Eterno Retorno

Friday, January 14, 2011



El aleatorio destino de Galaor Strachan


Por Daniel Salinas Basave


Fue la de los Strachan una estirpe marina. Para ellos el océano siempre estaría ahí; guardián de sus familias, proveedor generoso, promesa de escape, destino irrenunciable. La vida estaba aguas adentro, no en la tierra. Ahí, donde el Río Tay desemboca en el Mar del Norte, se forjaron varias generaciones de Strachans. Historias no faltaban a las abuelas en las noches de invierno, ni tampoco leyendas sobre monstruos marinos e islas encantadas, destino final de aquellos Strachan que jamás retornaron a Dundee. Los Strachan fueron marinos en un puerto que se hizo famoso por legar al mundo sus textiles y su mermelada, no sus héroes de mar. Cuando Galaor Strachan nació, en 1798, el puerto escocés de Dundee empezaba a dar de que hablar también por sus panfletos incendiarios.

Como todos los niños Strachan, Galaor creció escuchando hablar de sirenas y bestias moradoras de abismos oceánicos. Escuchó por supuesto la historia de Reginald Strachan, de quien se afirmaba había acompañado al mítico Sir Walter Raleigh en busca de El Dorado. Como Reginald jamás retornó ni hubo testimonio fiel sobre su muerte, las abuelas prefirieron imaginar que aquel Strachan había podido dar con el edén que Raleigh nunca encontró. Pero más le impresionaban las historias reales de su tío Alan Strachan, panfletista y aventurero incansable que como la tradición familiar marcaba se hizo muy joven a la mar, pero no como soldado o marino, sino como simple aventurero o turista revolucionario. En la estrechez de su pequeña imprenta, entre el omnipresente olor a tinta y un vaso de cerveza oscura que jamás veía el fondo, Alan platicaba al pequeño Galaor historias de marinos amotinados en puertos franceses, de nobles decapitados en la Plaza de la Revolución parisina y gacetilleros de pluma tan afiliada, que una sola frase suya podía dar lugar a furiosas revueltas. Maestre masónico y filántropo de las letras, Alan Strachan financió infinidad de panfletos y libros creados por jóvenes aspirantes a regicidas que consumieron sus magros ahorros.

Galaor creció escuchando a su abuela hablar de aquellos Strachan que llegaron más allá de Islandia, hacia esos reinos helados donde moran demonios y hombres de las nieves, en tanto su tío Alan le platicaba de granjas comunales en donde cientos de familias campesinas sin amo ni señor, se repartían en partes iguales lo que la tierra producía, mientras en las calles de Dundee los papeleros gritaban noticias sobre el martirio de Nelson en Trafalgar y el abominable avance de las tropas napoleónicas por Europa central. Seguro de que su sobrino sería la mejor inversión revolucionaria de su vida, Alan Strachan rascó en los restos de sus ahorros para financiar el primer viaje de Galaor, que con 17 años estaba hambriento de mar y mundo. Galaor llegó a Londres un día de invierno de 1816 y bajo la pertinaz aguanieve de un febrero helado, se dio a la tarea de buscar la dirección de una imprenta al este de la ciudad, donde según su tío podían albergarlo sin cobrarle un penique.

Fue Gordon Beardsley quien lo presentó con ese elocuente fraile mexicano llamado Servando Teresa de Mier, que le contaba historias de mazmorras inquisitoriales y fugas inverosímiles. También trabó amistad con el capitán de la expedición libertadora próxima a zarpar, un guerrillero navarro llamado Javier Mina, que lo mismo había arriesgado la vida peleando contra los franceses que contra el déspota y malagradecido emperador Borbón que tiró a la basura los preceptos constitucionales de Cádiz.

Galaor Strachan fue admitido en la expedición que partió de Liverpool el 15 de mayo de 1816 rumbo a las Américas con la intención de luchar contra las tropas virreinales. Con 18 años recién cumplidos, Galaor estaba empezando a asegurar un lugar en los relatos de las abuelas del futuro, pues si bien intuía no ser el primero, lo cierto es que no sobraban los Strachan que hubieran llegado al Nuevo Mundo. En la inmensidad del océano no había islas encantadas ni carros de Neptuno, pero sí vientos helados que parecían hacer volcar la embarcación, alimentos racionados al máximo y anocheceres atiborrados de misterios y presagios ante la amenaza omnipresente del escorbuto.

Casi un año había pasado desde su partida de Inglaterra cuando tras varias escalas en Haití y Nueva Orleans, la expedición finalmente desembarcó en Soto La Marina, en la desembocadura del Río Santander, en donde encontraron una pequeña ciudad abandonada en la que Galaor Strachan pudo por fin pudo sacar la pequeña imprenta de la bodega del barco y ponerla a trabajar en la proclama libertadora del capitán Mina. La aventura revolucionaria había comenzado. Su tío Alan podría sentirse orgulloso del intrépido sobrino. Cierto, en Soto La Marina no hubo resistencia terrestre, pero la fragata de guerra española Sabina ya estaba al acecho y los sorprendió una mañana de mayo. Mina, con 300 de sus hombres, ya se había adentrado en el territorio mexicano, pero Galaor y otros expedicionarios entre los que estaba el fraile experto en fugas, estaban custodiando la flota cuando la fragata de guerra atacó. De tres embarcaciones sólo una pudo salvarse y quiso la fortuna que fuera la de Galaor Strachan. Otro barco quedó hundido y uno más varado a merced de los soldados realistas, que tomaron un importante botín de prisioneros, entre los que estaba el elocuente fraile, que ahora debía planear una nueva fuga. Galaor y su imprenta estaban de nuevo mar adentro, mientras Mina empezaba a dar dolores de cabeza al virrey en los llanos del Bajío. Con todos los puertos mexicanos fuertemente custodiados, la nave prófuga no encontró sitio para el desembarco y tuvo que volver a Puerto Príncipe. Fue estando en tierras haitianas donde Galaor recibió noticas sobre los relampagueantes triunfos de Mina y su casi inmediata caída y cruel martirio frente al Fuerte de los Remedios. Continuará.

Thursday, January 13, 2011


Ramiro Padilla Atondo
Ilcsa Ediciones
Por Daniel Salinas Basave

La Muerte estaba ahí, blanca, en la silla, con su rostro, sentada en la primera página y en cada párrafo de los relatos del ensenadense Ramiro Padilla Atondo. Acaso las palabras que pedí prestadas a José Revueltas del “Luto Humano” sean la carta de presentación necesaria para encarnar la esencia de “Esperando la Muerte y otros relatos”. Ramiro Padilla traza su mortuoria cartografía literaria desde la primera frase: “He determinado que mi existencia se acerca de manera inexorable a su fin y a diferencia de otros, he decidido esperarla en forma lenta y jubilosa”. La tanatología literaria de Padilla deja por sentada su declaración de principios. Aquí no resta más que esperar a que la Niña Blanca se meta una noche en la cama. Cuando la Muerte se transforma en primer actor del gran teatro familiar, es ella quien escribe y condiciona los diálogos del libreto. Los relatos del ensenadense parecen abrevar de una tradición tanatológica creadora de seres que, en su espera de la Muerte, acabaron por ser inmortales como el Ivan Ilich de Tolstoi. Inevitable pensar que estos relatos amamantan néctar mortuorio de una Addie Bundren agonizante, mientras su hijo se concentra en la tarea de serruchar la madera con la que fabrica su ataúd. Pero basta ya de odiosas comparaciones. Sí, apuesto doble contra sencillo a que Padilla leyó a Faulkner, pero la verdadera influencia de este libro, la semilla que dio origen a estos relatos, no es As I Lay Dyng, sino las conversaciones de familia y la vivencia personal del autor. Hay una fuerte dosis de intimidad en esta narrativa y los libros íntimos fungen, casi siempre, como libros exorcismo. El origen de este libro, dice Padilla, es una conversación con su padre en una noche de invierno. Hay relatos- demonio cuyo único exorcismo posible es transformar la obsesión en tinta. De no hacerlo, los demonios se quedarán a vivir dentro de nosotros. Imagino a Ramiro, poseso de sus espectros, consumando el exorcismo mientras escribe desesperado en la vieja computadora de su hija ante la mirada atónita de sus familiares. Hay historias que no pueden esperar a mañana. Un hombre se ha sentado a esperar la Muerte en una silla de ruedas que no necesita. El hombre puede caminar, pero ha decidido voluntariamente transformarse en inválido y la única función de su existencia, es esperar sentado a que acabe, compartiendo con su mujer noches de lúgubre alcoholismo. El hombre en la silla de ruedas aguarda, pero toda familia, diría Hellinger, es un sistema y la narrativa de Padilla salta entre las miradas del complicado engranaje sistémico de quienes contemplan a ese hombre destruirse en silencio. Lo que inicia como una partida ajedrecística entre hermano mayor y menor, se desdobla en las miradas contrastantes de la cuñada, la hija y el sobrino, seres cuyo nombre es el rol que desempeñan en el gran sistema familiar cuya constelación es la agonía del hombre de la silla de ruedas. De hecho, un rasgo característico en la narrativa de Padilla Atondo es la ausencia de nombres propios. Aquí, salvo por el malandro Rigoberto de “El Descanso”, no hay una María o un Pedro, sino el Abuelo, la Madre, el Hermano Mayor. Los personajes de los cuatro relatos de Padilla existen en la medida que juegan un rol en la familia, como si fuesen todos integrantes de un mismo cuerpo en descomposición. Cada cierto tiempo irrumpe el nombre de Dios o Jesucristo, como si fuese el único ser nombrable en la gran constelación familiar. Los demás son, si acaso, X y Z, como sucede en el inquietante relato “De cómo mis hermanos se convirtieron en fantasmas” donde el narrador se refiere al progresivo “espectrismo” que afecta a dos de sus hermanos nombrados con letras, cuyo camino de vida se va torciendo por detalles en apariencia intrascendentes. Bajo la misma atmósfera de tanatología familiar, “Un funeral” bucea profundo en el drama del ser querido muerto en manos del crimen, una escena de terrible y escalofriante actualidad en el México de hoy. ¿Cuántas familias estarían viviendo esa pesadilla en el momento que Padilla escribió su cuento? No es lo mismo perder un familiar víctima de una enfermedad terminal, que saberlo torturado por sus secuestradores. Impotencia, odio, sed de venganza cual demonio omnipresente, danzan sobre el ataúd donde yace el cuerpo lacerado. El cuento final, “El Descanso”, es la historia del camino de podredumbre que casi cual libreto sigue ese vecino malandro que hay en toda colonia. Es tal vez hasta esta última historia donde se puede leer una dosis de lenguaje callejero fronterizo, aunque sin caer jamás en el exceso. De hecho el lenguaje de Padilla es de una sobriedad casi neutra y su estructura narrativa no apuesta por demasiadas complejidades. Lo suyo es contar una historia y contarla bien con elementos que por momentos parecen de una extrema sencillez. Si bien Ensenada está presente y es mencionada, el entorno no condiciona a los personajes. Dado que es una historia de profundidades ontológicas y no una historia de calles o tribus sociales, los personajes podrían ser encuadrados en cualquier sitio y acaso en cualquier época. En ese sentido, Padilla hace pedazos los clichés que los críticos marca “Tenochtitlán” han enjaretado a la narrativa norteña o fronteriza. De hecho, hormonalmente Padilla parece ser más un pariente de los narradores rusos del Siglo XIX, que de los creadores fronterizos, tan obsesionados con el spanglish y la vida nocturna.
“Esperando la Muerte y otros relatos” es posiblemente el primer tratado narrativo de tanatología escrito en Baja California, un ejemplar bastante atípico de literatura “constelar” en el sentido hellingeriano de la palabra. Acaso este libro sea un conjuro exorcista o tal vez desempeñe el rol del cigarro que fumamos afuera de una funeraria en una noche fría, sin reparar en que fumando esperamos nuestra propia Muerte mientras se consume la última brizna de ceniza.

Wednesday, January 12, 2011

Como no queriendo la cosa leo el primer capítulo del libro de Anabel Hernández. No, no es que lo haya comprado, pues la verdad hace falta algo realmente extraordinario para que yo compre un libro de oportunidad o un libro maruchán, pero eso no me impide darle una hojeada. Mallugar sin comprar pues. Dice la colega periodista que su libro nació a raíz de un viaje por el municipio de Guadalupe y Calvo en Chihuahua, en el corazón del siniestro triángulo de la droga de las sierras sinaloense, duranguense y chihuahuense. Cosas de la vida. Yo estuve en ese municipio y no nada más de paso. Pasé casi un mes en el poblado de Baborigame (también mencionado por Anabel) en el invierno de 1995. Ahí, en el corazón del narco- triángulo dorado, pasé una de las navidades más fascinantes y emotivas de mi vida entera. Para llegar ahí debimos tomar una avioneta (taxi aéreo) desde Parral, volando por escarpadísimas y hostiles sierras. Llegar a Baborigame por tierra nos hubiera llevado días. No fui a hacer un reportaje del narco, sino a vivir una temporada entre los tepehuanes. Nuestro anfitrión fue el Padre Rafa y un grupo de monjas en cuya casa viví. Ellos sabían de mi ateísmo y de mi interés puramente antropológico y aún así me aceptaron plenamente entre ellos. Cuando emprendí el viaje a Baborigame, no lo hice con el prejuicio y el estereotipo de estar viajando a uno de los centros neurálgicos del narcotráfico. Sabía, sí, que me dirigía a un lugar inaccesible, hostil, de clima congelante, pero no a un sitio donde se siembran toneladas de mota y amapola. Había muchos soldados alrededor y las monjas me platicaban que muchos tepehuanes acababan dedicándose a la siembra de mota. También se veían algunas fortunas serranas, caserones despampanantes entre la miseria tepehuán. Baborigame tiene apenas 2 mil 702 habitantes y está a casi mil 800 metros de altitud. Han pasado quince años y ahora pienso en cuánta de la gente que ahí conocí habrá sido consumida y devorada por la guerra del narco. Para mí, Baborigame no fue el triángulo de la droga ni el viaje a la cueva del narco, sino un viaje a mis propias profundidades ontológicas, el sitio en donde más cerca he estado de acabar creyendo en Dios.

Tuesday, January 11, 2011

Tener un consejero literario, un tallerista de cepa, una persona con la honestidad y el criterio suficientes como para desgarrarte un texto a cuchilladas y reconstruirlo de sus sangrantes retazos. Eso es lo que requiero en este momento.
Encontrar alguien así es mucho más complicado que encontrar un buen mecánico para un viejo carro mañoso. Un verdadero diamante en el carbón.
Hace algún tiempo yo di con un buen tallerista, el mejor tallerista que este país ha parido. Se llamaba Rafael Ramírez Heredia. Extraño al Rayo Macoy. Como me gustaría enviarle una amorfa criatura que se niega a germinar, para que su pluma, transformada en cuchillo de jade, le abriera las entrañas y me dijera de una buena vez si es que hay alguna sangre corriendo por las venas de este texto empantanado.

Monday, January 10, 2011




La mayor y más rimbombante estupidez sería pronunciar “los periodistas han muerto” y ponernos a llorar por la extinción de una raza de poetas quijotescos inmolados en el altar de la sociedad de consumo. Nada de eso. Los periodistas, como la hierba mala, no mueren nunca. Jamás en la historia de la humanidad había habido tantos profesionales de la comunicación como los hay ahora. La sociedad de consumo es una bestia insaciable de información que necesita ser alimentada cada minuto. Está sobre informada y pese a ello siente que nunca es suficiente. Lo que has informado hace cinco minutos es ya demasiado viejo y trillado. La gran devoradora de información requiere más, siempre más y ahí deben estar, al píe del cañón, los encargados de traerle y procesarle las noticias. Lo que se está muriendo es una forma tradicional de ejercer el periodismo y su muerte se está acelerando por la codicia y falta de visión de quienes la administran como un negocio. Imaginemos que los reporteros tradicionales éramos una especie animal arborícola y de pronto, el bosque donde habitamos es deforestado. Los pocos árboles que quedaban en pie, los acabamos de derrumbar nosotros. Ahora tenemos que habituarnos a sobrevivir en la tierra conviviendo con un entorno urbano o de plano extinguirnos y ceder el paso a la especie que se apoderará del ecosistema, en donde por cierto -vaya paradoja- ya no será necesario sacrificar árboles para obtener papel.

Sunday, January 09, 2011



Centenarios y bicentenarios del 2011


Por Daniel Salinas Basave

Se acabó el 2010 y para algunos simplemente se agotó la Historia. Los aficionados a los temas de moda se conformaron con su coloso, sus estériles celebraciones, su fugaz telenovela y a otra cosa mariposa, pues el tema, según ellos, llegó a su fin. Otros serán los tópicos en boga durante 2011 que los consumidores de novedades devorarán y desecharán con la premura de quien deglute una comida rápida. Por fortuna, para quienes somos víctimas de la adicción por la Historia, el tema no se agota nunca y cualquier día de cualquier año es un buen momento para profundizar y debatir en torno a nuestro pasado. Escribí, hablé y discutí sobre Historia muchos años antes del Bicentenario y lo seguiré haciendo mientras esté vivo, pues este vicio, ya me ha quedado claro, no conoce rehabilitación posible. El 2010, digamos, fue un buen pretexto para subir este tema dentro de la gran pasarela, pues por vez primera las librerías comerciales incluyeron libros de Historia en sus aparadores principales compartiendo espacio junto con los eternos textos de superación y liderazgo o los libros relumbrón sobre narcotráfico, vampiros y escandalera política diversa. Por fortuna, el 2010 nos dejó algunos textos y reflexiones que amenazan con resistir la prueba del tiempo y sin duda algunas personas, que hasta ahora se habían mantenido apáticas e indiferentes en torno al tema, seguirán leyendo e investigando por su cuenta tomando el festejo del Bicentenario como un punto de partida para llegar a mayores profundidades y no un simple destello de luces artificiales. Ahora, si lo que necesitamos es que se cumplan cien o doscientos años para subir temas a la palestra, justo es señalar que en 1811 y 1911 sucedieron más cosas dignas de recordarse que en 1810 o 1910. Por lo pronto, hagamos un fugaz repaso de los centenarios y bicentenarios que recordaremos en este 2011. ¿Qué estaba pasando en México al iniciar 1811? El cura Hidalgo festejó el Fin de Año en Guadalajara con una junta de gobierno insurgente parcialmente establecida, un decreto de abolición de la esclavitud recién redactado y el primer periódico libertario del país, El Despertador Americano, viviendo sus días de efímera circulación. El problema es que Félix María Calleja ya andaba muy cerca y la modorra navideña les duró poco a los insurgentes. El 17 de enero de 1811, Calleja y el Conde de la Cadena, Manuel de Flón, se enfrentaron a los insurgentes afuera de Guadalajara, en Puente de Calderón. Las tropas de Hidalgo eran más numerosas, pero Calleja tenía la estrategia y la fortuna de su parte y un cañonazo realista acertado sobre un gran carro de artillería, sembró el terror y el caos entre las filas hidalguistas que jamás se recuperarían de tan devastadora derrota. Con su ejército diezmado y despojado del mando por Allende, que por esos días planeó envenenarlo, Hidalgo enfrentó sus últimos meses de vida en una espiral de decadencia en su camino rumbo al norte, hasta que el 21 de marzo de 1811, en la Acatita de Baján, Ignacio Elizondo consumó su traición y cubrió de cadenas a todos los jefes insurgentes. Hidalgo, Allende, Jiménez, los Aldama y toda la primera generación de caudillos fueron fusilados (con excepción del delator Abasolo, salvado por su esposa) El próximo 30 de julio recordaremos doscientos años del fusilamiento de Hidalgo en Chihuahua. 1811 fue el año en que se conformó la Junta de Zitácuaro, encabezada por Ignacio López Rayón, una suerte de cabildo insurrecto que se encargó de mantener la representación legal del movimiento. También fue el año en que el Caudillo del Sur, José María Morelos, empezó a dar dolores de cabeza entre Chilpancingo y Acapulco dando inicio a la fase más contundente del movimiento de Independencia, tanto en lo político como en lo militar. Ahora bien ¿Qué estaba pasando en México al iniciar 1911? Sin duda Porfirio Díaz celebró una apacible Navidad, pues nada indicaba en ese momento que la revuelta norteña pudiera dar grandes dolores de cabeza a su régimen. Salvo el episodio de los hermanos Serdán en Puebla y alguna que otra escaramuza en Ojinaga y Ciudad Guerrero, en 1910 no había pasado nada o casi nada como para pensar que don Porfirio se tambaleaba, pero en 1911 cambiaría la suerte de los revolucionarios. En 1911 se sublevó Zapata en Morelos mientras que las tropas de Pascual Orozco y el entonces coronel Francisco Villa, derrotaron al ejército porfirista del general Navarro en Ciudad Juárez en el mes de mayo. Mientras Porfirio Díaz firmaba su renuncia a la presidencia el 25 de mayo y se marchaba para siempre de México, una tropa conformada por anarquistas magonistas, aventureros y caza-fortunas de distintas nacionalidades, hacía de las suyas en Baja California. En este 2011 los bajacalifornianos celebraremos el centenario de la efeméride revolucionaria más trascendente de nuestra historia y sin duda la más polémica, pero eso ya será materia de futuras columnas. En 1911 se firmó el Plan de Ayala, embrión de la reforma agraria y se celebró también la primera elección presidencial absolutamente democrática, que llevó a Francisco I. Madero a su efímera presidencia que asumió el 6 de noviembre. Como podemos ver, 1811 y 1911 fueron años clave en la Historia de México y si lo que queremos es tela de donde cortar para seguir hablando sobre Historia, la verdad es que tenemos de sobra y el final del 2010 no es motivo para quedarnos callados. Al contrario, esto es apenas el principio.