Eterno Retorno

Saturday, June 04, 2011


La primavera que termina ha traído consigo algunas emociones fuertes para Jorge Hank Rhon. Si bien en su vida lo único que parece estar prohibido es lo ordinario, lo cierto es que en las últimas semanas Hank ha vivido tres momentos de elevadísima intensidad, escenas fuertes que sin duda serán ineludibles a la hora de elegir las diez estampas fundamentales de su biografía. Vaya, si algún día un improbable cineasta produce una película basada en su vida, sin duda estas tres escenas serán incluidas en el tráiler.


Escena Número Uno: 24 de febrero de 2011-La alta sociedad de Tijuana se congrega en la Iglesia del Espíritu Santo en el exclusivo fraccionamiento Chapultepec para orar con el arzobispo Rafael Romo Muñoz por la salud de María Elvia Amaya de Hank. Al mismo tiempo, en una clínica de Ginebra, Suiza, Hank aguarda nervioso afuera del quirófano donde su mujer está siendo sometida a una operación de altísimo riesgo: un trasplante de médula ósea. Hace algunos meses le han diagnosticado la mortal enfermedad, pero el secreto se mantuvo en la familia. Ello explica que María Elvia Amaya haya decidido no contender como candidata a la Alcaldía de Tijuana en las elecciones de 2010, pese a que se ubicaba como amplia favorita aún sin estar registrada. La noticia de su enfermedad conmueve a Tijuana y al país y en pocas semanas su rostro es portada de la revista Caras. La ex primera dama de Tijuana logra superar el trance y retorna a la ciudad donde en un acto de solidaridad, su esposo, sus más fieles allegados del Grupo Caliente y algunos diputados priistas rapan sus cabezas en solidaridad con su quimioterapia. La reina filántropa reaparece en sociedad y apenas el 1 de junio encabeza una conferencia de prensa para anunciar la visita de Shakira al Estadio Caliente de Tijuana y la canalización de parte de lo recaudado a su fundación Por Ayudar.


Escena Número Dos: 21 de mayo de 2011- El Estadio Caliente es un hervidero de almas en ebullición, una perrera pasional pintada de rojo y negro. Desde el palco principal, Jorge Hank Rhon y María Elvia Amaya saludan sonrientes a la multitud mientras el equipo Xoloitzcuintles de Caliente derrota 2-1 al Irapuato en el juego definitivo por el ascenso a la Primera División. Es, quizá, el día más grande, o por lo menos el más apasionado, en la historia deportiva de Tijuana. Los colores del equipo se desparraman por todos los rincones de la ciudad y los líderes tijuanenses de opinión, desde el alcalde y los jerarcas empresariales, hasta las figuras de la televisión local, se ponen la camiseta rojinegra del equipo que Hank Rhon he regalado a su hijo Jorgealberto para que lo administre. Desde el apoteósico altar de su palco, Hank escucha al estadio corear su nombre: Xolos Campeón y Hank Gobernador. Si el Milán empoderó a Silvio Berlusconi y el Boca encumbró a Mauricio Macri, los recién ascendidos Xoloitzcuintles están sentando a Hank en los cuernos de la luna. Atrás quedan las heridas de la derrota contra Osuna Millán en la lucha por la Gubernatura en 2007. Hoy Hank siente sus bonos a la alza y de la mano de Xoloitzcuintles toma vuelo rumbo a la carrera por la Gubernatura en 2013.


Escena Número Tres: Madrugada del 4 de junio de 2011. Jorge Hank Rhon y su esposa María Elvia Amaya despiertan sobresaltados. Para su desgracia, el horror no se desvanece como las pesadillas o los sueños intranquilos. En el interior de su residencia, sin duda la casa particular más resguardada de toda la región, hay más de medio centenar de soldados del Ejército Mexicano. En pijamas Hank Rhon es sometido por el comando. Al menos diez elementos de su escolta están ya esposados. Ni siquiera le han dado unos minutos para vestirse y así, con bóxers de cama, los militares lo arrastran preso rumbo a la sede de la PGR, que yace blindada con tanquetas como los días de grandes cacerías. La noticia llega con el amanecer y Tijuana entera se conmociona. En una ciudad donde lo que sobran son leyendas negras, la historia de Hank es sin duda el mito más oscuro, una suerte de surrealismo siniestro, aunque aquí hay algo que rompe el molde: la esencia de la negra leyenda de Hank era su carácter de intocable. Sobre él pesan mil y un mitos pero ni una verdad jurídica. La detención de Hank era un tema tabú, uno de esos sueños guajiros destinados a jamás consumarse, sin embargo, esta noche Hank duerme privado de la libertad por primera vez en 55 años de vida. Lo que no sucedió nunca como consecuencia de la muerte de Héctor “El Gato” Félix Miranda o el tráfico de pieles exóticas, ha ocurrido por el supuesto acopio de un hogareño arsenal de 88 armas de alto poder, que han sido descubiertas y decomisadas gracias a una anónima y desinteresada denuncia ciudadana, mientras los malpensados perciben en el ambiente un tufo a Bucareli o una peste a Pinos.

La leyenda acompaña a Jorge Hank Rhon desde el día de su nacimiento. Según narró él mismo en la ceremonia de hermanamiento entre las ciudades de Tijuana y La Habana, la noche del 27 de enero de 1956, sus padres, el entonces Presidente Municipal de Toluca Carlos Hank González y su madre Guadalupe Rhon, invitaron a cenar a casa a un combativo abogado cubano de 29 años de edad llamado Fidel Castro Ruz, quien había sido presentado al Profesor Hank González por Fernando Gutiérrez Barrios. El matrimonio Hank y su invitado estaban en sabrosa charla de sobremesa cuando la señora Rhon comenzó a sentir los dolores del parto. Horas después, en la madrugada del 28 de enero, vino al mundo su hijo Jorge y el joven Fidel Castro fue de los primeros en cargar al recién nacido. La primera de un mil y un leyendas que acompañarían a Jorge Hank Rhon a lo largo de su vida se escenificaba en su cuna de recién nacido.

No existe en el México contemporáneo un político que arrastre consigo una leyenda tan negra como la de Jorge Hank Rhon. Las historias que se han tejido y se tejen cada día en torno a su personalidad, están a la altura de cualquier personaje de las célebres novelas latinoamericanas sobre dictadores. Las anécdotas que sobre él se cuentan bien pueden emparentarlo con el Chivo de Vargas Llosa, el Patriarca de García Márquez o el Supremo de Roa Bastós.
Su vida no es sólo la liturgia del poder, sino la encarnación de la extravagancia. Oveja negra del clan familiar que representa el matrimonio perfecto entre política y dinero, Hank Rhon es un barroco heredero de tradiciones políticas paternalistas donde el caudillo está siempre por encima de la institución y los cañonazos de 50 mil pesos son capaces de quebrantar la más sólida moral.
En él convive la derrochadora opulencia de Iturbide, la vocación teatral de López de Santa Ana, el simpático cinismo de Gonzalo N. Santos y los afanes mesiánicos que en mayor o menor medida ha padecido todo caudillo latinoamericano.
Una definición simplista sería la de un multimillonario chiflado que se puso a jugar a política, pero la leyenda Hank está aderezada por lo extravagante y lo siniestro, elementos que irremediablemente seducen y este hombre es ante todo un experto seductor.

Friday, June 03, 2011


Si el asesinato es, como propone De Quincey, una de las bellas artes, habrá sin duda quien sostenga, no sin fundamentos, que el magnicidio es su expresión más elevada.
Claro, los críticos del arte criminal pueden tomar en cuenta los más diversos factores a la hora de valorar una obra y ubicarla en su justa dimensión.
Artístico es el crimen pulcro, cuando el criminal consuma su obra sin dejar rastro alguno de su autoría, aunque un crítico de vocación siniestra bien puede apreciar el refinamiento de la crueldad como una virtud del artista.
Si bien es utópico creer que los críticos de arte puedan ponerse de acuerdo un día, podríamos coincidir en que el grado de dificultad que debe enfrentar el asesino para poder consumar su obra es un factor primordial a la hora de evaluar su virtud artística. Si para consumar el asesinato fue preciso vencer obstáculos extremos, como puede ser una custodia férrea o una imposibilidad material de acercarse a su objetivo, el asesino tiene un mérito mucho mayor y su acto bien puede ser considerado una auténtica obra de arte, algo a lo que no puede aspirar aquel que asesinó a una víctima desprevenida e indefensa.
En el lenguaje del futbol, un gol puede ser considerado una obra de arte si para marcarlo fue preciso eludir a seis defensas de marca pegajosa o doblar a una barrera bien formada con un trallazo ejecutado a más de 30 metros de distancia. Por supuesto, no hay arte alguno en aquel gol anotado de rebote ante un marco abierto con un arquero vencido, aunque al final en el marcador ambos goles acaben valiendo lo mismo.
Otro factor a tomar en cuenta por los críticos del asesinato como obra de arte, es la trascendencia e impacto histórico del crimen en cuestión. En este último punto los críticos pueden dividir opiniones, pues habrá quien considere únicamente a la obra de arte en estado puro, libre de todo criterio circunstancial de tipo político o social. Si el fin último del asesinato es apagar una vida, entonces la obra de arte debe apreciarse desnuda de todo artificio. Sin embargo, este criterio purista no tiene demasiados adeptos hoy en día. Digan lo que digan los críticos puros, lo cierto es que los efectos que el crimen pueda tener en una sociedad no pueden ser ignorados a la hora de dimensionar su valor artístico. Hay millones de asesinatos destinados a convertirse en estadística y sólo unos cuantos que se vuelven inmortales. Tal vez les resulte el colmo de lo pueril volver a la metáfora futbolística, pero un gol definitorio en una final de Copa del Mundo aspirará siempre la inmortalidad artística, a diferencia de un gol de la honra en un partido amistoso sin nada en juego.
Tomando en cuenta los dos factores arriba mencionados, debemos concluir que el magnicidio es la más alta expresión del asesinato como una de las bellas artes. Los factores grado de dificultad y trascendencia histórica están, casi por definición, en cualquier crimen de este género. Vaya, se da por hecho que no hay magnicidio fácil, pues las probabilidades de fallar y dejarlo en la triste condición de simple atentado suelen ser elevadas. Tampoco hay magnicidio intrascendente. El magnicida está destinado a entrar en la Historia y a inmortalizarse en la biografía de su víctima a la que se une en una suerte de cruel y forzado matrimonio para la eternidad. En toda biografía de Álvaro Obregón, sea una bestia historiográfica colegiada de mil páginas o el reverso de una estampita escolar, aparecerá por siempre el nombre de José de León Toral. El nombre de su asesino se transforma en su eslabón, su tatuaje, su marca en la frente.
El magnicida cambia el rumbo de la Historia e inscribe su nombre en ella. El magnicidio es quizá el salto a la inmortalidad más contundente y vertiginoso. ¿Quién era un tal Mario Aburto al medio día del 23 de marzo de 1994? Era carne desechable de maquiladora, la intrascendencia absoluta. Horas después, todo el país conocía su nombre, su rostro y empezaba a formarse una idea sobre él. El segundo preciso en que el magnicida aprieta el gatillo tuerce el cauce del río de la Historia. El segundo preciso es ya irreversible. Después ya nada será igual. Si aquella tarde en Lomas Taurinas Aburto hubiera tenido un instante de duda y vacilación que lo llevara a guardar su pistola y perderse entre la multitud sin acercarse al candidato, la Historia de México no sería la misma. Aburto seguiría siendo piel de anonimato, polvo en las estadísticas del censo, mientras que Colosio no subiría al altar del martirio.
Claro, la tentación de empezar a escribir el infinito libro de la historia de lo que pudo haber sido surge irremediablemente cuando imaginamos al magnicida teniendo su instante de duda, pero entre mil y un historias posibles se escribe solo una: la que se define en el microsegundo en que la bala impacta el cráneo. Por supuesto, habrá quien diga que tratándose de una conspiración bien armada, el magnicidio se consumará tarde o temprano como una sentencia de muerte ya dictada, pero en cualquier caso la narrativa sería distinta. Tratándose de asesinos solitarios, magnicidas mesiánicos guiados por sus propias voces interiores, el curso de la Historia depende de una decisión personalísima. Perfectamente podemos escribir la biografía de Obregón y Colosio como presidentes de México mientras Toral y Aburto seguían en su condición del polvo en el viento. En esta historia de lo que pudo haber sido, también no sería dado imaginar cuántas veces un hombre de poder estuvo a tres metros y minuto y medio de ser víctima de una bala ante el instante de duda o miedo de aquel que estaba destinado a ser su asesino.
Salvo alguna extrañísima e improbable excepción, todo magnicida -sea un solitario o el brazo armado de una conjura- actúa con cierta planeación. Debemos dar casi por hecho que en la mayoría de los casos, la noche antes del gran crimen el futuro magnicida tiene ya trazada una ruta de acción y se prepara para ejecutarla. Detengámonos a pensar por un momento en la noche antes del magnicidio…continuará

Thursday, June 02, 2011




Gandhi Tijuana nunca más

Hace tiempo que no puedo comprar libros, pero sigo deambulando como vicioso irredimible por las librerías. Una librería no es una tienda; es un santuario. Una librería es un destino, un fin en sí mismo. Muchas de las horas más fascinantes de mi vida las he pasado deambulando tardes enteras en librerías de todo el mundo, sin embargo me sucede que en Gandhi Tijuana no me siento bien. Podría hablar de los precios exorbitantes, de su predilección por lo comercial y lo basura (un libro tan bueno como Señora Krupps no es posible encontrarlo en Gandhi, donde no hay lugar para lo hecho en Baja California) pero mi molestia tiene que ver con la nula calidad humana de su personal. Hace una semana encontré un libro de Henning Mankell (El ojo del leopardo) con un precio marcado en la etiqueta de 24 pesos. Había otro ejemplar en el librero y lo mismo: la etiqueta amarilla decía claramente 24 pesos. No se veía una etiqueta rota o un número cortado. El precio era 24 en los dos libros. Se perfectamente lo que vale un TusQuets, pero al preguntar al empleado, él me confirmó que el libro costaba 24 pesos. Vaya sorpresa. Sin embargo, al llegar a la caja, sale la gerente a decirme que se trataba de un error: que el libro costaba 249 pesos ¿Y dónde está marcado el 9 pregunté? Quién sabe. Creo que Profeco los hubiera obligado a respetar el precio, pero la gerente (¿Lydia se llamaba?) se negó rotundamente y de mala manera. Cuando intenté tomar una foto al libro se pusieron hostiles y agresivos y de inmediato se acercaron los guardias para impedirlo. Es la segunda vez que me pasa algo así en esa sucursal. Creo que una tienda con verdadero espíritu de servicio hubiera reconocido su error y respetado el precio. No es el caso de Gandhi. Llevo más de una década promoviendo la lectura desde diversos espacios periodísticos y televisivos y por ello no tengo sangre para atacar a quien ha hecho de los libros su forma de vida. Sin embargo, cuando veo Señores Libreros con mayúscula como Don Alfonso López Camacho de El Día, que han dado la vida por promover la lectura en Tijuana y que impulsan la buena literatura bajacaliforniana lo mismo que Sor Juana, me queda claro que por lo que a mí respecta, no vuelvo a comprar en Gandhi y mi recomendación, amigo lector, es que mejor apoyes a los libreros locales.


Fauna de crucero luchando por sobrevivir

Tiene un trapo puerco en las manos y todo en él -su piel, su ropa, su expresión- es una costra color marrón, una huella permanente de polvo y pavimento, de perpetuo escupitajo y desesperanza. Él y su trapo habitan en los cruceros y aguardan el rojo del semáforo para salirte al paso y enfrentar tu ventana cerrada, tu cara negando, tu expresión de “aléjate y lárgate”, porque no lo quieres cerca ni soportas que te busque la mirada. Él está ahí: pelo tieso, brazos llagados, ojos muertos. Él te acecha y se arroja sobre el parabrisas de tu carro pese a tus negativas desesperadas. Él no lo sabe, pero tú sí: ustedes están hermanados en la lucha por la supervivencia. No son más que seres vivos peleando a muerte por una moneda. Él ofrece su trapo sucio y tú ofreces una ficción o un artificio que se llama trabajo y nadie necesita. Él y tú, y la mixteca que se arrastra con el perpetuo escuincle-marsupial de su reboso y el hombre de la silla de ruedas buscan lo mismo: sobrevivir. Son animales hambrientos en tiempos de sequía, especies moribundas buscando sustento en una tierra podrida. Pero ni él ni tú se atreven a tomar un bate, o una roca, o un cuchillo para ir a despedazar los cristales de ese banco o de ese tribunal o de esa comandancia. ¿Por qué no muerden la calle hasta hacerla sangrar? ¿Por qué no se deciden de una vez por todas a deshacer el mundo?

Un buche de agua y ajo

Tomarse las cosas con “filosofía” o beberse de hidalgo un té de agua y ajo es la marca de los tiempos, aunque esta perorata de anacoreta capaz de renunciar a cualquier indicio de hedonismo, amenaza con transformarse, en un mal día cualquiera, en la profecía del desastre absoluto. Hace poco la vida estaba llena de pequeños placeres. Hoy está llena de austeras crucifixiones diarias. Cuando las cosas no marchan es fácil caer en la tentación de idealizar el pasado: antes existir era fácil y hoy es una cuesta arriba llena de filosas piedras. En afán de sacar agua del pozo, diré que me vuelvo más fuerte, curtido como la planta del pie de un campesino que corre entre nopaleras. Saber que puedo prescindir de ciertas cosas y puedo flotar en medio de tempestades sin perder la razón, me hace sentir, al menos de vez en cuando, algo parecido a la fuerza interior.

A veces lo hostil y lo cagante tiene un nombre y una ubicación: se llama Mexicali. Lo siento, pero esta ciudad significa para mí todo lo que es adverso en mi vida. Es, sin duda, una de mis anti-ciudades del planeta. Creo que nunca he tenido un día feliz en Mexicali. Ciudad cachanilla no me ha dado todavía mi primer buen recuerdo. Palabras como hostilidad y hartazgo son las que definen a esta tierra. Nada en contra de sus habitantes, pero algo me pasa en este sitio que el ánimo y la energía se me caen al suelo. Lo fácil sería echarle la culpa al calor, pero esto es algo que va más allá. Simplemente no me gusta ni me ha gustado nunca estar aquí.

Tuesday, May 31, 2011


Desahogo revolucionario

Por Daniel Salinas Basave

Esa maestra de la vida llamada Historia nos ha enseñado algunas cosas. Una de ellas es que las revoluciones armadas suelen ser vil plomo mal gastado en pieles inocentes; cuerpos de carne y hueso inmolados en altares de ideas abstractas. A menudo las revoluciones armadas se limitan a sustituir dictaduras y a cambiar el estilo personal del totalitarismo y la injusticia. Queda claro que frente al tiránico despotismo de Stalin, los zares Romanov acaban por parecer corderitos mientras que Mao y su revolución cultural harían palidecer al más cruel de los emperadores chinos. En México, el millón de muertos que costó nuestra glorificada revolución se tradujo en la sui generis dictadura partidista tricolor, tal vez no tan perversa como el estalinismo, pero sí corrupta y antidemocrática. Hay siempre un momento en que las revoluciones tuercen el camino e irremediablemente se pudren. En ese río revuelto siempre hay un pescador oportunista que se queda con el botín. Si la Historia, como pretendía el marxismo, tuviera leyes propias de ciencia exacta, una fórmula infalible sería la del irremediable proceso de descomposición y podredumbre de todo movimiento armado. Pero en contraparte podría enunciarse una ley con casi el mismo nivel de exactitud que se refiriera a ese espontáneo momento orgásmico que puede llegar a vivir una revolución en sus comienzos. Con toda su carga de intereses políticos a cuestas, hay revoluciones que inician como idilios, auténticos desahogos casi animales. La revolución surgida como la reacción natural de un ser vivo que se siente aplastado, sofocado, adolorido. La revolución no como un proceso político y militar debidamente planeado por la cúpula de un movimiento, sino como un estallido de furia, de un coraje propio de todo ser con sangre en las venas. Antes de que llegaran Lenin y los bolcheviques, la Revolución Rusa de 1917 comenzó con saqueos desesperados a las panaderías por parte de un pueblo que se moría de hambre y frío mientras sus tropas se desangraban en las trincheras de la Primera Gran Guerra Mundial. Sin líderes ni causas políticas de por medio, los habitantes de Petrógrado y Moscú simplemente tenían hambre, ese sentimiento tan concreto y universal que puede motivar a un ser humano o a un animal a desafíos extremos. Los soldados encargados de defender a la monarquía estaban tan hambrientos como el pueblo y en lugar de reprimirlos se sumaron a los saqueos y al zar Nicolás II no le quedó otro remedio que abdicar. Así las cosas, una revuelta de hambruna hizo pedazos en tan solo una semana tres siglos de dinastía Romanov. Cierto, después llegarían los bolcheviques y más tarde subiría al poder Stalin para encargarse de pudrir cualquier vestigio de idilio revolucionario, pero ese instante de espontánea furia popular sin liderazgos fue absolutamente necesario para derrumbar a un sistema. Antes de Robespierre y la guillotina, la Revolución Francesa estalló con los saqueos de un pueblo muerto de hambre y aplastado por cargas fiscales absurdas. Otro ejemplo de furia espontánea que fue capaz de hacer pedazos a un gobierno, fue el “argentinazo” de diciembre de 2001 que derrocó a Fernando de la Rúa para inaugurar una pasarela de monigotes que desfilaron por la Casa Rosada hasta culminar con la llegada de Néstor Kirchner. “Que se vayan todos” fue el grito de aquel 20 de diciembre, producto no de un liderazgo concreto, sino de un hartazgo social que simplemente reventó como revienta un oído que duele. Desde la cómoda lejanía de nuestras pantallas observamos las revoluciones del mundo árabe e instalados en nuestra zona de confort miramos la Plaza Mayor de España atiborrada de jóvenes inconformes con su destino de desempleados perpetuos. Un cuerpo vivo reacciona ante el hambre, ante el dolor, ante la asfixia. No se requieren caldos ideológicos ni recetas políticas para generar esa reacción inmediata que ha llegado a despedazar sistemas. En México no hemos vivido todavía un magno movimiento social espontáneo que haya acabado con un régimen. Tal vez el movimiento del 68 tuvo algunas dosis de juvenil espontaneidad, pero jamás llegó a hacer tambalear a Díaz Ordaz cuyo derrocamiento, por cierto, no estaba en el modesto pliego petitorio de los estudiantes. En el México del Siglo XIX nos dedicamos a coleccionar revueltas, cuartelazos y revoluciones que para nada fueron espontáneos ni masivos, sino producto de grillas militares que tan solo sirvieron para desunir y desmembrar al país mientras Santa Anna iba y venía entre centralismos y federalismos. Nuestro gran movimiento armado del Siglo XX tampoco fue muy espontáneo que digamos. Después de todo, Madero puso fecha y hasta hora exacta en su Plan de San Luis. Este movimiento que costó un millón de vidas, engendró el muralismo y la novela revolucionaria, pero no trajo ni la democracia ni la justicia social. Aunque la maestra Historia nos ha enseñado con múltiples ejemplos lo inútil de todo movimiento armado, confieso que en estos días me asalta muy a menudo la sed y el ansia del desahogo revolucionario, como si un oído me estuviera matando de dolor y quisiera que reventara de una vez por todas, como si deseara quitarme de encima una bota que me aplasta la cara. De acuerdo, una revolución no servirá de nada y solo traería más atraso al País, pero al ver tal modorra mediocre a nuestro alrededor, al ver al sistema exprimirnos como limones mientras la aguja de la gasolina cae irremediablemente al vacío mientras el saldo en la cuenta se agota junto con las esperanzas, uno desea tener la reacción lógica de un cuerpo que siente dolor, hambre, asfixia. La humanísima reacción de coraje de alguien que se siente pisoteado y agredido.