Eterno Retorno

Saturday, July 02, 2011


Muchos años antes de que la familia Hank ubicara a Tijuana en el mapa, el Hipódromo Agua Caliente era ya un sitio histórico. En una ciudad adolescente donde las más antiguas efemérides ni siquiera cumplen un siglo, el primer hipódromo, construido en 1916, es casi un mito fundacional que se anticipó a los idílicos años veinte, cuando Tijuana, como el París de Hemingway, era una fiesta. Aquella mítica Tijuana escenificada en el bucólico Patio de las Palmeras y el Salón de Oro del Casino Agua Caliente donde pasearon Rita Hayworth, Bing Crosby y Clark Gable. El sitio donde Dolores del Río filmó In Caliente y donde, según las malas lenguas, Al Capone apostaba su fortuna.

El primer hipódromo, con gradas de madera, se ubicaba en las inmediaciones del Río Tijuana, cerca de la garita, en donde actualmente se ubica el centro comercial Pueblo Amigo, paradójicamente propiedad de Hank. Este viejo hipódromo fue echado a andar en 1916 por el estadounidense James Coffroth y su apertura representó el primer gran golpe a los comerciantes y cantineros de la Avenida Olvera, para entonces llamada Avenida A, pues las carreras de caballos absorbían a la totalidad del turismo. El hipódromo estaba apenas a unos metros de la línea fronteriza y para llegar a él no era preciso atravesar el Río Tijuana, misión de lo más peligrosa. Los comerciantes de la Avenida A veían con horror como el hipódromo les robaba la totalidad de sus clientes, por lo que idearon un tranvía que aguardaba a los turistas justo en el cruce fronterizo y los llevaba a las puertas del Tijuana Fair, donde el juego, el alcohol y las mujeres les daban la bienvenida en la puerta. El pequeño problema es que los turistas, ya alcoholizados, debían cooperar con la fuerza de sus brazos para voltear al tranvía y ponerlo en la ruta de regreso a la línea internacional desafiando al crujiente y tambaleante puente de madera que cruzaba sobre el río.

Cuando el censo de 1921 contó mil 228 habitantes en Tijuana, el mojigato presidente estadounidense Wilson ya había sometido a su pueblo a una sobriedad forzada que se tradujo en los años de oro de la antigua Tijuana, que ofreció a los estadounidenses las bebidas que en su país le prohibían. La de los 20 fue la década de mayor bonanza en la historia de una Tijuana que hervía de sedientos turistas que dejaban sus dólares en las cantinas. Por once se multiplicó la población tijuanense en sólo diez años pues al llegar a 1930, la ciudad sumaba 11 mil 271 habitantes que habían llegado atraídos por las historias de ese cuerno de la abundancia. Fue la década del Foreing Club, de la Cervecería Mexicali, del Jai Alai y del mítico Casino Agua Caliente, non plus ultra del tijuano glamour. Mientras las apuestas corrían y las botellas se vaciaban, en la cocina del Hotel Cesars Palace nacía para el mundo la Ensalada César, improvisada por Cesar Cardini y Livio Santini, mientras los primeros aviones mexicanos eran fabricados más allá de la colonia Libertad. Muy lejos de ese mundo de jugadores y turistas sedientos, a más de 3 mil kilómetros de distancia, nacía en Santiago Tianguistenco el profesor Carlos Hank González mientras el nacionalismo revolucionario arrojaba sus últimos escupitajos de fuego y pólvora antes de institucionalizarse.

El Hipódromo Agua Caliente se estableció en su actual ubicación en 1932, cuando aquella zona de Tijuana era un vasto paraje campestre alejado de todo centro habitacional. Las casas y los comercios llegaron mucho después. El antecedente histórico de Jorge Hank en Tijuana fue un personaje igualmente polémico y seductor, cuya vida genera aún controversias. Para algunos fue un empresario modelo cuya creatividad y nivel de compromiso trajeron la época de mayor esplendor en la historia del hipódromo. Para otros, fue un delincuente de cuello blanco, un mafioso que se dedicó a lavar dinero y que acabó su vida en una prisión de California. Juan Salvatore “Johnny” Alessio se llamaba ese personaje cuyo nombre va asociado a los años dorados del Agua Caliente. Había nacido en Claksburg, West Virgina, la noche de San Juan de 1910, hijo de de empobrecidos inmigrantes italianos, que probaban fortuna en América. Domenico Alessio y su esposa Rosa Massa emigraron a San Diego en 1920. A diferencia de Jorge Hank Rhon, Johnny Alessio no nació entre pañales de seda y debió sortear una infancia muy difícil como lustrador de zapatos y vendedor de periódicos en las calles sandieguinas. A los 19 años el joven Johnny era mensajero del Banco del Pacífico en donde fue escalando rápidamente al puesto de cajero, jefe del departamento de cambio de divisas extranjeras, subgerente y finalmente gerente. Alessio no nació con la vida resuelta como Hank, pero sus años en el banco le permitieron ir tejiendo una envidiable red de relaciones públicas con comerciantes y empresarios. Del banco brincó a la subgerencia del Hipódromo Agua Caliente en 1947 y en 1953, justo en el año en que Braulio Maldonado se convertía en el primer gobernador constitucional de Baja California, que apenas había sido erigido como el Estado 29, Johnny Alessio era nombrado director ejecutivo del centro hípico. Los años dorados del Hipódromo Agua Caliente estaban por comenzar. Innovador y revolucionario por naturaleza, Alessio impulsó algunas novedades como el casco protector marca Caliente para los jockeys, la pista móvil para las carreas de galgos y el sistema de apuestas 5 y 10, punto de referencia de Tijuana para el mundo hípico, adoptado en Estados Unidos, Japón, Sudáfrica y Canadá entre otros países, que registraron bolsas de apuestas de estratosféricas cantidades con este sistema. Un nuevo milagro tijuanense se gestaba entre las patas de los caballos mientras Alessio expandía sus inversiones hasta Ciudad Juárez en donde empezó la construcción de un nuevo hipódromo en 1965. Al igual que Hank, Alessio también jugó el rol de benefactor y filántropo aunque con mayores alcances, pues construyó al menos diez escuelas, además de donar despensas y juguetes cada Navidad. Alessio no sólo fue presidente del Club Rotario de Tijuana, sino que también recibió cantidad de reconocimientos como Caballero de la Distinción, Señor San Diego y Señor Tijuana. Pero al igual que Hank, Alessio también tejió una interesante leyenda negra. El bondadoso empresario fundador de escuelas y generador de sonrisas infantiles, era considerado un criminal por el Gobierno Federal de los Estados Unidos. Mientras el ex presidente Miguel Alemán Valdés, como cabeza del Consejo Nacional de Turismo, le entrega un reconocimiento por haber hecho crecer tan significativamente el turismo gracias al Hipódromo, el gobierno estadounidense lo investiga y le embarga sus hipódromos de Ruidoso y Sunset Park por supuesta evasión de impuestos, antes de aprehenderlo y meterlo en prisión. Una época de bonanza y glamour que acabó reducida a cenizas cuando las llamas consumieron al Hipódromo Agua Caliente. ¿Un incendio provocado por el propio Alessio para escapar de sus deudas y tratar de tapar sus corruptelas? El fuego siempre ha dado lugar a sospechas en Tijuana.

Friday, July 01, 2011


No comemos uvas ni pedimos deseos, tampoco hacemos propósitos, pero hoy inicia la segunda mitad del año. El segundo semestre del 2011 comienza este día. Lo primero que pensamos, es en que el tiempo corre con mucha prisa, a paso de liebre. Ya se nos fue medio 2011y en un abrir y cerrar de ojos vamos ver adornos navideños. Y pese a los escándalos derivados de la tormenta preelectoral que tanto daño nos hacen y pese a que los efectos del coletazo de la crisis aún se sienten, la verdad es que hay razones para estar optimistas de cara a esta segunda mitad del año. Vemos luz en el horizonte, porque hay proyectos que marchan viento en popa, con acciones concretas y bien encaminadas. Más allá del desgaste que generan los partidos con su eterno juego del teléfono descompuesto y la lentitud de los gobiernos, la sociedad tijuanense está trabajando. Tal vez sea una cuestión de intuición, de sentimiento, pero hay razones para sentirse optimista en este segunda mitad del año y pensar que nos va a ir mejor.


Publicado en el Info Baja de JULIO. DSB

Verano

J.M. Coetzee

Literatura Mondadori


Por Daniel Salinas Basave

La lectura que le dio bienvenida a este intenso 2011 fue Verano de Coetzee. ¿Por qué elegir al Premio Nobel sudafricano como lectura inaugural del año? Por violar mis propios principios de rechazo a críticos y encuestas. Verano fue designado, por una sólida y calificada encuesta realizada por el diario español El País y la página Babelia, como el mejor libro del 2010. En la lista de los diez mejores destaca Blanco Nocturno de Ricardo Piglia (librazo ya reseñado en este espacio, de lo mejor que he leído últimamente y que como todo lo de Piglia es alucinante) Dublinesca de Vila-Matas (pariente hormonal de mi Réquiem por Gutenberg) El sueño del Celta de Vargas Llosa (que con toda franqueza quedó a deber) y un poemario de José Emilio Pacheco que no he leído y al que le llueven flores en diluvio. Aunque por tradición religiosa siempre mando al diablo las encuestas y los top 10, ahí va Daniel de borrego curioso a buscar a Coetzee a Librería El Día y vaya sorpresa, pues debo admitir que el narrador sudafricano le está dando la razón a los críticos. Digo, no sé si sea de verdad el libro del año y si sea mejor que Piglia, pero la realidad es que Verano es, por lo menos, un ave rara, por no decir absolutamente fuera de serie. Como experimento narrativo me parece de lo más original e innovador.
Los escritores son (¿somos?) tipos terriblemente ensimismados, egocéntricos incurables. Todos los escritores acaban escribiendo su autobiografía y eso es exactamente lo que ha hecho Coetzee. Verano forma parte de una trilogía iniciada con Infancia y Juventud y habla de los años de regreso a Sudáfrica, cuando Coetzee anda llegando a los treinta y retorna a vivir a la derruida casa de su anciano padre en Ciudad del Cabo, a principios de los años 70. Lo interesante es que en esta autobiográfica ficción, el autor se asume muerto y pone a trabajar a un hipotético biógrafo inglés, quien realiza una investigación sobre el recientemente fallecido escritor John Coetzee y entrevista a algunas de las mujeres que lo conocieron en la juventud. De hecho, salvo por unas breves notas, el libro se concentra en las entrevistas. En la ficción, el narrador de la autobiografía no es Coetzee, sino tres mujeres y un viejo amigo, aunque en realidad Coetzee esté bien vivo y él se haya encargado de poner voz a todos los testimonios que sobre él ofrecen al inexistente biógrafo inglés, lo cual podría parecer el colmo del egocentrismo, de no ser porque el narrador se atreve a sostener, en boca de una de las entrevistadas, detallitos tan íntimos como lo malo y lo torpe que es en la cama, algo que es un escupitajo al ego de cualquier hombre y que costaría horrores reconocer públicamente. Es solo un detalle, un ejemplo para mostrar que la imagen que Coetzee dibuja de sí mismo en boca de las mujeres que lo conocieron en la época en que escribió su primer libro, no es en absoluto favorable. No es fácil asumirse como un timorato y un pésimo amante en boca de una mujer. Vaya, estamos acostumbrados a las autobiografías azotadas, en donde el personaje bien puede confesar vicios y pecados, siempre justificándose, autoretratado como un alucinado paladín de las letras capaz de inmolar su vida en nombre de los demonios literarios que lo poseen. Lo que francamente sorprende, es que el narrador ceda la voz a las mujeres de su juventud, aunque en realidad sea él quien escribe sus palabras. Lo que se refleja no es lo que las mujeres realmente pensaban de Coetzee, sino lo que Coetzee piensa que sus mujeres pensaron de él, lo cual no es nada afortunado. Ahora bien, no debemos perder de vista que en teoría estamos ante una novela, un experimento narrativo de ficción que en ningún momento hace compromisos con la verdad absoluta. No son, técnicamente, las memorias de Coetzee o su autobiografía, aunque los detalles cronológicos coinciden con la realidad. De hecho en la narración de una de las mujeres, Coetzee le entrega la edición de su primera novela, Tierras del poniente, recién publicada, aunque otra de las mujeres, la inalcanzable y fatal bailarina brasileña (que inspiró la novela Foe), confiese que jamás ha leído ni leería a Coetzee y por si fuera poco da por hecho que sus libros deben ser malísimos, pues alguien tan torpe, tan frío, y que para colmo baila muy mal, difícilmente puede escribir un buen libro. La brasileña Adriana es su amor platónico y el testimonio que la mujer ofrece sobre Coetzee (aunque al final sea el mismo Coetzee el que le da la voz) es absolutamente devastador. Como contexto, el libro nos pasea por la aislada sociedad sudafricana de los setenta donde aún rige el apartheid y nos ofrece un retrato casi faulkneriano de la cultura rural afrikanner y su incomprensible lengua, que salpica cada párrafo del testimonio de la prima Margot. Más allá del absurdo de los top 10, me queda claro que Verano de Coetzee es el mejor experimento literario autobiográfico que ha caído en mis manos. "Es la autobiografía falsa más verdadera y genial de la literatura", afirma la escritora Nuria Amat. ¿El futuro estilístico de las memorias? Esta acuchilladora tercera persona resulta mucho más honesta que el siempre subjetivo y mentiroso imperio del yo.

Wednesday, June 29, 2011


Esta es la primera vez que mi columna de El Informador es sobre Historia Universal. Constantinopla es un tema que me obsesiona. Cuando volvamos a viajar, ya tengo elegido el primer destino: Estambul. No puedo morir sin visitarla.

SINFONÍAS DE LA DESTRUCCIÓN

Por Daniel Salinas Basave

Imaginen por un momento una gran imperio desahuciado que reloj en mano aguarda su hora fatal, como un condenado a muerte cuya ejecución tuviera fecha y hora marcadas. Así aguardó su final Constantinopla en 1453, sin otra esperanza de vida que no fuera la de una intervención divina. Los ángeles no bajaron del ortodoxo cielo a salvarlo. El Imperio Bizantino pereció a manos de los turcos después de una larga y torturante agonía. La historia de la humanidad está infestada de batallas y carnicerías, pero son muy pocas las que han transformado para siempre el rumbo y la cartografía de la geopolítica mundial. La caída de Constantinopla torció la ruta de millones de seres humanos. Vaya, para no ir más lejos, el descubrimiento y conquista de América fue una consecuencia directa de la debacle bizantina y la historia de México sin duda hubiera tomado otro rumbo de haber sobrevivido este imperio que marcaba la frontera y el punto de equilibrio entre Oriente y Occidente. Sin la caída de Constantinopla es muy posible que no se hubiera escrito la historia de Colón ni la de Hernán Cortés y compañía. La conquista de América se hubiera producido de todas formas, pero sin duda se hubiera retrasado. Sí, hoy por vez primera en Mitos del Bicentenario no hablamos de un tema estrictamente mexicano, aunque al final Constantinopla tiene mucho que ver con nosotros. Una corriente historiográfica clásica, marca el inicio de lo que llamamos Edad Media en el año 476, cuando se escribe el epitafio del Imperio Romano de Occidente. El final de la Edad Media, coincide este grupo de historiadores, se da en 1453, cuando los turcos derriban las murallas de Constantinopla, marcando el final del Imperio Romano de Oriente. Lo de la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente es algo que aún da lugar a discusiones, pues si bien se toma como punto de referencia el 476 por ser la fecha en que por vez primera fueron los bárbaros, y no los romanos quienes marcaron el destino de la corona, lo cierto es que no hubo nunca una destrucción total. La caída de Roma fue muy gradual; un proceso de siglos que tuvo demasiadas causas y en donde los pueblos bárbaros fueron penetrando muy lentamente en el imperio, a menudo de forma pacífica, hasta acabar incrustados en él. Algo similar a lo que le ocurre actualmente a Estados Unidos que poco a poco empieza a ser culturalmente colonizado por sus inmigrantes, aunque éstos al final acaben por transformarse, al menos jurídicamente, en norteamericanos, al igual que la mayoría de los bárbaros deseaban transformarse en romanos. Si bien hubo sangrientas invasiones, como la de los hunos de Atila o los visigodos de Alarico, lo cierto es que ni una de estas batallas marcó un final definitivo. Vaya, con todo y los bárbaros adentro, Roma siguió siendo la sede de la cristiandad y el latín siguió siendo su lengua. Los bárbaros acabaron romanizándose y cristianizándose. En el Imperio Romano de Oriente ocurrió algo muy distinto. Constantinopla tuvo un día y una hora marcada a partir del cual ya nada volvió a ser igual. A partir de la tarde del martes 29 de mayo de 1453 la historia de Oriente y Occidente entró para siempre y sin posibilidad de retorno en una nueva era. No es exagerado afirmar que nuestro entorno geopolítico actual es una consecuencia directa de ese día. El Imperio Romano de Oriente fue fundado en el año 330 por Constantino, el primer emperador cristiano, en afán de lograr un contrapeso político y económico en el otro lado del continente. Un atípico imperio bicéfalo cuyas sedes corrieron distinta suerte. Mientras la Roma de Occidente entró en irremediable decadencia, la parte oriental vivió siglos de esplendor y Constantinopla se convirtió en la ciudad más rica y pujante del mundo conocido durante el periodo medieval. Fue llamada Basileuousa Polis, la Reina de las Ciudades, la Nueva Roma y fungió, literalmente, como el puente económico y cultural entre Occidente y Oriente marcado por el Cuerno de Oro y el mar de Mármara. Una ciudad con una parte europea y otra parte asiática que llegó a sumar hasta un millón de habitantes, cifra desproporcionada para la demografía de la época. Su hipódromo, sus murallas y su Templo de Santa Sofía, construido por Justiniano en el Siglo VI, transformado en sede espiritual y política de la Iglesia Ortodoxa Griega, son los monumentos de su esplendor. Pero allá por el Siglo XIV, un pueblo belicoso de Asia Menor llamado Otomano empezó a ganar poder y a penetrar en Occidente ganándole cada vez más terreno al Imperio Bizantino. Constantinopla se convirtió en el objeto del deseo del joven y sanguinario sultán Mehmet. A finales de 1452 Constantinopla estaba sitiada por los turcos otomanos. Su último emperador, llamado paradójicamente Constantino como su fundador, buscó desesperadamente la ayuda de Occidente y el auxilio del Papa, lo que generó una terrible división interna. Los bizantinos eran ortodoxos y despreciaban con fervor a la Iglesia Católica papal, al grado que hubo algunos radicales decían preferir la cimitarra y el turbante musulmán a la penetración latina. Algunos mercenarios genoveses y venecianos prestaron su ayuda a Constantinopla a cambio de un elevadísimo precio. Al final todo fue inútil. La devastadora artillería turca conformada con los primeros grandes cañones utilizados en la historia, se impusieron al letal fuego griego, arma química medieval cuyo secreto de preparación murió con Constantinopla. Los turcos cargaron sus barcos por tierra para colocarlos en el impenetrable cuerno de oro. El imperio estaba condenado. Hay una imagen que me parece fascinante, la máxima representación de la mística calma antes de la infernal tempestad, la auténtica sinfonía de la destrucción. Constantino y la plana mayor de la nobleza bizantina se reúnen en Santa Sofía la noche del 28 de mayo para celebrar el último servicio religioso cristiano en la historia del templo. La liturgia final de un imperio que se sabe irremediablemente desahuciado y que en silencio se entrega al éxtasis místico sabiendo que en unas horas se consumará el final de una cultura y de una era. Al día siguiente los turcos penetraron las murallas y todos los nobles, incluido el emperador Constantino, fueron inmolados dentro de la catedral. La media luna se impuso a la cruz. Cinco siglos y medio después Santa Sofía sigue fascinando a la humanidad, pero es una mezquita ubicada en el centro de una ciudad llamada Estambul, asiática y europea a la vez, cuyo puente de Gálata es el símbolo que une y divide a dos mundos que cinco siglos y medio después aún no parecen comprenderse.

Tuesday, June 28, 2011


Escrito especialmente para La Huella del Coyote Universidad Xochicalco de mi colega y amigo Gerardo Ortega. La foto, por cierto, son platos de almejas en aguachile que comimos en SQ.

A LA CÉSAR LO QUE ES DE LA CÉSAR

Por Daniel Salinas Basave

La historia nos ha demostrado con ejemplos de sobra que las lenguas y los dioses mueren, pero las costumbres culinarias son eternas. Una cultura en el exilio o dominada por otro pueblo más fuerte, suele ir perdiendo poco a poco su idioma y apagando sus creencias religiosas para adoptar la lengua y los dioses de la cultura dominante, sin embargo nunca renunciará a su comida. La cocina es lo último que se pierde y es llevada por el mundo como sello de identidad y carta de presentación. De igual forma, el primer gran síntoma de transculturización de una metrópoli, son los olores que arrojan las cocinas de los restaurantes o puestos callejeros establecidos por los foráneos. La primera señal para detectar la presencia de un grupo migrante en determinado país es la aparición de su comida típica. Si atendemos a sus orígenes históricos, no es una casualidad ni un capricho que la carta gastronómica de presentación de los mexicalenses ante el mundo sea la comida china. Si no has comido arroz cantonés bajo un sol de 40 grados y sobre una tierra a la que cada cierto tiempo le da por temblar, es que no has ido a Mexicali.

En el mundo existen ancianas gastronomías milenarias y también gastronomías emergentes en plena fase de desarrollo y mutación. En una tierra como Baja California, cuyas efemérides históricas son adolescentes y cuya población es en su mayoría migrante, la cocina es una rica fusión de estilos en permanente evolución. Con un Pacífico que es cuerno de abundancia, unas tierras benditas por los dioses del vino y una mente siempre abierta para dar la bienvenida a otras culturas, es de esperarse que Baja California pueda darnos más de una gran sorpresa cuando de comida hablamos. Cierto, la disertación nos lleva a hablar de la cocina Baja-Med, pero hoy aprovecharemos el espacio para hablar del gran símbolo culinario tijuanense: la Ensalada César.

Cierto, este no es el platillo que uno asocia con el estereotipo universal de lo tijuanense y aunque se come en muchos restaurantes del mundo, la realidad es que no son muchos los que conocen el origen de esta ensalada. Sería interesante poner a prueba a algún intelectual que se las de culto y preguntarle por la historia de nuestras lechugas. Es posible que le responda, citando a Suetonio en latín, que esa ensalada era la favorita de los césares romanos, que era el platillo de los patricios y que en la Eneida de Virgilio se narra su origen. Cierto, el nombre del platillo hace que asociemos su origen con un tipo de blanca túnica, sandalias y corona de laurel y no con un burrito rayado de la Avenida Revolución, pero lo cierto es que aunque a la fecha sigue habiendo debates sobre su paternidad, lugar y fecha de nacimiento, casi todos estamos de acuerdo en que nació en Tijuana. Eso sí, los debates en torno a la manera en que esas lechugas romanas fueron bañadas por vez primera con aceite de oliva, crotones fritos, huevo duro y pimienta negra, siguen siendo acalorados. No es que el origen de la Ensalada César se pierda en la noche de los tiempos ni es necesario convocar arqueólogos para desenterrar su mito, pero aún siendo una historia tan reciente, no le faltan leyendas ni versiones contrastantes. Nuestra ensalada tijuanense no ha cumplido ni siquiera un siglo y sin embargo no somos capaces de llegar a un acuerdo sobre la manera en que se dio la primera preparación, que se remonta al año 1924. Eso sí, sabemos a ciencia cierta que el hombre que inmortalizó su nombre en las lechugas fue Cesar Cardini, quien la patentó en 1948 (si bien los enterados afirman que lo patentado es la salsa, no la ensalada). Sin embargo, como sucede en las mejores intrigas románticas, el hombre que ha dado el legal apellido no es necesariamente el padre de la criatura. Cesar Cardini bautizó a la ensalada pero… ¿significa eso que es su padre? El chef Livio Santini tiene algo que decir al respecto, pues la leyenda cuenta que él es el autor material del platillo. La versión tijuanense de la historia, dice que la ensalada fue creada en el Hotel César Palace a donde una noche llegaron unos pilotos estadounidenses pidiendo cenar una ensalada. Como no había demasiadas provisiones de verdura en la alacena, Livio improvisó con unas lechugas romanas y un poco de huevo, pedazos de pan frito y aceite de oliva. En sus primeros años, antes de ser patentada, le llamaron ensalada de los aviadores y sin querer queriendo empezó a transformarse en un plato típico de aquel hotel que los turistas estadounidenses visitaban para probar las célebres lechugas con pan frito. Aunque no arrastra consigo tantos y tan encarnizados debates como la Margarita, a la que se le atribuyen al menos cinco orígenes distintos, existe una versión que habla sobre un supuesto nacimiento ensenadense de la César, algo que el orgullo tijuanense, obvia decirlo, se empeña en negar. Con el tiempo la receta se fue sofisticando un poco más, pues el pollo asado y la salsa de anchoas no formaban parte de la original ensalada de los aviadores. Años después, la decadencia de la Avenida Revolución alcanzó al mítico Cesars y aunque la ensalada fundacional podía pedirse en restaurantes de todo el planeta, era imposible probarla en la Avenida Revolución, el sitio exacto de su nacimiento. Por fortuna, la familia Plasencia tuvo la visión y la creatividad para traer de regreso a la César a su templo fundacional, poniendo a funcionar un restaurante de época en el sitio exacto donde hace unos 87 años, unos pilotos aviadores degustaron por vez primera las lechugas romanas de Cardini. A la César lo que es de la César. DSB

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Monday, June 27, 2011


Ignoro si los psicólogos han clasificado la adicción a las hemerotecas como una patología mental, pero el hecho es que, clasificada o no, yo la padezco en estado de gravedad extrema. Leer los periódicos de hace dos décadas me resulta más emocionante que leer el periódico que sale calientito de la imprenta esta mañana. ¿Será que la vocación de historiador se impone a la de periodista? Camino por las calles del sucio centro tijuanense rumbo al viejo Palacio Municipal, sede del Archivo Histórico de Tijuana. En la época en que mataron al Gato Félix, el viejísimo edifico de la calle Segunda acababa de ser desalojado y el Ayuntamiento de Tijuana estrenaba apenas el nuevo Palacio Municipal, un anacrónico y esperpéntico rectángulo ubicado del otro lado del río.
Con una remodelación reciente y alguna modesta inyección de recursos tras años de decadencia absoluta y olvido por parte de los gobiernos, el viejo palacio va tomando poco a poco la apariencia de un recinto cultural digno. Con esa amabilidad propia de caballero de otras épocas, mi amigo el historiador Gabriel Rivera, guardián del Archivo Histórico de Tijuana, me recibe en la puerta. El archivo desempeña un rol fundamental en la preparación de este libro y fueron muchas las tardes que pasé entre sus anaqueles revolviendo viejos periódicos que se deshacían en mis manos como se deshace la memoria de Tijuana en la mente de una sociedad adicta a anestesiar sus recuerdos. Gabriel me enseña orgulloso un sofisticado scanner alemán que han comprado con el apoyo del Congreso de la Unión, con el cual podrán digitalizar todo el archivo, aunque la tarea será de proporciones bíblicas. Frente a mí hay un ejemplar de El Heraldo de Tijuana de diciembre de 1944 cuya noticia bomba de primera plana, es una redada policial en un fumadero de opio regenteado por chinos en la calle Primera del centro tijuanense. De pronto olvido lo que estoy ahí investigando y me sumerjo en la lectura del Heraldo, el decano de los diarios tijuanenses, una reliquia periodística que Hank Rhon compró en los años 90 y acabó por quebrar en el 2000. Un quiebre sin ritual ni nostalgia, como quien cierra las puertas de una ferretería abierta hace seis meses por no tener las ventas esperadas. Lo de los fumaderos de opio es una de las tantas leyendas negras que sobre nuestra ciudad se han escrito, pero al ver aquella portada del Heraldo, caigo en la cuenta de que para mis colegas de los años 40 el asunto no era un cuento chino y de paso rompemos la idea de que las portadas de los periódicos del pasado no habían sido tomadas por el narcotráfico. Podría pasarme la tarde leyendo sobre garitos chinos y paraísos artificiales a lo Thomas de Quincey en la Tijuana de la Segunda Guerra Mundial, pero la tarde y la vida no van a alcanzarme. Me prometo que algún no muy lejano día escribiré algo –una novela, un cuento, un ensayo o un revoltijo de todo- sobre la historia de los fumaderos de opio en Baja California, pero por ahora vengo a buscar periódicos de finales de los años 80.
Gabriel Rivera coloca sobre la mesa un envoltorio en papel color marrón donde yacen los ejemplares de Zeta de los meses de marzo y abril de 1988. Frente a mí el ejemplar que salió a la calle el viernes 22 de abril de 1988. La portada está desprendida y carcomida por los costados, pero las únicas palabras son perfectamente legibles.