justo castigo? ¿Los demonios de la culpa son verdugos justicieros? ¿O es la hipócrita sociedad la que condena a dos mujeres por ceder a sus impulsos? Por lo que a la dama normanda respecta, Vargas Llosa ya ha hecho la tarea en La orgía perpetua y no seré yo quien decida si Tolstoi absuelve o condena moralmente a Ana Karenina.