Eterno Retorno

Friday, April 01, 2011


Viernes. El primer día del mes que me contempla rebasar la mitad del camino de nuestra vida. Hace un par de horas arrollaron a una mujer afuera de la oficina. La atropelló una patrulla de la Policía Estatal Preventiva. Todos los carros le dieron el paso, pero los pepos, obviamente, nunca se detienen pues siempre fingen tener una urgencia que atender y pasaron de largo por encima de la pobre mujer. En la Cruz Roja dicen que va a morir. Una vida se apaga a escasos metros del lugar en donde estoy sentado y la tarde sigue su curso, tan vestida de viernes. Una vida se hace pedazos sobre el asfalto de Paseo de los Héroes y el absurdo te escupe en la cara. Los pepos asesinos dormirán tranquilos esta noche.
Inicio el mes de abril con Symphony of Destruction de (aguante) Megadeth y una plegaria al dios de los carros para no quedar tirado en la carretera libre Rosarito-Tijuana.
Mitos del Bicentenario ha retomado su sitio en la mesa principal de la Librería El Día, pero ahora sus vecinos son mi colega periodista Arturo Pérez Reverte con El Asedio y Sara Sefcovich con La suerte de la consorte. He soñado un par de veces con la Librería El Día en la última semana, pero he olvidado la trama del sueño. Aunque la economía y el espacio no me permiten ser el comprador compulsivo de libros que era antes, desde un tiempo para acá aplico la política de no comprar libros en ningún otro lugar que no sea la Librería El Día. Don Alfonso es encarnación de último héroe. No compro en Gandhi y mucho menos en Sanborns. Los exhorto a hacer lo mismo. DSB

Tuesday, March 29, 2011




Icamole, según el censo, tiene 160 habitantes y una mención en la historia de México. Lo del censo tómalo con toda la reserva que estos datos estadísticos exigen, pues bastaría que 16 habitantes de Icamole emigren para tener una significativa modificación demográfica del 10%. Lo de la mención en las efemérides nacionales se ha inmortalizado el apodo menos grato para Porfirio Díaz en casi 85 años de vida: “El llorón de Icamole”. En 1876, cuando al grito de “No Reelección” Don Porfirio acaudillaba la rebelión de Tuxtepec, enfrentó en Icamole al general nuevoleonés Mariano Escobedo, que jugaba de local en aquel desierto. Aunque al final del cuento la rebelión de Don Porfi saldría victoriosa y se quedaría aferrado con el poder hasta 1911, lo cierto es que en Icamole el de Oaxaca perdió contra el de Nuevo León. Tanto le dolió la derrota a Porfirio, que las lágrimas le jugaron una mala pasada y lloró a moco tendido, lo que valió el apodo de “El llorón de Icamole”. Para el gran estadista oaxaqueño (por ahí dicen que el mejor presidente que ha tenido esta país) el episodio le costaría su apodo más humillante. Para el pequeño y árido poblado, representaría su única mención en el libro de la historia. En Icamole hay también algunas pinturas rupestres que a nadie parecen importarle demasiado y hay también muchísimas cactáceas entre las que se cuenta la que en esta narración llamaremos mezcalito, jícuri o huella del pequeño venado