Eterno Retorno

Thursday, July 21, 2011


Bien, suponiendo que en lugar de Cervantes, Quevedo o José Agustín sean Lenon, McCartney y Harrison quienes narraran tu historia en una rolita sesentera (tendrás tanta suerte) transformaremos las siguientes tres semanas en tu magical mistery tour de los pobres. El viernes de marzo en que has contemplado a Ximena mientras se arremanga la calceta y agita su pelo fue el último día de clases antes de tus dos semanotas de (inmerecidas) vacaciones. La fresada agarra camino rumbo a la Isla del Padre, otros cruzan el Espinazo del Diablo rumbo a Mazatlán o la carretera nacional rumbo a Tampico. Tú, en cambio, emprendes un camino rumbo a la realidad aparte o al menos hacia el rumbo donde supones que se ubica ese abstracto concepto, que según te dijeron, es por ahí por el desierto que está más allá de las Grutas de García. Si en lugar de Cervantes, Quevedo o José Agustín, le vendiéramos los derechos de tus fascinantes e inverosímiles aventuras a Carlos Castaneda, se podría publicar un libro llamado Viaje a Icamole (dado que a Ixtlán nunca fue posible retornar).
Tu compañero de viaje es Leobardo del Bosque, un prófugo de jipitekas psicodelias y buscador compulsivo de realidades alternas y mundos paralelos. Tal vez sea redundante aclarar que es un voraz lector de la obra de Castaneda y que es un pacheco para quien la mota no es asunto de eventos especiales e instantes de inspiración, sino una compañera habitual y omnipresente a la que pide consejo en las situaciones más improbables. El sábado por la mañana Leobardo y tú toman un camión rumbo a Villa de García como cualquier turista que se dirige a las grutas y una vez que han llegado por esos rumbos, caminan mochila al hombro por la carretera mientras sacan el dedo aguardando al alma caritativa que ha de llevarlos allende el horizonte y más allá, hacia los desérticos parajes de Icamole. En tu mochila cargas un galón de agua, varios paquetitos de galletas saladas y un sleeping back (¿o debemos decir bolsa de dormir?) De dinero mejor ni hablamos, porque no cargas un centavo partido por la mitad. Los magros ahorros de tu cochinito los has reservado para irte días más tarde al D.F. Si quisiéramos dar a esta narración un toquecito cómico-campirano bastante trillado, diremos que el alma caritativa que los recogió fue un ranchero que conducía un camión de redilas en cuya caja viajaba una piara de puercos. La escena se la pueden imaginar perfectamente: dos muchachos aventureros viajan sentados en compañía de unos alegres marranos que no paran de chillar y acaso intenten morderles las orejas. La imagen es tan prototípica, que estoy a punto de eliminarla y proponerte que en lugar del ranchero y sus puercos, optemos por decir que en las carreteras de Nuevo León no hay espíritus solidarios y que tú y Leobardo debieron caminar largos kilómetros antes de internarse en los áridos parajes del desierto de Icamole. El motivo de su peregrinaje a ese desierto es buscar peyote, pero creo que esa palabra va a quedar censurada, no por el gobierno, a quien francamente le vale madre que un par de adolescentes busquen respuestas a los enigmas del absoluto consumiendo alucinógenos, sino por el mismísimo Leobardo del Bosque, quien considera que la cactácea sagrada de los huicholes no debe ser llamada por su nombre de pila. Peyote, afirma Leobardo, es una palabra que se escucha muy ruda y no resulta conveniente. Al Maestro debes llamarle con cariño, de preferencia Jícuri o Mezcalito, como le llamaba el buen Juan Matus. Mientras caminan, Leobardo va recitando de memoria pasajes de Una realidad aparte y Relatos de poder, mientras tú vas pensando en la “pinche güerca que cuando crezca va a estar muy buena”.

...y aunque no lo creas...va a continuar

Wednesday, July 20, 2011


Con una razonable dosis de beatlesca psicodelia en las amodorradas ideas, bien podríamos llamar el mágico y misterioso tour a las andanzas que a continuación se narrarán. Claro, si viviéramos en el Siglo del Oro español y tú, así tan picaresco como te crees, tuvieras por nombre Don Pablos o trabajaras de lazarillo, podríamos apostar por otro estilo narrativo para titular el capítulo que viene. Por ejemplo: Capítulo IV “Donde se narran las desventuras del caballero Zarrapaztrozzo en la Capital de la República y playas del Suroeste y otros sucesos de no menor trascendencia que ahí le acontecieron”. El problema es que hasta donde se tiene entendido, ni Cervantes ni Quevedo están interesados en narrar tus aventuras. Vaya, con decirte que ni siquiera un ladrón de tinta, un plagiario al estilo Avellaneda se ha interesado por tus errabundas andanzas. Claro, podrías no convertirte en navegante de la tinta de un autor del Siglo de Oro y apostar por algo más moderno, digamos ser el clásico personaje pícaro y desobligado de una novela “de la onda”, pero José Agustín tampoco está muy interesado. Dado que nadie en absoluto ha mostrado alguna mínima inquietud por transformarte en personaje principal de una novela de románticas aventuras juveniles, aquí vengo yo a entrarle al quite y a narrar esta historia en calidad bateador emergente como la última alternativa. Sí, puede no gustarte ser narrado por mí, pero ahora sí que ya te chingaste amigo Zarrapaztrozzo. Soy tu narrador y ya no tienes ni para donde hacerte, así que agua y ajo, flojito y cooperando y vamos dándonos prisa con tus andanzas, que a estas alturas ya no debe quedarnos un solo pinche lector (¿acaso alguna vez hubo uno?)


Llámalo reflejo condicionado, vicio sin rehabilitación, manía incurable, pero el caso es que cada mañana siento la necesidad de ver portadas de periódicos, de revistas, de gacetillas, pasquines y publicaciones diversas que nunca compraré ni leeré. Me asomo al mundo y a mi realidad a través de esas ventanas casi siempre falsas, predecibles, actoras estelares del teatro de las redundancias. Una necesidad matutina sólo superada por mis adictas ganas de beber café. Desde que era muy niño me daba por pararme frente a las revistas, sea en un Sanborns o en un puesto de central camionera. Las revistas siempre han estado ahí y desde que tengo memoria ha habido mil y un rostros de mujer en sus portadas. Sus peinados y sus maquillajes juegan a transformarse; sus miradas son las mismas. Mujeres mirándote desde la ventana inalcanzable de una revista donde te darán consejos sobre dietas milagrosas y sexo mágico, horóscopos adivinos y chismografía farandulera. Las mujeres desfilan por las portadas, cada semana, cada mes, como desfila la vida ante nuestros ojos. A lado de las mujeres yacen los encorbatados y los criminales, o los criminales encorbatados y la basura humana que decide el rumbo que tomará tu vida. Proceso te habla de un país leproso que se cae en pedazos y a su lado alguien jura poseer la numerología que te revelará el nombre del futuro candidato y las nuevas corruptelas de la maestra Gordillo, mientras lees consejos para evadir al IETU y notas de fosas clandestinas en Durango y muertas en Juárez, siempre Juárez, con su respectiva cuota de colgados en Monterrey, mientras el euro se hace pedazos ante el Partenón de Atenas y África se muere de hambre y Tello improvisa un sombrero imposible al alzar a los cielos la edición de Frontera, El Mexicano y los Zetas no vendidos del viernes en tanto los carros-Sísifo empujan su roca rumbo a la garita. Del rostro de Tello a la mirada inquisitiva del migra filipino transcurren tres horas y 33 malas noticias. San Ysidro reporta chingocientosmil carros, ninguna puerta abierta y muchas esperanzas rotas. Otay reporta un peatón que ha perdido el juicio y un carril Sentri que ha saltado a la realidad aparte. Lo más interesante de los periódicos es el disfraz del voceador y su siempre innovador sombrero. Los sombreros de Tello se renuevan y los chistes que cuenta son siempre creativos. Las noticias son siempre las mismas. Enfermos de patetismo, aburrimiento y falta de imaginación, los diarios agonizan en las manos de un voceador que no para de reír.

Monday, July 18, 2011


Se llama Bismarck; Bismarck de la Garza y es, en pocas palabras y para definirlo de la manera más exacta, tu amigo Bronco, aunque la suya no es la actitud ni la imagen de un hierático prusiano de águila bicéfala al pecho y corazón de superhombre nietzschiano. Sobre el origen de su nombre cuenta la leyenda (o más bien dicho lo cuenta él mismo) que todo se debe a un médico milagroso que lo salvó de morir en la sala de partos. Tu amigo Bronco venía enredado en el cordón umbilical al borde de la asfixia y un ginecólogo de nombre Bismarck consumó el milagro al salvarle la vida cuando al bronquito se le daba por muerto. La madre no encontró una mejor forma de mostrar su eterno agradecimiento con el médico que bautizar a su hijo con el nombre de su salvador. Por azares de los retardos en las inscripciones, recuerdas a la perfección el día en que viste a Bismarck por vez primera. “Estábamos en el salón de clases cuando entró el director seguido de un novato con atuendo pueblerino y de un celador cargando con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron y...” cálmate por favor Flaubert (aparte de querer mostrar erudición historiográfica con el menor pretexto, ahora resulta que el narrador, o sea yo, les quiere presumir que ha leído franceses decimonónicos) Lo cierto es que independientemente de la insoportable pedantería del narrador, el primer párrafo, pero solamente el primero, de Madame Bovary, encaja perfectamente si se trata de describir la manera en que conociste a Bismarck de la Garza. De hecho, cuando años después leíste ese libro (no me chingues ¿a poco sí has leído completo Madame Bovary o te chutaste el resumen del Rincón del Vago?) lo primero que vino a tu mente con el primer párrafo fue la imagen del día en que conociste a tu amigo Bronco, aunque el resto de la historia nada tenga que ver con Emma, sus lecturas y sus desdichados amoríos. Por alguna razón, Bismarck se inscribió en forma extemporánea a la escuela primaria y fue presentado por el director a media mañana, tres semanas después del inicio de clases. A los pocos días se había convertido en uno de tus mejores amigos. A sus once o doce años de edad, Bismarck y tú deambulan por la colonia Vista Hermosa y la Avenida Leones donde tu amigo fue un as de la avalancha. ¿Te acuerdas de las avalanchas? Un rectángulo de madera o de fibra de vidrio o vaya usted a saber de qué material, con cuatro ruedas y una palanca que en realidad sirve de muy poco, sobre la que te arrojas calle abajo encomendándote a quién sabe qué pagana deidad. Una suerte de tabla de surf de altamar urbana donde a falta de las olas de un furioso Pacífico bajacaliforniano, desafías las ruedas de un Ruta 4. Palabras más, palabras menos, tu amigo Bismarck estaba re cabrón para la avalancha. Aquí no nos andamos con relativismos ni medias tintas. Tu fungías como copiloto, si es que de alguna manera puede llamarse a ese incierto rol que juegas como segundo de a bordo en una tabla con ruedas que se arroja pendiente abajo por la avenida Canadá de la colonia Vista Hermosa. A bordo de la avalancha se les fueron sus tardes a Bismarck y a ti a los once y doce años en sexto de primaria.

Sunday, July 17, 2011


La vida, dice Rimbaud, está en otra parte y la humanidad ha buscado esa vida en lugares remotos de ensueño a los que ha llamado tierras prometidas. La consigna parece ser sencilla: si la vida está en otra parte, hay que salir a buscarla. Cientos de miles de mexicanos, y ciudadanos de otros países, han salido a buscar esa vida en Baja California. La historia del hombre está llena de grandes migraciones hacia sitios donde es posible materializar aquellos sueños que por determinadas circunstancias el lugar de origen niega. Baja California es uno de esos lugares donde el hombre va en busca de cumplir sus sueños. Se busca huir de una tierra infértil, salir de una ciudad sin opciones de empleo y desarrollo; dejar para siempre un sitio donde el mediocre futuro parece estar predeterminado y donde no hay demasiadas alternativas. El hombre ha migrado a través de los siglos y América es un continente de migrantes que algún día, hace unos 25 mil años, cruzaron un congelado Estrecho de Bering en busca de tierras más nobles, al igual que Baja California es el destino de incontables personas que tan solo cargaban consigo una mochila llena de esperanzas.

Baja California sigue siendo el destinatario de los sueños de miles de mexicanos; destino –y no antesala—de un flujo migratorio constante que busca en esta tierra lo que no encuentra en su lugar de origen. Demasiados sueños se han conquistado aquí. Cierto, habrá quien diga que muchas esperanzas han topado con pared y han naufragado en la adversidad, sin embargo la realidad es que al final, la mayoría encuentra en esta tierra mejores condiciones de vida con las que empieza a construir un presente y un futuro impensable en otros lugares del país. ¿Por qué la gente sigue migrando a Baja California? ¿Por qué la gente se queda a vivir en esta entidad? Porque aquí encuentra las mejores condiciones de vida para sus familias. ¿Cómo es posible que se den esas condiciones en una tierra cuyo ecosistema no es siempre amigable?

Nuestra vida es un desfile de elecciones. Elegimos una pareja, elegimos una casa, elegimos una escuela. Dentro de un abanico de posibilidades, a veces amplias y a veces limitadas, tomamos decisiones que en mayor o menor medida determinan nuestra existencia. Sin embargo, una parte fundamental y trascendente en nuestra vida y en la de nuestra familia, es la ciudad o la región donde vivimos y esa no siempre la elegimos. No se elige en donde nacer, pero sí es posible elegir a donde migrar. Varios cientos de miles de personas elegimos Baja California y pasados los años, somos muchos los que concluimos que elegimos bien.