Eterno Retorno

Friday, November 11, 2011


Lo he escrito para el último número de InfoBaja. Una dosis de Fuentes.

BIBLIOTECA DE BABEL
LA GRAN NOVELA LATINOAMERICANA
CARLOS FUENTES. ALFAGUARA

Por Daniel Salinas Basave

No están todos lo que son ni son todos los que están. Preciso es comenzar esta reseña con la advertencia. De una u otra forma se sobreentiende que cuando a una vaca sagrada de la narrativa le da por escribir su propio recuento de novelistas y novelas, su criterio necesariamente estará afectado por el “pecadillo” inevitable de la parcialidad. Parece una regla no escrita el que literatos consagrados sientan de repente la necesidad de ofrendar una suerte de tributo a sus maestros e influencias, además de dejar un testamento con el trazado de una cartografía que marque la ruta de navegación de futuros lectores. Mario Vargas Llosa lo hizo con La Verdad de las Mentiras, además de dedicar obras especializadas a Víctor Hugo y Onetti. Coetzee y Philip Roth también se han dedicado disertar sobre sus compañeros, mientras que otros, como Ernesto Sábato, Sergio Pitol y el mismísimo Borges, optaron mejor por crear antologías con los cuentos que los apasionaron y marcaron sus vidas. Carlos Fuentes ya había hecho algo similar con su Geografía de la Novela, pero ahora su apuesta es un tanto más ambiciosa. Aunque tiene su dosis de recuento y tributo, La Gran Novela Latinoamericana tiene un eje ensayístico sobre las circunstancias y motivaciones que rodearon a los creadores de esta parte del mundo a lo largo de casi cinco siglos. La semilla de la novela latinoamericana, nos dice Fuentes, son tres pilares de la filosofía renacentista: Utopía de Moro, El Príncipe de Maquiavelo y Elogio de la Locura de Erasmo de Roterdam, contemporáneos del encuentro y choque de las culturas. Utopía, combustible e inspiración de la conquista espiritual de México, forja los cimientos de la búsqueda de un mundo ideal que no puede materializarse. La novela latinoamericana busca la construcción de un mundo idílico y siempre fantástico. Erasmo de Roterdam siembra la semilla de la dualidad ontológica reflejada en la poesía de Sor Juana, mientras que Maquiavelo se multiplica en esa obsesión latinoamericana por el déspota y el tirano. Según Fuentes, la novela latinoamericana busca reinventar el universo de la misma forma que el europeo buscó crear un nuevo mundo e inventar América antes de descubrirla y colonizarla. La tesis de la invención de América de O’Gorman no es después de todo tan descabellada. Tal vez el primer motivo de debate en esta obra surja con la que Fuentes considera o enumera como la primera novela latinoamericana: La Verdadera Historia de la Conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Catillo, una crónica de no ficción que según Fuentes tiene todos los elementos novelísticos. Aunque es una obra vivencial, el relato de Bernal es escrito más de cuatro décadas después de los hechos narrados, cuando su autor anda cerca de los 80 años de edad. Un mundo aún en construcción, es narrado e imaginado por un soldado de Cortés ¿Es Bernal el abuelo en el árbol genealógico de García Márquez y Cortázar? Las cartas del debate están arrojadas sobre la mesa. “Los primeros autores querían ver sirenas, tortugas más grandes que una casa. Nuestra literatura empieza con ese deseo de maravilla. Un deseo, a decir de Europa, de que el continente americano sea el continente de lo inesperado, de lo que habíamos soñado y nunca visto", afirma Fuentes. Esa necesidad de encontrar lo inverosímil marcará el trabajo de cartógrafos y cronistas de la conquista y virreinato, pero se reflejará también en la obra de Carpentier, Lezama Lima y el mismo García Márquez. Como era de esperar, la conocida devoción de Fuentes por Cervantes sale a la superficie y por más que haya antihispanistas que perjuren lo contrario, nadie puede negar a estas alturas que la novela latinoamericana amamanta de esa ubre eterna llamada Quijote. Claro, no faltará quien le reclame a Fuentes no otorgar a los cantares náhuatl un certificado de paternidad, pero lo cierto es que si verificamos el ADN de nuestras letras, es más fácil encontrar genes de Cervantes que de Netzahualcóyotl. Sor Juana merece un capítulo extenso, lo mismo que Borges, Lezama Lima o mi paisano regio Alfonso Reyes. El problema es que conforme vamos avanzando en el libro, las reflexiones y disertaciones se van transformando en simples menciones. La mayoría de los autores contemporáneos sólo merecen una simple mención como quien da un discurso de agradecimiento y aquí, obvia decirlo, es donde se pueden herir susceptibilidades y brotar los “sin embargos”. Por supuesto hay mención y elogio para Jorge Volpi y el poblano Palau, la sobredimensionada generación del “crack”, cachorros y amigos de Fuentes, como los hay también para Ángeles Mastretta (gratitud al Grupo Nexos ante todo) Se resalta por fortuna el aporte de Tomás Eloy Martínez, el hombre que hizo del periodismo una pieza de realismo mágico y hay una mención Blanco Nocturno de Piglia. En cambio a Ernesto Sábato apenas se le menciona una vez y como no queriendo mucho la cosa y en algo que sin duda generará polémica, Fuentes omite al latinoamericano más “fashion”: el sobrevaloradísimo Roberto Bolaño. Me llama la atención que se mencione a Javier Velasco pero se omita a un Mario Bellatin o que se que se dimensione a Juan Villoro como el otro extremo de la cuerda que comienza con Bernal Díaz, como si cuatro siglos y medio de letras latinoamericanas desembocaran en el autor de Los once de la tribu, un hábil narrador y cronista, cierto, pero no un revolucionario o innovador prosístico, como sí lo es, por ejemplo, Daniel Sada, apenas mencionado. Pero digamos que este tipo de polémicas por menciones u omisiones estaban presupuestadas. Vaya, estamos ante un ensayo, no ante un diccionario biográfico o una lista de agradecimientos. Además, si a omisiones vamos, Fuentes omite mencionar la trascendencia que tuvo el autor de La región más transparente o La muerte de Artemio Cruz novelas que aunque a los detractores de Fuentes les pese, marcaron un antes y después en la narrativa mexicana. Un fino gesto de soberbia humildad. El autoelogio es de pésimo gusto y Fuentes, por fortuna, no cedió a la tentación de pasearse por la roja alfombra de su portada.