Eterno Retorno

Thursday, October 18, 2012

En torno a la polémica Galicot-González Cruz Por Daniel Salinas Basave
Escribo esta columna justo en el día en que cumplo catorce años de haber puesto mis pies y mis esperanzas en esta tierra bajacaliforniana que considero mía, pues uno es del sitio donde funda su hogar y nacen sus hijos, no del lugar donde los caprichos de la aleatoriedad lo llevaron a nacer. Pues bien, en la fecha en que celebro un aniversario más de mi llegada a Tijuana y precisamente al regresar de un viaje relámpago a Monterrey, a donde fui a presentar mi libro, me encuentro con el desplegado que el director del Club Campestre Arturo González Cruz pagó en dos medios impresos para dirigirse al presidente de Tijuana Innovadora José Galicot en relación a un discurso pronunciado la semana pasada en la cena de gala con el Presidente Felipe Calderón. Aclaro que no escuché el discurso de Galicot, aunque según me comentan personas que ahí estuvieron fue buenísimo. Lo que me sorprende es la respuesta de González Cruz, quien parece sentirse muy ofendido con sus palabras. En torno a su respuesta, tengo algunas observaciones. Desde que llegué a vivir a esta ciudad me he encontrado con gente que piensa que amar a Tijuana es sinónimo de negar u ocultar todo vestigio histórico que huela a inmoral. Para ellos la llamada leyenda negra es un nombre impronunciable. De acuerdo: todas las ciudades del mundo tienen y han tenido su distrito rojo. La diferencia es que en Tijuana el juego, el alcohol y la prostitución forman parte de nuestro mito fundacional. Vaya, los giros negros no llegaron, como en otras ciudades, para satisfacer a una gran población de obreros o trabajadores de alguna industria preexistente que necesitaban desahogo, sino que la ciudad empezó a crecer, poblarse y desarrollarse a raíz, precisamente, del boom de estos giros, que satisfacían la demanda de los turistas. Cuestión evaluar y comparar el censo: en 1921, justo al iniciar la década de la ley seca en Estados Unidos, Tijuana tenía 1 228 habitantes. En sólo nueve años, la población se multiplicó por diez, pues en 1930 sumaba ya 11 mil 271 habitantes. Semejante explosión demográfica que supera toda lógica se debió, nos guste o no, a la derrama económica que decenas de miles de turistas sedientos de diversión y cerveza dejaban en esta ciudad. Negarlo o minimizarlo es imposible. La industria, las exportaciones y el comercio a gran escala llegaron después y no creo que se respete o se ame menos a Tijuana por reconocer que nuestro primer gran “boom” económico y poblacional tiene que ver con lo que algunos llaman leyenda negra. Lo que es digno de aplaudir es la capacidad y la visión de los primeros tijuanenses para adaptarse y reinventarse ante las demandas de un mercado y un entorno geopolítico en proceso de transformación constante. El tijuanense ha tenido la habilidad de evolucionar e innovar ante realidades adversas y eso es lo que celebramos. A Tijuana por fortuna le gusta estar en la vanguardia. Además, si algo amo de esta ciudad, es que aquí, por fortuna, las aristocracias, los apellidos y los abolengos se ven ridículos. Tijuanense es quien vive, trabaja y ama por esta ciudad, independientemente de su lugar de nacimiento. Continuará.