Eterno Retorno

Monday, October 29, 2012

Dos lecturas otoñales. Por Daniel Salinas Basave

Estas primeras semanas de otoño han sido acompañadas por dos lecturas que en verdad vale la pena compartir: Arrecife de Juan Villoro y La sirvienta y el luchador de Horacio Castellanos Moya. Estuve a punto de tirar un volado para dejar al azar elegir cuál de los libros reseñar en este InfoBaja de noviembre, pero decidí volver a romper mis propias tradiciones y comentar este par de novelas en el mismo espacio. Van juntas, sí, pero conste que no revueltas. Empecemos por Juan Villoro, quien ha sido un compañero habitual en este 2012 de tantos aviones. Por alguna u otra razón, en muchos momentos de este intenso año he estado acompañado de un libro de Villoro. Siendo un escritor tan versátil, tan completo y con tantas afinidades temáticas, que van de la literatura clásica al futbol, es casi imposible no volver a abrevar cada cierto tiempo de sus letras. En primavera disfruté inmensamente su libro de ensayos literarios De eso se trata y devoré en un vuelo Tijuana-Monterrey su epistolario futbolero con Martín Caparrós De ida y vuelta, además de topar con excelentes crónicas suyas en un par de antologías de periodismo narrativo que he reseñado en este mismo espacio. Mi colega José Garza me regaló Arrecife, la más reciente novela de este escritor a quien he disfrutado inmensamente como cronista, ensayista y filósofo futbolero, pero de quien pienso aun nos debe todavía una gran novela, con todo y su Premio Herralde ganado con El Testigo. De Arrecife me ha gustado sobre todo la construcción del personaje principal, un caótico ex bajista de rock, náufrago en la tempestad de drogas que sacudió una época alucinante y autodestructiva de la que es un sobreviviente, aunque sus recuerdos hayan quedado inscritos en el parte de bajas. Lesionado de una pierna por un accidente de adolescencia, sin un dedo y sin memoria, el bajista intenta rehacer su vida con cuarenta y tantos años de edad en el Hotel La Pirámide, un exótico y sui generis paraíso en la Riviera Maya que ofrece a sus huéspedes vacaciones de alto riesgo con deportes extremos y la cotidiana recreación de un entorno de violencia que pueden vivir en carne propia. Los turistas no pagan por relajación y descanso, sino por adrenalina y miedo. Nuestro personaje tiene la rara encomienda de musicalizar el acuario en donde una noche aparece muerto uno de los buzos del hotel con un arpón clavado en la espalda, lo que da lugar a una trama de tipo policial que con toda franqueza me parece fallida y forzada. Villoro construye un gran personaje principal y sólidos personajes secundarios, todos a su manera sobrevivientes, pero falla a la hora de tratar de generar suspenso. Las encrucijadas policiacas no son el fuerte de este autor. La atmósfera, la inocultable vibra ensayística del narrador y esa dosis de fina ironía que impregnan su prosa, salvan una novela cuya temática es terriblemente actual. Turistas del primer mundo depredando paraísos tropicales, idealizando guerrillas y dando sentido a sus vidas con permanentes cucharadas de peligro. Eso es Arrecife.
Hablemos ahora de La sirvienta y el luchador, última novela del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya. En los últimos once años he sido un fiel seguidor de la obra de este narrador centroamericano que a la fecha jamás me ha defraudado. Agilidad, contundencia y desparpajo son el sello de su prosa. Su marca registrada es narrar la violencia que ha sacudido y sacude a Centroamérica, pero es también un retratista de la miseria humana y el derrumbe ontológico. Un autor a quien no puedo concebir narrando un entorno ajeno a Latinoamérica. La sirvienta y el luchador continúa y acaso concluye la saga de los Aragón, iniciada en Donde no estén ustedes y continuada en Tirana memoria. Aunque cada novela es perfectamente legible por separado, hay conexiones y guiños constantes entre ellas, pues el telón de fondo es la historia de una familia salvadoreña marcada por el infortunio en distintas etapas de la historia de su país. La sirvienta y el luchador es posiblemente la novela de Castellanos Moya con personajes más fuertes y contrastantes. A la tradicional crudeza de sus descripciones, Castellanos añade personajes desgarradores. La sirvienta refleja el superlativo de la humildad y la abnegación de una típica abuela latinoamericana zarandeada por la vida, mientras que el luchador encarna el derrumbe físico y moral de un viejo torturador de la policía que no se resigna a su propia decadencia. El marco de la novela es el estallido de la guerra civil en El Salvador en 1980 entre las prédicas de monseñor Romero, los escuadrones de la muerte y la guerrilla urbana. Albertico Aragón y su novia danesa son secuestrados por un escuadrón de exterminio que los vincula con la guerrilla. La sirvienta, que por largos años ha trabajado para la familia Aragón, busca dar con el paradero de la pareja acercándose a su antiguo pretendiente, El Vikingo, un viejo ex luchador que integra los escuadrones de la muerte y hace lo imposible por mostrarse rudo e inflexible, aunque físicamente esté desmoronándose. El gran contraste entre los personajes principales es el cimiento de la novela. Ambos son viejos, son pobres y son de una u otra forma víctimas de la injusticia, aunque sus personalidades y su concepción del mundo yazcan separados por un abismo. A su alrededor, una galería de personajes secundarios desempeñan el rol de marionetas de una guerra cruel que enfrenta a las familias y extrae néctar de maldad de algunos seres que se encuentran inmersos en ella sin saber exactamente qué esperar. Desde el estudiante idealista que se convierte en guerrillero hasta los sádicos verdugos de la policía, pasando por una masa que malvive como puede en un absurdo entorno de violencia y crueldad sin límites en donde el único triunfador es el caos ciego. Una novela ruda, perturbadora, cuyos demonios no pierden actualidad, pues aunque el contexto es El Salvador en 1980, la eternidad de la semilla de la violencia hace que ese infierno salvadoreño parezca terriblemente vigente en el México de 2012. Hay avernos que parecen tener pacto con la eternidad.