Eterno Retorno

Tuesday, March 13, 2012



Leonardo del Bosque

Por Daniel Salinas Basave

Había algo en la personalidad de Leonardo del Bosque que rayaba en la genialidad. Podría describirlo como un tipo sumamente inteligente y agudo, pero la descripción, en cualquier caso, se quedaría corta. Leo tenía el don de transformar en extraordinario lo cotidiano, de hacer de cada instante un ritual de improbabilidad, un culto a lo inesperado, un desafío permanente contra lo lógico y lo ordinario. Pocas palabras, pero siempre precisas. Leonardo del Bosque nació en Nuevo Laredo el 20 de abril de 1974 (se me adelantó por algunas horas en la llegada al mundo) Lo conocí el 21 de agosto de 1995 enfrentándolo en la mesa de debate en el pequeño Teatro Cervantes. Él capitaneaba el equipo de la Escuela Libre de Derecho de Monterrey y yo el de la Universidad Regiomontana y nos tocó enfrentarnos en un torneo de debate que tenía como tema la reforma al Poder Judicial de la Federación. No recuerdo quién habló a favor y quién en contra, pero al final el triunfo favoreció a mi equipo, aunque con brutal honestidad he de reconocer que los de la Libre estaban más preparados que nosotros. Paradojas del destino: acabé haciendo una amistad mucho más provechosa y duradera con los del equipo contrario, en donde estaba también Juan Massey, que con los de mi propio equipo. Los caprichos de la aleatoriedad me hacían encontrarme con Del Bosque en los sitios y en las situaciones más improbables. Como presidente de la Sociedad de Alumnos de la Libre de Derecho, Leonardo del Bosque se integró al Consejo Interuniversitario, un diverso e inquieto grupo estudiantil donde habíamos representantes de todas las universidades regias. Eran los años 1996 y 97, cuando nuestras cabezas eran un hervidero de proyectos e ideas materializados en la revista Bitácora y en la organización del único debate que enfrentó a los siete candidatos a la gubernatura de Nuevo León entre otros tantos proyectos que emprendimos. Hablábamos, discutíamos y arreglábamos el mundo en madrugadas que se iban como arena entre los dedos alrededor de un futbolito en su casa de Balcones del Carmen o sobre las dunas del desierto de Icamole. Siempre creí que Leonardo había salido de las páginas de un libro de Carlos Castaneda, pues su personalidad era la de un guerrero de la realidad aparte. Alguna vez nos fuimos a Real de Catorce sacando el dedo en la carretera sin un centavo en la bolsa. Una época terminó con el final del milenio. Yo emigré a Tijuana y Leonardo se fue a Cancún y como con la mayoría de los amigos de juventud, el contacto se volvió cada vez más esporádico. Esta tarde recibí una llamada de mi amigo Cosiijopii Montero para decirme que Leonardo del Bosque fue asesinado anoche al llegar a su casa en Cancún. Un comando armado lo ejecutó delante de su familia. Ignoro motivos y circunstancias. Lo único que sé, es que balas cobardes acabaron con un padre de familia; una mente brillante que me ha dejado por herencia muchas de las horas de conversación y reflexión más provechosas de ese idilio llamado juventud.