Eterno Retorno

Wednesday, January 25, 2012





La Gran biblioteca Universal, cuya edificación emprendieron en la Alejandría de los Ptolomeos, parece hoy más que nunca al alcance de la mano. Tal vez no será edificada con las galerías hexagonales, los anaqueles y los gabinetes que imaginó Borges en su Biblioteca de Babel, pero no es utópico creer que la gran biblioteca digital pueda contener la inmensa mayoría (que nunca la totalidad) de los libros escritos en el mundo. La moderna Biblioteca de Alejandría y Google, se están encargando de materializar la añeja utopía ptoloméica y borgeana. “Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad”, escribió Borges en su Biblioteca de Babel, aunque algo me hace creer que al universal escritor porteño no le hubiese satisfecho la idea de confinar semejante inmensidad a una pantalla iluminada dependiente de baterías o corriente eléctrica. La idea es tierra fértil para imaginar ficciones diversas. Primero, la ilusión de que siempre habrá algún texto oculto que se libere de la biblioteca universal y acabe transformándose en el gran rebelde, en el prófugo, en el ingobernable. También flota en nuestras pesadillas la idea del gran apagón universal. Si un incendio pudo acabar con la titánica biblioteca de la humanidad en el mundo antiguo, un gran apagón apocalíptico puede poner en suspenso nuestro gran acervo digital. De pronto, nuestro flamante Kindle o nuestro Sony E-Reader no enciende o se ha caído en el agua o ha sido infectado por un virus informático, lo cual, en cualquier caso, es una tragedia mucho más fulminante que el lento avance del hongo y la polilla sobre las páginas de ese viejo libro que nos hizo alucinar en la juventud. Podemos ir construyendo mil y un relatos de ficción sobre el futuro de las bibliotecas. Lo que ahora debemos preguntarnos es si todos esos Papyre, Irex Iliad o iPads son únicamente sustitutos de formas y superficies de lectura, o si estamos frente a un verdadero terremoto epistemológico que desafíe las estructuras de la percepción. Al final, es posible concluir que la lectura en modelo electrónico se parece más al ancestral codex que al libro impreso moderno. La lectura frente a la pantalla es discontinua, fragmentaria. La pantalla, nos dice Antonio Rodríguez de las Heras, “no es una página sino un espacio de tres dimensiones que tiene profundidad y en el que los textos alcanzan la superficie iluminada. Por consiguiente, y por primera vez, en el espacio digital es el texto mismo, y no su soporte, el que está plegado. La lectura del texto electrónico debe pensarse, entonces como desplegando el texto o, mejor dicho, una textualidad blanda, móvil e infinita. Semejante lectura dosifica el texto sin necesariamente atenerse al contenido de una página, y compone ajustes textuales singulares y efímeros”.

Es muy complicado jugar a hacer predicciones, máxime cuando tienen que ver con la propia muerte, pero si tuviera que jugármela en una apuesta, diré que hasta el último día de mi vida habrá siempre un libro cerca de mí. Un libro tradicional, de papel, tinta y pastas. Podrán regalarme la última y más revolucionaria generación de e-books, podrán hablarme de las ventajas de la tecnología de vanguardia, de lo obsoleto que resulta un amasijo de papeles susceptibles de apolillarse, de ser carcomidos por los hongos, de generar polvo y robar espacio, cuando toda mi biblioteca puede caber en la palma de una mano. Sí, lo sé y lo reconozco. Llámalo aferre de viejo, terquedad de un tipo anticuado anclado en la nostalgia de otra época, pero yo me quedo con mis libros de papel. Como objeto el libro me parece un ente perfecto y nada podrá sustituirlo. No me cierro a la comodidad de un e-book, pero el hijo de Gutenberg me parece imposible de reemplazar. En ese sentido, no puedo menos que coincidir con Umberto Eco cuando afirma que “el libro, es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo”. La obra conversacional de Umberto Eco y Jean-Claude Carriere es, desde su título, toda una declaración de principios de amor por un objeto y su significado: Nadie acabará con los libros. Esa verdad tan contundente titula las charlas entre Eco y Carriere compiladas por Jean-Philippe de Tonnac y editadas por Lumen. Después de todo, hace milenios la gente ya leía y hoy lo sigue haciendo, aunque el contexto, los hábitos, la forma y la superficie de la lectura se han modificado radicalmente. Eco es realista y no se cierra al cambio al señalar que “quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es”. Internet representa una revolución tan trascendente como lo fue la imprenta de Gutenberg. La diferencia es que en el Siglo XV la historia caminaba en cámara lenta y en el Siglo XXI parece correr en cámara rápida. Cinco años en la historia del Internet pueden ser una eternidad, de ahí lo complicado que puede llegar a resultar hacer pronósticos con alguna dosis de realismo y exactitud.