Eterno Retorno

Friday, July 06, 2012

Finalmente aquí está Réquiem por Gutenberg, el ensayo que escribí en el verano 2010. Ha sido una larga espera, pero este nuevo barco de papel (cuya amotinada tripulación clama a los cuatro vientos, vaya paradojas, la muerte del papel) ya está en mis manos, listo para zarpar.
Vivimos una época en la que parece haber demasiada prisa por condenar a muerte el presente. Obsesionados por una vocación de futurólogos asesinos, nos da por descubrir el deforme rostro de lo obsoleto en cada aspecto de la vida diaria. Tal parece que el ser “absolutamente moderno” de Rimbaud encuentra su máxima realización en la medida que dicta sentencias condenatorias. La única forma de aspirar a la modernidad es aniquilando o pretendiendo aniquilar el presente. Aferrarse a él constituye un pasaporte inmediato a la inmolación. La ridícula marca de lo caduco, lo anacrónico, lo pasado de moda, amenaza con posarse sobre nosotros y nada parece darnos más pavor. Hay que matar, dejar atrás, olvidar y pasar a la siguiente página...Next.
El mayor absurdo y la total contradicción parten de la creación misma de este libro. El solo hecho de haber escrito en papel un ensayo sobre la muerte de la letra impresa es en apariencia la mejor y más efectiva forma de hacer pedazos la teoría del funeral de Gutenberg. Las imprentas del mundo agonizan en nombre de las pantallas y para hablar sobre la inminencia de su muerte, no se nos ocurre nada mejor que mandar imprimir textos. Las imprentas moribundas sonríen desde su lecho mortuorio. “Por favor no nos declaren desahuciadas”, claman las hijas de Gutenberg yacientes en la sala de terapia intensiva desde donde tiran cientos de miles de hojas en las que se lee la historia del final de la era del papel.
Si estas palabras pudieran transformarse en notas musicales, elegiría transformarlas en un réquiem. De no ser porque los funerales son actos donde suele reinar la hipocresía y cada palabra pronunciada es por definición un lamento o un elogio embarrado de falsedad y compromiso, diría que he pretendido construir en estas páginas un discurso funerario. Pero aquí no se trata de cubrir de falsos elogios al muerto, o en este caso al moribundo. Mucho menos caeremos en la tentación plañidera de los homenajes póstumos. Aquí se trata de escupir verdades y si es necesario, ayudar a bien morir al agonizante, aunque con su muerte se vaya una parte de nosotros.