Eterno Retorno

Wednesday, May 02, 2012

La idea me revoloteaba en la cabeza, me picaba la cresta, me zumbaba como un moscardón machacante. Desde hace muchos años supe que tenía que escribir un libro sobre Jorge Hank Rhon. Frente a mí tenía al personaje perfecto, a la encarnación de la surrealista y siniestra extravagancia y ningún narrador acertaba a tomarlo en sus manos. Un día me di cuenta que conocía a la persona indicada para escribir esa historia: yo mero. Pensé que un personaje así debía habitar las páginas de una historia de ficción y empecé a escribir Vientos de Santa Ana. Sin embargo, la mañana del 4 de junio de 2011 la realidad me dio un latigazo. “Hey, qué carajos haces escribiendo ficciones, si su historia real es alucinante. Lo único que debes hacer es contar esa historia y saber contarla bien”. Fue entonces cuando me puse manos a la obra y empecé a tundir teclas esa misma tarde. Puse punto final a mi historia al anochecer del 31 de diciembre de 2011.Ese día en el brindis de fin de año decidí que sería la última copa y que la siguiente la bebería al tener el libro impreso en mis manos. Desde entonces no he bebido una gota. Entrevistas, hemerotecas, ir, venir, teclear, borrar, encabronarme, pelearme con mil y un párrafos. Creo que los últimos once meses de mi vida le he dedicado varias horas de obsesión y catarsis a esta criatura. Iker y Carolina han debido padecer el karma de tener un padre escritor que despertaba de madrugada para desparramar palabras. Y qué decir de Guillermo Osorno, mi extraordinario editor, que tuvo la paciencia de relojero lidiando con mi vocación barroca y sobrecargada. Y de pronto, al medio día de un miércoles de mayo, lo recibes en tus manos, lo tomas, lo hueles como hueles cada libro, lo observas, lo lees y aunque algunos párrafos puedes recitarlos de memoria, sientes que lo estás leyendo por vez primera y que es otro quien ha escrito esas palabras. Caminas por Reforma y Campos Elíseos, caminas varios kilómetros, pasas por el Ángel con tu libro bajo el brazo y de pronto todo parece tan simple, tan cosa de todos los días. Y la vida sigue y en mi cabeza revolotean las historias del mañana.