Eterno Retorno

Thursday, February 17, 2011



En los tiempos en que la Historia corre cada vez con más prisa, la frontera entre el costumbrismo y la extravagancia se cruza con demasiada rapidez y a menudo de forma casi imperceptible. El rol y la imagen de un personaje según sus actos y costumbres puede modificarse radicalmente en periodos brevísimos. Por ejemplo, en un cuento de La frontera de cristal de Carlos Fuentes, publicado en 1995, aparece un personaje que no para de hacer llamadas con su teléfono celular. Su personalidad es la de un tipo pedante y pretencioso que la juega de ricachón y el objeto que sella dicha caracterización es su inseparable teléfono. Un teléfono que al final del cuento resulta ser falso, pues el personaje, que busca seducir a una obrera de maquiladora en Ciudad Juárez, no puede permitirse semejante lujo. Lo que me llama la atención es que hace muy poco tiempo, llevar un celular era un símbolo de estatus y hasta cierto punto una extravagancia y así es como Fuentes lo caracteriza. En un relato de aquella época el teléfono móvil sólo podía justificarse para describir a un rico o a un pretencioso. Malitzin de las maquilas se llama aquel cuento de Carlos Fuentes en donde describe la triste historia de una trabajadora de una línea de producción en una de tantas maquiladoras fronterizas. Al embustero que seduce a la protagonista del cuento, le basta usar un teléfono celular de bisutería para hacerse pasar por un hombre rico. Ojo, no estamos hablando de La muerte de Artemio Cruz o La región más transparente escritos hace más de medio siglo; hablamos de un cuento que se escribió a mediados de la década de los noventa, y sin embargo el rol del seductor mentiroso ha cambiado por completo en un periodo cortísimo de tiempo. Si Carlos Fuentes escribiera Malitzin de las maquilas en 2011 o aún si lo hubiera escrito en 2004, el embuste del teléfono celular no tendría sentido alguno y la imagen parecería el colmo del ridículo. Si el cuento de Fuentes hubiera sido escrito diez años después, posiblemente la misma obrera de maquiladora, y todas sus compañeras en la línea de producción, poseerían su respectivo teléfono celular. Por lo que respecta a las condiciones de explotación, miseria e injusticia que reinan en la maquila pocas cosas han cambiado y en ese sentido el relato de Fuentes sigue teniendo una triste vigencia. Pero si bien quince años después seguimos teniendo una obrera pobre y explotada cuyo rol no ha variado, la masificación y el abaratamiento de la telefonía móvil hace absurdo y ridículo el papel de su pretencioso galán para quien tener un teléfono es símbolo de estatus. ¿Por qué me he detenido a analizar un cuento tan intrascendente y poco logrado de Fuentes? Porque su personaje es producto de una época específica y brevísima, la época en que poseer en un teléfono celular era sinónimo de ser pudiente. Ese personaje de Malitzin de las maquilas no hubiera sido posible en los ochenta, por la sencilla razón de que entonces no había telefonía móvil, ni es tampoco posible en la primera década del Siglo XXI, porque para entonces los teléfonos ya se habían masificado. Ese personaje de Fuentes sólo es posible a principios de los noventa dentro de ese fugaz lustro en el que la telefonía móvil ya existía pero era un lujo.

Wednesday, February 16, 2011


LOS AMANTES DE SUNSET PARK

Cuando los amantes de La insoportable levedad del ser, Teresa y Tomás, se encuentran por vez primera, ella está leyendo Ana Karenina de Tolstoi. A su vez, Ana Karenina (que “vivió” un siglo antes de Teresa) lee una novela inglesa al llegar a la estación de en tren donde se produce su encuentro con Wronsky. ¿Acaso los amantes del Siglo XXI se encontrarán cuando levantan los ojos de sus blackberrys o sus ipads? Pilar y Miles, los amantes de Sunset Park de Paul Auster, se conocen mientras leen en un parque de Florida. Ambos están leyendo una edición tradicional del Gran Gatsby (ella por vez primera, él por sexta vez) y Scott Fitzgerald se convierte en el celestino de una pareja que se conoce una tarde de 2008, en la era que Barnes and Noble ya ha entrado en quiebra y los libros digitales le empiezan a ganar la carrera a los impresos en Amazon. Pilar y Miles son jóvenes en un país que se arrodilla ante el becerro de oro de la tecnología. De hecho ella tiene 17 años, por lo que podemos concluir que nació en 1991 y que por pobre que haya sido su infancia (Pilar es hija de inmigrantes) sin duda tuvo contacto con internet desde temprana edad y acaso sus primeras lecturas hayan sido en pantalla. Los personajes de esta novela de Auster llaman mi atención, pues la escena de su encuentro está marcada por un acto que acaso dentro de algunos años empiece a parecer ancestral. Tal vez sean, sin proponérselo, los últimos personajes lectores que aparezcan dentro de una gran novela. Si alguna vez pudiera entrevistar a Paul Auster, le preguntaría (entre otras muchísimas cosas) si la idea de enamorar a dos jóvenes lectores tradicionales en plena era de Obama fue mera casualidad o si hay un guiño cómplice para defender la eternidad de los bibliófilos. ¿Deseaba el de Brooklyn comenzar su novela con una declaración de principios en defensa del libro tradicional? En la novela también aparece un personaje, el padre de Miles, quien, al igual que el Samuel Riba de Vila Matas, es un editor independiente que en plena era de la avalancha digital defiende a capa y espada la edición de buena literatura en papel, aunque su editorial esté al borde de la quiebra. Sunset Park se publica a finales de 2010 y Pilar hace lo mismo que hacían Teresa y Ana Karenina al comenzar sus respectivos romances: lee. Pese a todo, la imagen de Pilar y Miles como lectores de libros tradicionales no nos hace ruido ni nos parece anticuada ni son dibujados como seres en extinción. Todavía nos resulta perfectamente coherente que dos jóvenes se conozcan mientras leen un libro en un parque, como también nos parecería lo más normal del mundo si en lugar de llevar bajo el brazo sus libros de Fitzgerald, Pilar y Miles se hubieran encontrado con sus iPods en mano. Aunque Auster no se preocupa por describirlo, por pura ley de la probabilidad podemos concluir que en ese parque de Florida había más gente con juguetitos tecnológicos en la mano que gente con libros impresos. Aún así, en 2010 ambas escenas pueden resultar todavía perfectamente normales y coexistir en paz. Si además de hacerlos lectores, Auster hubiera puesto a Miles y a Pilar a escribirse cartas con pluma y enviarlas por servicio postal, el asunto ya nos hubiera hecho un poco más de ruido y hubiera caído en el terreno de lo inverosímil. Vaya, la idea de una pareja que en 2010 se cartea por correo tradicional ya resultaría una extravagancia, como no lo es todavía la lectura de un libro impreso. Me pregunto qué pasaría si Auster describiera esta misma escena dentro de 15 años, es decir si Pilar y Miles se conocieran una tarde 2025 leyendo ambos libros impresos. ¿Nos empezaría a resultar la escena como una extravagancia de anticuados? ¿Serían estos amantes tan atípicos como un par de jóvenes leyendo viejos papiros?

Sunday, February 13, 2011




La aleatoriedad trajo a Galaor Strachan a San José del Cabo

Por Daniel Salinas Basave

En un post anterior he narrado la historia de un joven marinero escocés llamado Galaor Strachan que armado de su pequeña imprenta y un arsenal de sueños inspirados por tradición marina de su estirpe, se embarcó en la expedición del navarro Javier Mina a México. Tras desembarcar en Soto La Marina, el capitán navarro se internó en el país mientras Strachan, acompañado de otro grupo de aventureros entre los que estaba el Padre Mier, se quedó a defender el recién tomado puerto tamaulipeco. Pocas semanas después, Soto La Marina cae en poder de los realistas, el Padre Mier es hecho prisionero (por sexta vez en su vida y por sexta vez se fugaría, pero esa es otra historia) mientras un puñado de hombres, entre los que estaba el escocés Strachan logran huir mar adentro a bordo de una fragata, rumbo a Puerto Príncipe. Sin un penique en el bolsillo ni armas para la guerra, Galaor Strachan poseía un único capital: su pequeña imprenta que logró salvar del desastre de Soto La Marina y que puso a trabajar en Haití, la recién liberada colonia francesa donde los esclavos negros habían creado un remedo de corte versallesca. En un Haití turbulento asediado a cada momento por filibusteros y caza fortunas, Galaor se dio a la tarea de rentar su imprenta para la creación de panfletos diversos, lo que le permitió sobrevivir durante medio año antes de conseguir embarcarse en una nave inglesa que se dirigía a los puertos más australes del Continente. Con algunos de los sobrevivientes de la expedición de Mina, Galaor se hizo a la mar en busca de un nuevo horizonte donde poner a trabajar su imprenta. Un día de la Primavera sudamericana de 1818, Galaor Strachan desembarcó en Buenos Aires, capital de las Provincias Unidas de Río de la Plata, en donde trabó amistad con un navegante de origen francés, que recorría los mares del mundo con la bandera argentina. Se llamaba Hipólito Bouchard y con patente de corso rioplatense había desembarcado en puertos en los más lejanos y hostiles puertos del mundo conocido. La leyenda tejida en torno Bouchard arrojaba un racimo de anécdotas capaces de seducir al más alucinado contador de historias. Si en su infancia Galaor había crecido escuchando a sus abuelas hablar de serpientes marinas e islas encantadas, las historias del corsario Bouchard en medio de tempestades y batallas navales en mares ignotos, podían resultar más alucinadas, con la diferencia de que, con un toquecito de exagerado heroísmo, eran demencialmente reales. A bordo de su fragata Halcón y al servicio del Almirante Brown, Bouchard sobrevivió a un naufragio en las heladas aguas de Cabo de Hornos y asaltó los puertos de Guayaquil y El Callao. Para la época en que Bouchard y Galaor Strachan se conocieron, el corsario de Saint Tropez estaba por iniciar una nueva aventura rumbo al Océano Índico, pero la fragata empezó a incendiarse en altamar y por milagro llegó a la Isla de Madagascar, donde fue reparada. Tras enfrentar y derrotar a piratas malayos que harían palidecer al propio Sandokán de Salgari, la expedición de Bouchard llegó a Filipinas. Sobre el papel del impresor Galaor Strachan en aquellas expediciones poco o nada se sabe, pues no se han rescatado proclamas, crónicas o testimonio escrito alguno que de fe de lo que en aquellos alejados océanos hizo. Pero las aventuras de Bouchard no concluyeron en Filipinas y un año después organizó una nueva expedición que lo llevó en esta ocasión al Pacífico norteamericano en donde asaltó el puerto de Monterey en California. En su regreso al Sur, la expedición del corsario tocó los puertos mexicanos de San Blas y Acapulco, lo que marcó el regreso de Galaor a costas mexicanas tras el desastre de Soto La Marina. Por qué si Galaor sabía escribir y poseía una imprenta no escribió más sobre estas expediciones, es un gran misterio. Lo que sí sabemos es que tras retornar al Río de la Plata, Galaor decidió probar fortuna en Chile, donde en 1821 conocería a su celebérrimo paisano escocés Lord Thomas Alexander Cochrane, el lobo caledonio de los mares que luchaba por la independencia chilena. Cochrane animó a su paisano Strachan a que se embarcara en una nueva expedición a bordo de la fragata Independencia y el bergantín Araucano comandadas por William Wilkinson. El 18 de febrero de 1822, Galaor Strachan, el marinero impresor oriundo de Dundee, consumó su tercer desembarco en costas mexicanas cuando pisó las playas de un indefenso San José del Cabo, en Baja California Sur, donde no existía más tropa que un soldado de la compañía de Loreto. Los corsarios británico-araucanos asaltaron la casa parroquial y robaron la poca plata y la joyería que por ahí encontraron, además de saquear el magro ganado que los aterrorizados pobladores tenían en sus corrales. Se sabe que la población de San José del Cabo huyó a los montes dejando el pueblo a merced de los corsarios. Lo que no se sabe es qué momento se encontraron Galaor Strachan y Rita Pizarro, la joven viuda criolla de un oficial del presidio, que trataba de huir de los corsarios con su pequeño hijo en brazos. ¿La salvó Galaor Strachan de una inminente violación? ¿Enfrentó a sus propios compañeros expedicionarios? Lo cierto es que los corsarios se permitieron “proclamar” la independencia de Baja California para luego levar anclas sin Galaor Strachan entre ellos. ¿Se convirtió en un traidor o en un prófugo de sus colegas de armas? ¿O fue el triunfo del amor sobre la insaciable sed de aventura de un hombre de mar? Lo cierto es que en el lejano puerto de Dundee, Escocia, las abuelas seguirían narrando historias gloriosas de los Strachan que se hicieron a la mar y acaso uno de sus cuentos favoritos sea el de Galaor, el joven de la imprenta que un día se embarcó a la Nueva España, que recorrió los mares del mundo y que en 1822 acabaría formando pareja con una cabeña llamada Rita Pizarro de quien (así lo suponemos) se enamoró perdidamente.