Eterno Retorno

Sunday, September 02, 2012

jipy (fragmentos 1991)

Al igual que muchos morritos paridos por padres adolescentes en la mitad de la década de los 70, la cultura jipyteca te llegó por herencia familiar. Vaya, los Doors y Led Zeppelin te eran tan familiares como Cri-Cri a los cinco años de edad. The Moody Blues fue y es el non plus ultra de tu Madre. Esa ha sido por siempre su banda y rolitas como The Story in your Eyes y la celebérrima Nights in White Satin, fueron el soundtrack de tu infancia. Si las escuchas, te remontan de inmediato a un Monterrey que ya no existe, donde el Río Santa Catarina y la Quinta González eran oasis de magia en el que habitaban caballos, zorros y duendes. Muchos morros de tu generación, paridos por padres un tanto mayores, supieron de la existencia de Jim Morrison hasta 1991, cuando a Oliver Stone se le ocurrió sacar la película que los puso de moda entre los neopachecos, que descubrieron Soul Kitchen al mismo tiempo que Smells Like Teen Spirit. Hay una rola setentera que irremediablemente te pone triste y te remonta a ciertas tardes inmensamente melancólicas de tu feliz infancia. La rola se llama Summer Breeze. A mediados de los 90, los gótico-metaleros Type O Negative armaron una versión particularmente densa que te sumergía en dimensiones fantasmales, pero esa es otra historia que por ahora no ha sucedido.
La subcultura jipyteca te recuerda tu musical infancia. Tendrías unos seis años cuando fuiste a ver la película de SGP Lonley Hearts Club Band. La movie te agradó bastante, pero a tu primo Héctor, que tendría cuatro años de edad, le cambió la existencia y definió su rumbo: a la fecha es un beatlemaniaco incurable, al grado que cada que escuchas Beatles, te es imposible no pensar en él.
Sí, creciste con esa música de vuelos altos que a la fecha te resulta muy familiar, pero tu propio camino se definió en 1983-1984 y la primera influencia fue tu tío Walterio, el hermano menor de tu madre, bajista de la banda de hard rock Ángel de Acero, coleccionista compulsivo de discos, que en 1983 acudió a ver a Queen en el Estadio Universitario de Nuevo León y que surtía sus discos en McAllen apenas veían la luz, si bien muchos ejemplares de su colección los acabó comprando en versión nacional, en la llamada Serie Rocker, con los títulos traducidos al español en donde se podían leer apreciar canciones con nombres como Mamá ahora estamos todos locos, Rockéame como un Huracán O Rompiendo la Ley. En ese cuarto atiborrado de vinilos y posters, escuchaste por primera vez a AC/DC, a Scorpions, a Quiet Riot, a Accept, a Twisted Sister, a Judas Priest y a Van Halen. Desde entonces no lo has superado, aunque hoy, a principios de los 90, se manifieste en su vertiente tharsher-hard corera y punketa.
Lo simpático del asunto, es que bajo el criterio de tus compañeros de la Prepa Dos de la UANL tú eres un jipy. No hay en tu indumentaria algún símbolo de paz, pero bajo su criterio tú eres un jipyozo, como jipy es el tipo que escucha Silvio Rodríguez, Arturo Meza, Minor Threat o el TRI. En realidad, jipy es todo aquel que no sea un ranger o un fresa y tú entras en esa amplísima categoría. No importa si lo tuyo es Carcass o Fernando Delgadillo. Tú eres jipy y por jipy pasas en este mundo. Ximena, que hasta hace unos meses, era una niña fresa, ha entrado en los territorios de lo que se considera jipyteco, con todo y sus botas industriales y sus camisetas de Jim Morrison, Caifanes y Ramones.
Años después, desde la lejanía de tu vida adulta en pleno Siglo XXI, verás caminar frente a tí a morritos catorceñeros y te divertirás viendo el mosaico de subculturas que llevan en su vestimenta. Son flaquitos, de pantalón entubado y podrían pasar por esa cosa que en la primera década del nuevo milenio se llamará emo, pero si los observas bien, me encontrarás con una camiseta de Misfits o de Ramones o de Mago de Oz, aunque eso no está peleado con que lleven una chamarra con un parche de Guns n Roses y otro de Pink Floyd con los ladrillitos de The Wall, a lado de una planta de mota, una cara de Jim Morrison en la mochila y otra de Kurt Cobain o de Angus Young a lado de una virgen guadalupana abrazada por Alex Lora, un Eddie de Iron Maiden y una gorra de los Héroes del Silencio y por ahí si me apuras, en su libreta puedes encontrar la A de anarquía y hasta el simbolito de Crass, aunque en su iPod estén escuchando música de Nikki Clan y Nicho Hinojosa. Y ante sus compañeros de escuela, estos monumentos a la confusión de rebelde melancolía serán irremediablemente clasificados como jipys. En los ancestrales tiempos en que tiene lugar esta historia, no existen los iPods, pues de lo contrario puedes dar por hecho que Ximena y tú poseerían uno. Tampoco existe aún Mago de Oz, pues de otra forma sin duda Ximena sería su fan. Nirvana está grabando su disco Nevermind en ese preciso momento, al mismo tiempo que Metallica graba su black álbum y ambos serán dados a conocer al final del verano y el principio del otoño. Ximena posiblemente se volverá fan recalcitrante de Nirvana al igual que cientos de chicas de su generación, aunque ello no esté peleado con seguir evocando a Jim Morrison y tocar el cielo al subir por la escalera que le ha construido Led Zeppelin. El inicio de los 90 es un periodo híbrido. La juventud baila sobre los escombros del Muro de Berlín y el Viento de Cambio inmortalizado en la melcochona balada de los Scorpions recorre el mundo.
El problema es que bajo los escombros, la juventud sólo encuentra el beso del neoliberalismo a ultranza, un capitalismo cada vez más salvaje, mordelón y descarado. Sin demasiadas ideologías ni sueños para poder embriagarse, en el racimo de uvas de la última década del milenio no hay ira ni confort y queda tan solo una suerte de nihilismo pop. Inmerso en esa ensalada nihilista con místicas reliquias sesenteras, patadas punketas prófugas del 77 y nacientes gruñidos grunchys en un mundo que no sabe exactamente lo que comunica su rostro al mirarse en el espejo...