Eterno Retorno

Saturday, January 14, 2012



Sexto aniversario luctuoso. Él se ha ido. Su herencia es eterna y en cada relectura descubro, aún con más intensidad, a un verdadero enamorado de la sabiduría.

Hay personas a las que amas. Otras, muy pocas, a las que te debes en todo tu ser. Hay personas que con su sola presencia definieron tu camino, aunque al final, hayas acabado por errarlo.

Friday, January 13, 2012







Publicado ayer en El Informador

Por Daniel Salinas Basave
Hasta la saciedad hemos escuchado aquello de que los jóvenes de ahora ya no leen. Una afirmación así, obliga a pensar que los jóvenes de antes sí leían o que México pasó de ser un país de lectores a un país de no lectores. La verdad no estoy tan seguro. Posiblemente nuestros padres y nuestros abuelos tuvieron inculcado el hábito de la lectura y lo practicaron con mayor regularidad que nosotros, pero de ahí a pensar que México fue alguna vez esa Atenas que soñó José Vasconcelos hay un gran trecho. En realidad México ha sido históricamente un país donde las letras son simples adornos, dibujitos incomprensibles. Una cruel paradoja si tomamos en cuenta que fue aquí donde se estrenó la primera imprenta de la historia de América el 25 de septiembre de 1539, apenas 84 años después del nacimiento de la primera imprenta de Gutenberg en Maguncia, Alemania. Teníamos imprenta, cierto, pero casi no teníamos libros y mucho menos lectores. En una sociedad de castas como la virreinal, sólo los españoles peninsulares y los criollos leían, mientras que mestizos e indígenas permanecían institucionalmente en el analfabetismo, al igual que las mujeres. Lo de Sor Juana realmente fue heroico, una velita en un oscuro océano de ignorancia. Además, los libros que circulaban en el México virreinal eran limitadísimos y se reducían a misales, catecismos y biblias, pues ni siquiera las crónicas de los conquistadores, llámese la “verdadera historia” de Bernal Díaz del Castillo y las Cartas de Relación de Hernán Cortés eran de libre circulación. No debe extrañarnos que nuestros primeros caudillos insurgentes hayan sido sacerdotes, pues los eclesiásticos de cualquier nivel eran de los pocos privilegiados que sabían leer un libro en el virreinato, mientras que los hijos del pueblo como Vicente Guerrero permanecían en el analfabetismo. Alguien tuvo que leer Montesquieu y Rousseau para poder redactar los cimientos legislativos del embrión de país, llámese Sentimientos de la Nación y Constitución de Apatzingán, que casi nadie comprendía en 1814. Se podría simplificar el asunto y decir que el analfabetismo en México fue propiciado por el oscurantismo represor de la Iglesia Católica, pero bajo el imperio de la liberal y jacobina Constitución de 1857 las cosas no mejoraron demasiado. Ponciano Arriaga, de quien hablábamos en la columna anterior, fue de los pocos liberales que concibió un proyecto de educación pública y libro de texto gratuito en esa época, pero lo cierto es que en el México de Juárez el analfabetismo no fue abatido. Hace apenas cien años, cuando estalló la Revolución, en este país había un analfabetismo que rondaba el 90%. Francisco I. Madero era de los pocos señoritos cultos que leía y escribía, pero la inmensa mayoría de los mexicanos eran como Pancho Villa, hijos de la tierra formados a trancazos sin una sola letra a su alrededor. Visto en esa perspectiva, la cruzada cultural de José Vasconcelos fue un acto verdaderamente heroico, sin duda la mayor proeza de todo el movimiento revolucionario. Llevar las letras a los más abruptos confines de una nación sumergida en el más humillante atraso cultural. Vasconcelos logró mucho más que cualquier caudillo revolucionario, pero aun así su gran Arcadia de la raza cósmica quedó en una de las más fascinantes utopías que ha parido de nuestra historia. La república de los cultos del Ulises Criollo no existió nunca. No hay peor nostalgia que añorar aquello que jamás sucedió. México jamás fue un país de lectores, aunque es evidente que la juventud de los 60 leía más que la juventud de 2012. Hoy hay mucho menos analfabetismo que hace 50 años y sin embargo la gente lee menos libros. La encuesta hábitos de lectura de la Unesco ubica a México en el lugar 107 de 108 países estudiados. En su ensayo “La lectura como fracaso del sistema educativo”, Gabriel Zaid señala que hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero que el dieciocho por ciento de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en una librería. Cierto, nunca antes el nivel de alfabetización había sido mayor en el país si por alfabetización entendemos una persona que sabe la diferencia entre una A y una U y es capaz de leer y escribir una palabra, aunque su nivel de lectura nunca supere primero de primaria. Ojo, no se trata de tener un país de doctores en letras en donde en una fila de banco haya 30 personas leyendo a Daniel Sada o a Paul Auster, pero creo que al menos podríamos aspirar a vivir en una nación donde los diputados sean capaces de leer con fluidez un párrafo y donde el candidato favorito para la Presidencia de la República no sea un cabeza hueca con una cultura de telenovela y chatarra audiovisual. Y claro, no evado la culpa: los amantes a la lectura no hemos sido capaces de contagiar este placer cada vez más extravagante y sectario. Nos ha faltado creatividad y estamos huérfanos de ideas. Cuando de hacerla de promotor se trata, me limito a decir que le lectura no es un medio sino un fin en sí mismo, uno de los mayores placeres que tiene la vida cotidiana, un fascinante acto de hedonismo escapista, pero la gente no me cree y este tema de la crisis de la lectura no se agota en una sola columna, así que esto es solo el principio. Advertidos quedan.

Wednesday, January 11, 2012


Un visionario llamado Ponciano Arriaga


Por Daniel Salinas Basave


Jurisconsultos y maestros en derecho comparado coinciden en que la Constitución Mexicana de 1857 se adelantó a su época. Fue una Carta Magna radicalmente liberal que enarbolaba conceptos que ni siquiera en la revolucionaria Europa de 1848 se habían puesto en práctica. A diferencia de la tímida y mojigata Constitución federalista de 1824, que seguía estableciendo a la religión católica como la única tolerada en México, la de 1857 estableció un extremo laicismo sin cortapisas de ninguna especie. De golpe y porrazo, la todopoderosa Iglesia Católica perdió todos sus privilegios. Lo mismo le sucedió a los militares y sus intocables fueros. La Constitución del 57 también apostó por una división de poderes a ultranza, con demasiados límites para el Ejecutivo y amplias facultades para el Legislativo, con un auténtico federalismo que hasta la fecha jamás se había practicado. México se transformaba en una suerte de república parlamentaria con esta liberal legislación que dio lugar a escándalos y anatemas de los ensotanados. Al infierno se condenarían quienes apoyaran esa ley hereje, gritó el alto clero. En su afán de enaltecer a Benito Juárez como el gran becerro de oro de nuestra historia, el catecismo oficialista se ha olvidado de la gran generación de liberales que conformaron el constituyente de 1856. Hemos perdido demasiado tiempo con la leyenda del romántico pastorcito zapoteca y nos hemos olvidado de las mentes maestras que construyeron los cimientos legislativos del México moderno. A menudo, cuando pensamos en 1857 nos limitamos únicamente a Juárez y en el mejor de los casos a Melchor Ocampo, olvidando a la constelación de pensadores e intelectuales más rica y diversa que dio el Siglo XIX. Uno de esos pensadores fue el potosino Ponciano Arriaga Leija, en cuya mente germinó la estructura de la legislación que se adelanto a su época. Dos siglos se acaban de cumplir del nacimiento de Ponciano Arriaga, que vino al mundo el 19 de noviembre de 1811 en San Luis Potosí. Hijo de Dolores Leija y Bonifacio Arriaga, Ponciano nació en plena guerra de independencia en la tierra donde por años mandó el terrible Félix María Calleja del Rey. Aunque el concepto universidad había sido abolido en el Siglo XIX mexicano, existía la enseñanza superior en los colegios. En San Luis existía el Colegio Guadalupano Josefino, que en el Siglo XX se transformaría en la Universidad Autónoma de San Luis, alma mater de Ponciano Arriaga en cuyas aulas realizó sus estudios de jurisprudencia en una época en la que el Derecho Romano aún se impartía en latín. Sólidas fueron las bases que se le inculcaron a Arriaga, cuya pluma redactó la mayoría de los artículos de la Constitución liberal. En el caso de Ponciano Arriaga nunca hubo medias tintas, tibiezas ni relativismos. Fue un liberal a ultranza, federalista y convencido antisantaanista que fue construyendo una sólida carrera primero como regidor en su natal San Luis, luego como diputado en el congreso local y más tarde como responsable de la educación en tierras potosinas, donde encabezó uno de los primeros proyectos sólidos de escuela pública. Llegó al Congreso de la Unión en 1843 y combatió la intervención estadounidense de 1846 cuestionando la pasividad de sus compatriotas frente a la mutilación del territorio. Al igual que Juárez, Ocampo y toda la generación de liberales de la época, debe exiliarse en tiempos de la Dictadura de Santa Anna y refugiarse en Nueva Orleans, hogar de librepensadores y masones mexicanos y siguiendo el mismo destino de Juárez, retorno a tierra mexicana cuando Juan Álvarez y su Revolución de Ayutla derrocaron a Santa Anna. Es en ese momento cuando Ponciano Arriaga emprende su obra cumbre: ser el director de orquesta de la Constitución de 1857, construyendo la columna vertebral de la nueva Carta Magna, revolucionaria y polémica hasta para los propios liberales. Se dice que Juárez llegó a considerar que la Constitución era en realidad inaplicable por todos los límites y candados que imponía al Poder Ejecutivo. Arriaga fue siempre un apasionado defensor de la Constitución, desconocida por el propio presidente Comonfort, que motivaría el cuartelazo conservador encabezado por Félix Zuloaga y daría lugar a los tres sangrientos años de la Guerra de Reforma. Dentro de su visionario pensamiento, destacan su aportación legislativa en materia de tenencia de la tierra. Su tesis sobre el derecho a la propiedad es el embrión de lo que más tarde se conocería como ejido. En una época de supremacía machista, Ponciano Arriaga fue de los pocos jurisconsultos que se pronunció a favor de la igualdad de los derechos de las mujeres. Ponciano Arriaga murió en su natal San Luis en el verano de 1865, cuando Maximiliano gobernaba México. No alcanzó este liberal a ver el triunfo definitivo de la República y el restablecimiento de la Constitución de 1857. Sus restos descansan desde hace 112 años en la Rotonda de los Hombres Ilustres, pero a mi juicio la historia no ha dado todavía a este brillante potosino el lugar que por su estatura intelectual merece.

Monday, January 09, 2012






Me van a perdonar, pero yo sigo clavado en la tecla de mi desintoxique literario...

Así, debidamente colocado en los territorios de la hastalamadrez, transcurre una semana en la Ciudad de los Palacios, mirando el mundo desde una azotea, escuchando historias y leyendas de las tocadas dominicales en la Última Carcajada de la Cumbancha, donde hardcoreros como Massacre 68 y Atoxxxico alternaban con punketos de vieja escuela como Síndrome o RebelDPunk. Lo peor es cuando en el escenario alternaban bandas punketo-hardcoreras con bandas metaleras de thrash-death. En esos casos las madrizas se tornaban sanguinarias, un auténtico holocausto de tribus enfrentadas a muerte, mohaks contra greñas, defendiendo cada uno su clase de ruido. Punks y metaleros eran como perros y gatos. No podían verse. De ahí surgió la rola Divisiones Absurdas de Atoxxxico (Yo necesito de ti, tanto como tú de mí, dejémonos de pendejadas basta ya de agredir) cantaba Alejandro Echavarría el Mosh antes de convertirse en líder estudiantil del CGH una década después, con las mismas rastas sin lavar. Y eso que tú no fuiste a la tocada de la Polla Records en la Cumbancha, el 1 de septiembre de 1990. Aquello estuvo a punto de convertirse en una tragedia de proporciones mayores, algo así como el Cromagnon en Buenos Aires o el News Divine en el mismo DF, una verdadera carnicería. Como marca la regla en las tocadas punketas, hubo portazo, lo que significa que unos 100 o 200 punks bravos de Neza entraron a putazo limpio y en cargada al pequeño local que ya para entonces estaba atiborrado. Yo traía mi boleto en la mano (sí, yo, no tú, porque esto es otra vez un delirio autobiográfico) y ni siquiera tuve que entregarlo, porque entré así, sacudido por el huracán del portazo justo cuando empezaba a tocar Massacre 68. Cuando la Polla salió a escena aquello era una lata de sardinas drogadas donde el sudor evaporado caía del techo en forma de lluvia. Adentro del LUCC estaba lloviendo cuando el Evaristo arrancó cono “Quiero un Buey”. Dicen que el bataco de la Polla se puso claustrofóbico, que alguien apeló a una dosis de sentido común, pero así no se podía tocar. El sudor llovía y las guitarras les daban toques eléctricos. A las pocas rolas la Polla decidió que no podían seguir y el Evaristo ofrecía boletos gratis para Pantitlán que es al aire libre, pero que por favor desalojaran antes de que ocurriera una tragedia. Esa noche Jacobo Zabludowsky, Lolita Ayala y los comunicadores oficiales del régimen de dictadura perfecta (Vargas Llosa dixit) que aún imperaba en México, habrían podido enterarse que en la ciudad había un hoyo llamado la Última Carcajada de la Cumbancha (L.U.C.C) y que en el mundo existía una banda llamada la Polla Records y que en este país habíamos gente que escuchaba algo más que los pedazos de mierda que nos chutaban en Siempre en Domingo. Jacobo habría hablado de la inconsciencia y el desenfreno de jóvenes drogadictos que provocaron una tragedia con decenas de muertos por asfixia y sofocación, aplastados bajo un enjambre de botas militares entre nombres de guerreros urbanos llamados el Ganso, el Confitón, el Thrasher, el Chompis y el Mosh, que en aquella tocada la hacía de portero y que diez años después sería líder de la huelga más larga de la historia de la UNAM y 20 años después andaría vendiendo cosas de puerta en puerta y jalando como maestro sustituto en una playa michoacana. Esos épicos relatos los escuchas mientras inhalas resistol en el techo de esa vivienda inundada por el omnipresente hedor de los basureros de Santa Fe.

Sunday, January 08, 2012





Por improbables rutas me conduce mi desintoxique literario.

Vas a subirte a un tren, sí, pero no al Regiomontano, sino en el guajolotero de media noche, un mitológico tren lumpen de cuya existencia dan fe alguna crónicas de viajeros supervivientes. Este tren es la forma más barata de viajar de Monterrey a la Ciudad de México. No hay una forma más económica de trasladarte. El pasaje te cuesta menos del 1% de lo que te cuesta viajar en avión. El problema es que tu viaje será unas 30 veces más largo que si lo hicieras en avión. El guajolotero tarda mínimo 30 horas en llegar de Monterrey a México. Su hora de partida es aleatoria, improbable. Vaya, el guardagujas de del maestro Arreola trabajaría en una compañía alemana si lo comparamos con los horarios del guajolotero de la media noche en el que tú y Napalm Goyo (o Goyo Carcass) se trasladarán a la Capital de la República para asistir a una tocada tan incierta e improbable como los horarios de ese tren de la era precámbrica que han de abordar una madrugada de primavera del año del señor 1991. Y lo peor de todo es que lo abordan. Decir que viajan en tercera clase sería demasiado sofisticado. Hay muchos más pasajeros que asientos en esos vagones y acaban amontonados en el suelo polvoso en donde la peste a sudor tiene un duelo por imponerse al hedor de los pedos constantes a los que tú por supuesto contribuyes. Baste señalar que han transcurrido más de cuatro horas y media y ni siquiera han llegado todavía a Saltillo. El tren es una suerte de reptil agónico, el último estegosaurio sobre la Tierra arrastrándose pesadamente por una estepa nevada de la era de la glaciación. Por momentos crees que el reptil ha muerto y quedará como alimento de buitres ahí en la capital de ninguna parte entre Coahuila y Nuevo León. Luego resucita y vuelve a arrastrarse pero te queda claro que si te bajas de ahí y te vas caminando, avanzarás más rápido que él. En algún lugar que supones es Matehuala, Goyo y tú compran una botella de plástico que contiene un extraño e incierto potaje de dudosísima procedencia, un pasaporte a la ceguera o la peor cruda de tu existencia, una patada a los huevos y una llamarada de fuego para el esófago ¿Es don Bucho? ¿O es más bien un Canoas? Me parece que el Viva Villa y el Tonayita no se comercializan por esos rumbos. Si este fuera un relato popular con ambiciones de realismo revolucionario en donde pretendiéramos mostrar una imagen heroica y abnegada del pueblo mexicano, podríamos hablar de hieráticos campesinos de rostros pétreos y abnegadas mujeres hijas de la tierra que viajan a través del México profundo en ese sombrío vagón sin ventilación, aunque viéndolo bien ya me estoy imaginando más bien un relato con la endiablada prosa de un José Revueltas ¿Te imaginas si el barbudo de Papasquiaro describiera la escena de ese vagón donde compartes una pachita del más barato aguardiente? La muerte estaba ahí, blanca en la silla con su rostro. En efecto, la muerte podría estar sentada ahí, en ese tren herrumbre. El mezcal, el vinagre. Porque el hombre tiene sed junto a la muerte. El tren se arrastra entre pueblos de polvo y amasijos de lámina que se juran estaciones. La población estaba cerrada con odio y con piedras, dice Revueltas.
Un anciano con un rostro labrado por siglos de joda y borrachera les ofrece un acuerdo comercial que ustedes no pueden rechazar: compartirle unos tragos de aguardiente a cambio de unos cigarros que por supuesto son Faros. Así, entre faritos, don buchanas y un silencio compartido transcurren las largas horas a bordo de un tren que y sin embargo…se mueve.