Eterno Retorno

Thursday, February 10, 2011


Bandera a media asta en San Valentín

Por Daniel Salinas Basave

Rojos corazones flechados en los aparadores, ramos de rosas en cada crucero de la
ciudad y cartitas amorosas saturando las redes sociales, son el predecible entorno del Día de San Valentín. Pero entre tanto corazoncito y apapacho ¿se ha acordado usted de voltear a ver la Bandera Nacional un 14 de febrero? Haga la prueba este próximo día y descubrirá el lábaro patrio ondeando a media asta. ¿Por qué el calendario cívico guarda luto en el día del amor? ¿Acaso los amoríos le resultan trágicos a la historia oficial? Cierto, el santoral patrio tendría motivos de sobra para festejar en el día de su santo a un ilustre liberal como Valentín Gómez Farías, abuelo de las Leyes de Reforma, pero el 14 de febrero es fecha de media asta porque ese día se cumple el aniversario luctuoso de Vicente Guerrero, el efímero presidente mulato que gobernó al país menos de nueve meses. Este día de San Valentín se cumplirán 180 años de su injusta ejecución en un paredón oaxaqueño, triste e ingrato fin para el último caudillo insurgente, el único que peleó siempre a brazo partido sin que por la cabeza le pasara rendirse. ¿Por qué América es tan cruel con sus libertadores? Guerrero e Iturbide murieron fusilados por el gobierno de la nación que empezaron a constuir, Bolívar murió pobre y denostado mientras que San Martín acabó sus días en el exilio. Tal vez lo más triste, en el caso de Vicente Guerrero, es que su muerte es el resultado de un acto de bajeza humana y alta traición. Alguna vez en este espacio se publicó una columna titulada Nuestro Obama insurgente, misma que aparece en el libro Mitos del Bicentenario, en donde se aborda la trascendencia del hecho que 179 años de que Barack Obama fuera noticia mundial al convertirse en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, México tuvo un mandatario mulato cuyos antepasados habían sido esclavos traídos de África. Después de tres siglos de virreyes nacidos en España, el país tenía un primer mandatario emergido de lo más profundo de las sierras surianas, un auténtico hijo del pueblo sin instrucción académica alguna. Resistencia, tenacidad, aguante y un conocimiento de las montañas propio de halcón o gato montés, fueron los atributos de Guerrero, que hizo honor a su apellido al ser el padre de la guerra de guerrillas en el país. Este arriero de Tixtla jamás tuvo a su mando grandes ejércitos, pero derrotarlo y echarle guante era tarea complicadísima y los realistas jamás pudieron con él, si bien era un sueño guajiro pensar que hubiera podido consumar él solo la Independencia. Las malas lenguas dicen que si en Acatempan no se dio nunca el célebre abrazo, fue por los pulcros prejuicios de un catrín como Iturbide, a quien le daba asco abrazar a alguien afectado por el mal del pinto y la sarna como Vicente Guerrero. Después de tantos años viviendo oculto en la sierra, era de esperarse que su aspecto no fuera el más aseado. A Vicente Guerrero le pertenece también el dudoso honor de haber encabezado la primera impugnación electoral de la historia mexicana. En la elección de 1828 el triunfo había correspondido a Manuel Gómez Pedraza, pero un tal capitán Lobato se encargó a azuzar a los léperos y mendigos de la ciudad quienes armaron tremenda trifulca y alharaca en las calles de la joven capital mexicana, dándole gusto al saqueo y el latrocinio, posiblemente sin comprender exactamente por qué combatían. A diferencia de los berrinches de López Obrador en 2006, la impugnación de Vicente Guerreo tuvo éxito y el mulato tomó posesión como presidente el 1 de abril de 1829. Además de sarnoso, la leyenda retrata a Guerrero como iletrado. Dado que en las sierras sureñas no tenía a su disposición una gran universidad donde cultivarse, el segundo presidente de la Historia de México tenía un nivel de lectura propio de un niño de primero de primaria, lo cual quedó en evidencia en su primer discurso presidencial que tanto sufrió para poder leer. Pero si bien el caudillo suriano no era un intelectual, lo cierto es que a su manera y con todo en contra hizo lo mejor que pudo por un recién nacido país que empobrecido y sin ley, se desgajaba como naranja podrida. Como jefe del partido yorkino, Guerrero contaba con el favor de las alas más radicales y liberales de la antigua insurgencia, además de tener la bendición del primer embajador estadounidense, el siniestro Joel Robert Poinsett. Sin embargo, desde que tomó posesión como presidente Guerrero sólo encontró los espectros de la traición deambulando por Palacio Nacional, empezando por su propio vicepresidente Anastasio Bustamante, quien acabaría por convertirse en su verdugo y pesadilla. En sus nueve efímeros meses de poder, Guerrero logró consumar tres hechos memorables: la materialización del decreto de Abolición de la Esclavitud, la derrota de la expedición de reconquista ibérica encabezada por Isidro Barradas y la injusta expulsión de los españoles de México. No le alcanzó para más, pues su vicepresidente lo golpeó desde el centro mismo del poder. Refugiado en sus amadas sierras que tan buen cobijo le habían dado, solo la traición pudo acabar con el depuesto presidente mulato. Un filibustero italiano llamado Francisco Picaluga fue el Judas del caudillo y su beso en la mejilla fue una comida a bordo de su fragata “El Colombo”, frente a las costas de Huatulco. Guerrero se subió al barco para sellar un pacto con el aventurero, sin saber que en “El Colombo” estaba la antesala de su muerte. Picaluga sólo tuvo que levar anclas y declararlo prisionero, para después entregarlo al capitán Facio, que sediento de sangre y venganza lo aguardaba. El consejo de guerra que condenó a muerte a Vicente Guerrero fue una ridícula pantomima que ya tenía decidido el veredicto antes de escuchar al acusado, señalado como sedicioso y traidor. Aquel 14 de febrero de 1831 hubo un corazón partido y sangrente y no precisamente por un metafórico mal de amores. DSB

Monday, February 07, 2011


EL ROBO DE LA GIOCONDA

¿Puede el robo ser considerado como una de las bellas artes? Acaso el secuestro de la obre cumbre del Renacimiento haya sido un acto artístico supremo. La Gioconda, un óleo sobre tabla de álamo, fue pintada por Leonardo entre 1503 y 1506. Hace cien años, un día del ardiente verano de 1911, la enigmática mujer fue robada del salón Carré de Louvre. En 1911 no había cámaras ni rastreos satelitales y la seguridad en el museo parisino era mucho más laxa que ahora, tanto, que los guardias tardaron un día en darse cuenta que La Mona Lisa había sido robada. Tarde llegó el cerco policial parisino que cerró a piedra y lodo el museo por siete días. El óleo de Leonardo no aparecía y el misterio dio lugar a conjeturas sobre célebres sospechosos entre los que estaban el mismísimo Pablo Picasso y el poeta Apollinare, acusados de ladrones por la policía francesa. En la convulsa Europa donde ya soplaban los vientos de la Primera Guerra Mundial, el asunto casi se convierte en conflicto diplomático cuando un carpintero llamado Vicenzo Peruggia, que alegó un italiano patriotismo, es aprehendido con la obra tras dos años y ciento once días de secuestro, durante los cuales, la Gioconda, por cierto, jamás dejó de sonreír.

Sunday, February 06, 2011


Cuando la peste se viste de princesa

Por Daniel Salinas Basave

Más mortífera que el cuchillo y la bala, la peste ha asegurado su eternidad como el jinete apocalíptico más temido. El pavor que genera fue el mismo en la aterrorizada Europa de 1348 flagelada por la muerte negra, que en el México de la primavera del 2009, paralizado por la amenaza de la gripe porcina. Las mayores mortandades en la historia de la humanidad han sido causadas por epidemias y la sombra acechante de la enfermedad es una pesadilla recurrente que los adelantos médicos no logran exorcizar. Más devastadora que las espadas de los conquistadores fue la viruela que arrasó al pueblo mexica en 1520 de la misma forma que la gripe española de 1918 causó muchas más bajas que los fusiles revolucionarios. Cuando la peste se viste de princesa, la Muerte se pasea triunfante en su fúnebre carruaje. La historiografía mexicana se ha preocupado demasiado por documentar guerras y procesos políticos, pero ha dejado de lado las epidemias que han matado a millones mexicanos, provocando que el aura de leyenda y mitología apocalíptica se imponga a una narrativa de corte científico. ¿Cuántos mexicas murieron víctimas de la viruela? Muy difícil tener una cifra exacta, pero en cualquier caso fueron muchos más que los muertos en el campo de batalla. La enfermedad fue para Cortés una mejor y más efectiva aliada que los tlaxcaltecas. Cuando los mexicas se alzaban triunfantes y Cortés lloraba al pie del ahuehuete de la Noche Triste, la sombra de la viruela ya acechaba las casas de la Gran Tenochtitlán. Apenas dos semanas después de expulsar a los europeos, la viruela llegó a los hogares aztecas. El emperador Cuitlahuac fue la víctima más célebre de la nueva enfermedad, exportada a Mesoamérica por los conquistadores extremeños. Imposible saber una cifra exacta de muertes causadas por la viruela. Toribio de Benavente Motolinia habla de poblaciones enteras devastadas, pues la viruela pronto se extendió más allá de Tenochtitlán. Los europeos, acostumbrados a estar en contacto con la enfermedad desde su más temprana infancia, eran resistentes al padecimiento, pero los organismos de los mesoamericanos no pudieron desarrollar defensa alguna contra el mal y empezaron a morir como moscas. Se calcula que en apenas un trienio, la viruela mató a tres millones y medio de indígenas. Por simple lógica matemática e imposibilidad material, un ejército de menos de 550 europeos jamás habría podido generar semejante catástrofe demográfica. Algunos años después, en 1576, el Virreinato de la Nueva España fue devastado por una peste que los naturales llamaron Matlatzahuatl. Por alguna razón, el Cometa Halley suele aparecerse en México como heraldo de grandes catástrofes. Moctezuma lo vio años antes de la llegada de los españoles y desde entonces no tuvo descanso. El cometa también se apareció en el México de las fiestas del Centenario de la Independencia en 1910 y pocos meses después estalló la Revolución. Pues bien, en 1575, el mismo cometa que maravilló al astrónomo Tycho Brahe en Praga, aterrorizó a los habitantes de la Ciudad de México. Semanas después se desarrolló entre los habitantes de la Nueva España la peste más terrible y desoladora que haya asolado al país en su historia. Muy poco se ha escrito sobre aquella epidemia, al grado que no se sabe exactamente si se trataba de una peste bubónica o un brote de tifus. Uno de los relatos más crudos sobre aquellos días lo ofrecen Vicente Riva Palacio y Manuel Payno en el célebre Libro Rojo, donde describe muertos amontonados en las calles o flotando en los canales entre ratas y aves carroñeras. La crónica del Libro Rojo habla de fiebres que hacían sentir al enfermo arder en las entrañas antes de reventar entre hemorragias nasales y bucales. La superstición e ignorancia ganaban la batalla a la precaria medicina y los pacientes morían sin remedio. Esta peste virreinal fue particularmente cruel con los indígenas y muy blanda con la población de origen europeo. Si bien los datos no son fidedignos, se habla de que esta epidemia cobró la vida de dos millones de personas. En tierra caliente, las epidemias de fiebre amarilla y cólera fueron comunes y particularmente crueles con los extranjeros recién llegados. Las epidemias tuvieron una decisiva influencia en el resultado de algunas guerras. No se trata de restarle méritos a las armas nacionales cubiertas de gloria, pero la derrota de la expedición de reconquista española encabezada en 1829 por Isidro Barradas fue derrotada por la fiebre amarilla antes que por Santa Anna en Tampico. Las enfermedades tropicales, fueron un aliado tan valioso para Ignacio Zaragoza como los indios zacapoaxtlas, pues a la hora de presentar batalla en Puebla, la tropa francesa venía diezmada por las fiebres. El problema fue que la enfermedad se volvió contra el triunfante general Zaragoza, que en la cima de su gloria y juventud, murió de tifus apenas cuatro meses después de la batalla del 5 de Mayo. Mucho se ha hablado del millón de muertos que costó la Revolución, pero mucho más devastador que la artillería de Villa y Obregón, resulto ser la gripe española que en 1918 asoló al mundo entero con particular ensañamiento en México. La de 1918 ha sido la última gran epidemia que ha sido capaz de influir en la demografía. En 2009 la sombra de la influenza H1N1 hizo presagiar un cataclismo de proporciones mayores en donde al final fue mayor el circo político-mediático. Cierto, los avances de la medicina nos hacen dormir con relativa tranquilidad, pero aún en pleno Siglo XXI el jinete apocalíptico sigue cabalgando en silencio cubierto por su aura de siniestra eternidad.