Eterno Retorno

Saturday, May 14, 2011

29 FERIA TIJUANA 2011 REQUIEM POR GUTENBERG NO HA LLEGADO A TIEMPO


MITOS DEL BICENTENARIO PRESENTE EN LA FERIA DEL LIBRO




Cuando veo libros, cientos de libros, me asalta el desasosiego. De un tiempo para acá, al ver libros tengo la absoluta y cruel certidumbre de todas esas obras que no leeré nunca y pasarán de largo frente a mí. Hagas lo que hagas, al morir habrá millones de libros que no habrás leído nunca y varios miles de ciudades que jamás habrás caminado, ni soñado, ni intuido. Habrá, sobre todo, mil vidas posibles que no habrás vivido. Andarás por el mundo cosechando migajas, retazos, jirones de algo que yacía frente al aire que respiras y la vida, o algo que se le parece, pasará como un tren por delante de ti. La vida que se va corriendo delante de ti; la vida huidiza, rejega, ingobernable.

Friday, May 13, 2011


Viendo el vaso medio lleno y poniendo una dosis de optimismo, hay que empezar por aplaudir y celebrar que Tijuana tenga una Feria del Libro madura, una feria que después de tres décadas se ha vuelto ya una tradición de la ciudad. Pese a lo limitadísimo del presupuesto, a los cambios de colores en las administraciones y al panorama a menudo adverso que enfrentan los libreros, cuando llega el mes de Mayo Tijuana celebra su Feria del Libro. Ello se ha conseguido en gran medida por el empeño y la dedicación que le ponen libreros comprometidos como don Alfonso López Camacho de Librería El Día, verdaderos quijotes de la promoción de la lectura a quienes mucho debe esta ciudad. Contra viento y marea, navegando a contracorriente en una época en que el legado de Gutenberg parece estar herido de muerte, con gigantes estadounidenses como Barnes and Noble y Borders convertidos en fantasmas, la Feria del Libro de Tijuana está ahí y dice presente. La mudanza a Plaza Río parece haber sido benéfica y el designar a Federico Campbell como escritor homenajeado es una decisión justa y atinada. También es de aplaudir la constancia en el espacio dedicado a la lectura infantil. Pero claro, no todo es miel sobre hojuelas. La feria es constante, se mantiene, pero no crece, no trasciende y sobre todo no innova. Es una feria doméstica en donde la inmensa mayoría de la oferta son libros que podemos encontrar en esta ciudad los 365 días del año, pues casi todos los expositores son locales. Por su ausencia brilla un Consejo Consultivo Ciudadano de la Feria del Libro como un órgano institucional permanente que vaya más allá de la organización de un evento y trabaje todo un año para hacer de la de Tijuana una feria que pueda ser punto de referencia y atracción nacional e internacional. ¿Se vale soñar? Al final, con o sin grandes apoyos oficiales, con o sin grandes nombres de literatos en el cartel, a una feria del libro la hacen y la mantienen los lectores.

Tuesday, May 10, 2011


Cuando el destino de México se decidió en Ciudad Juárez

Por Daniel Salinas Basave

Desde un tiempo para acá, Ciudad Juárez parece ser la marca registrada del plomo y la sangre en las noticias. Nos hemos acostumbrado a asociar el nombre de la gran frontera chihuahuense con el mayor y más cruel campo de batalla de la guerra contra el crimen organizado en la era de Felipe Calderón. Con tantas páginas teñidas de rojo, muchos han olvidado que hace exactamente un siglo, el destino de todo México se jugó en Ciudad Juárez. En 1911 la antigua Paso del Norte fue, al igual que lo es hoy, un campo de batalla entre dos bandos que se disputaban el poder, sólo que en aquel entonces la batalla no era entre zetas, cartel de Sinaloa y Ejército Nacional, sino entre las fuerzas federales defensoras de la dictadura de Porfirio Díaz y la tropa revolucionaria maderista, encabezada por Pascual Orozco y el entonces coronel Francisco Villa. Además de celebrar el Día de las Madres, este 10 de mayo se cumplieron cien años de la toma de Ciudad Juárez por los rebeldes, lo que significó el derrumbe de más de tres décadas de dictadura porfirista en México. La de Ciudad Juárez fue también la primera gran batalla de la Revolución, aunque comparada con los baños de sangre que se vivirían años después en Torreón, Zacatecas y Celaya, acabaría por parecer una escaramuza, si bien para los juarenses fue el mayor derramamiento de sangre que se había vivido hasta entonces en su ciudad. Cierto que los habitantes de la frontera se habían acostumbrado a las periódicas incursiones de hordas apaches y bandoleros durante el Siglo XIX, pero jamás habían vivido un combate tan sangriento y con fuego tan nutrido en sus calles. La toma de Ciudad Juárez fue el producto de una desobediencia, pues Francisco I. Madero, líder máximo del movimiento, había sido contundente en su orden de no atacar la ciudad fronteriza, resguardada por el general porfirista Juan Navarro. Sin embargo, Pascual Orozco y Francisco Villa “se fueron por la libre” y desobedecieron las órdenes del jefe dando inicio al ataque contra Ciudad Juárez el 8 de mayo de 1911. El tiroteo iniciado por orozquistas y villistas rompió de manera repentina y por sorpresa una tregua pactada por Madero y el general Navarro. Tras dos días de combates en pleno centro de Juárez, las tropas porfiristas acabaron por rendirse y entregar la ciudad el 10 de mayo a las tres de la tarde mientras los norteamericanos, sentados en palco de honor, contemplaban entretenidos el espectáculo desde El Paso. Entre los mandos de la tropa revolucionaria llamaba la atención la presencia del aventurero ítalo-australiano Pippo Garibaldi, nieto del caudillo unificador de Italia, el célebre Giuseppe Garibaldi. Este polémico Pippo Garibaldi, nacido en Melbourne Australia, fue combatiente en los más alejados e improbables rincones del mundo, pues lo mismo participó en Juárez con los maderistas que en Sudáfrica en la Guerra de los Boers o en las trincheras europeas de la Primera Guerra Mundial. Inevitable fue el pillaje en la ciudad y la matanza de federales a cargo de los revolucionarios. El general Juan Navarro, preso de los rebeldes, estuvo a punto de ser fusilado por Pascual Orozco, en venganza por la crueldad mostrada por el porfirista meses antes en el combate de Cerro Prieto, pero el siempre magnánimo Madero le salvó la vida e impidió la ejecución. Aunque la toma de Ciudad Juárez había sido producto de una insubordinación, Madero recibió la plaza en bandeja de plata y realizó su entrada triunfal a dicha frontera donde estableció su cuartel general. Ciudad Juárez fue el primer gran golpe militar a la dictadura de Porfirio Díaz, cuyo poderoso ejército demostró ser un gigante con pies de barro, timorato, obsoleto y sin capacidad de reacción frente al ataque de los indisciplinados rebeldes, que ni siquiera constituían un ejército regular. La batalla costó en total unas mil 500 bajas a los dos bandos, un saldo que podría considerarse casi blanco si se compara con las decenas de miles de muertos que tapizarían los campos de batalla de la Revolución Constitucionalista dos años después. A un siglo de distancia no deja de resultar sorprendente que la toma de una ciudad tan alejada de la Capital de la República que en la época apenas sumaba poco más de 10 mil habitantes, haya significado el final de la dictadura más longeva de la historia del País. Ahí se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez que sellaron legalmente el final de la dictadura porfirista iniciada en 1876. Al final, Ciudad Juárez fue un triunfo engañoso en todo el sentido de la palabra para los maderistas. Si bien a raíz de la batalla consiguieron un premio demasiado grande y sin duda inesperado, como fue la renuncia de Porfirio Díaz a la Presidencia de la República, lo cierto es que con los Tratados de Ciudad Juárez los maderistas se pusieron la soga al cuello pues inocentemente Madero aceptó el licenciamiento de sus tropas y se puso en manos del ejército federal que lo odiaba con fervor, además de aceptar como presidente interino a un conservador anti-revolucionario como Francisco León de la Barra. Así las cosas, con unos tratados erróneos y firmados a la carrera, en Ciudad Juárez se decidió el destino del país y se abrió la puerta para el apocalipsis revolucionario que vendría.

Sunday, May 08, 2011


Del diario de Amber Aravena...El consejo de redacción de la revista Gato de Azotea me había propuesto elaborar un reportaje sobre la cartografía literaria de Vargas Llosa. Con su Premio Nobel en la mano, el peruano estaba en los cuernos de la moda y casi cualquier cosa que se escribiera sobre él garantizaba varios miles de lectores. La idea del reportaje era algo ordinaria a decir verdad. Viajar a Arequipa buscando viejitos que pudieran platicarnos algo en torno a la infancia del novelista y anécdotas de su familia. Por supuesto, el reportaje incluía una visita al colegio Leoncio Prado de Lima para recrear el entorno en que se gestó La ciudad y los perros y un paseo por las calles del transformado Miraflores. Con una dosis de imaginación y otro poquito de tenacidad pude haber creado una crónica memorable, pero en cualquier caso predecible. Sin haberlo escrito todavía, sentía que ya estaba leyendo mi reportaje, rico en lugares comunes. Claro, podía dar con algún tipo que me platicara un detalle desconocido y sorprendente de la infancia de Vargas Llosa, algo que contradijera de golpe y porrazo su confesional Pez en el agua, pero de la forma que fuera el asunto no podía llegar demasiado lejos. En cuestiones periodísticas, mi primera regla es que la primera persona fascinada con el reportaje debo ser yo y la idea de ese reportaje no me fascinaba. Entonces, una mañana cualquiera me reuní con mi editor Mauricio Moscoso y así, a bocajarro y sin preámbulos, le dije que en lugar de escribir un reportaje sobre Vargas Llosa, escribiría mejor el reportaje que Vargas Llosa hubiera deseado escribir.

El “Chivo” Rafael Leonidas Trujillo acabará por parecerte soso y ordinario si lo comparas con Alfio Wolf, le dije Moscoso. Si Vargas Llosa descubriera a Wolf, sin duda escribiría una novela sobre él. Ni el Patriarca de García Márquez ni el Supremo de Roa Bastós cargan a cuestas una leyenda negra tan extravagante, le expliqué. Por supuesto, Mauricio Moscoso, un sabelotodo a quien nunca puedo tomar malparado, conocía la existencia de Alfio Wolf y algo sabía de su leyenda.

La idea, le expliqué, era retratar al monstruo en su ecosistema, dibujar su retrato y mostrar como un ser como semejante leyenda negra a cuestas, cierta o falsa, podía aspirar a convertirse en gobernador de una provincia. No era solo la historia de un político relacionado con la mafia, algo que era la regla y no la excepción en Latinoamérica. Era la suya una historia de extravagancia, de mesianismo, una suerte de caudillaje exótico, siniestro y surrealista.

- Imagínense tan solo el artículo y pónganse en los zapatos de nuestros lectores: Sí, muy bonita la cartografía literaria del Premio Nobel, Arequipa y sus crepúsculos, la saga de los Llosa, el padre tiránico, el colegio militar, el adolescente rebelde que huye en amasiato con su tía. El pez en las aguas del periodismo narrativo. Le puede interesar a nuestros lectores, cierto, pero dudo que les sorprenda. Ahora imagínense la historia de un devorador de cuellos de jirafas y testículos de tigre, que colecciona mujeres bellas, fieras híbridas e historias negras; un caudillo grotesco y surrealista que gobierna la ciudad fronteriza más visitada del mundo, la que colinda con el estado más rico de la Unión Americana.-