Eterno Retorno

Monday, July 18, 2011


Se llama Bismarck; Bismarck de la Garza y es, en pocas palabras y para definirlo de la manera más exacta, tu amigo Bronco, aunque la suya no es la actitud ni la imagen de un hierático prusiano de águila bicéfala al pecho y corazón de superhombre nietzschiano. Sobre el origen de su nombre cuenta la leyenda (o más bien dicho lo cuenta él mismo) que todo se debe a un médico milagroso que lo salvó de morir en la sala de partos. Tu amigo Bronco venía enredado en el cordón umbilical al borde de la asfixia y un ginecólogo de nombre Bismarck consumó el milagro al salvarle la vida cuando al bronquito se le daba por muerto. La madre no encontró una mejor forma de mostrar su eterno agradecimiento con el médico que bautizar a su hijo con el nombre de su salvador. Por azares de los retardos en las inscripciones, recuerdas a la perfección el día en que viste a Bismarck por vez primera. “Estábamos en el salón de clases cuando entró el director seguido de un novato con atuendo pueblerino y de un celador cargando con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron y...” cálmate por favor Flaubert (aparte de querer mostrar erudición historiográfica con el menor pretexto, ahora resulta que el narrador, o sea yo, les quiere presumir que ha leído franceses decimonónicos) Lo cierto es que independientemente de la insoportable pedantería del narrador, el primer párrafo, pero solamente el primero, de Madame Bovary, encaja perfectamente si se trata de describir la manera en que conociste a Bismarck de la Garza. De hecho, cuando años después leíste ese libro (no me chingues ¿a poco sí has leído completo Madame Bovary o te chutaste el resumen del Rincón del Vago?) lo primero que vino a tu mente con el primer párrafo fue la imagen del día en que conociste a tu amigo Bronco, aunque el resto de la historia nada tenga que ver con Emma, sus lecturas y sus desdichados amoríos. Por alguna razón, Bismarck se inscribió en forma extemporánea a la escuela primaria y fue presentado por el director a media mañana, tres semanas después del inicio de clases. A los pocos días se había convertido en uno de tus mejores amigos. A sus once o doce años de edad, Bismarck y tú deambulan por la colonia Vista Hermosa y la Avenida Leones donde tu amigo fue un as de la avalancha. ¿Te acuerdas de las avalanchas? Un rectángulo de madera o de fibra de vidrio o vaya usted a saber de qué material, con cuatro ruedas y una palanca que en realidad sirve de muy poco, sobre la que te arrojas calle abajo encomendándote a quién sabe qué pagana deidad. Una suerte de tabla de surf de altamar urbana donde a falta de las olas de un furioso Pacífico bajacaliforniano, desafías las ruedas de un Ruta 4. Palabras más, palabras menos, tu amigo Bismarck estaba re cabrón para la avalancha. Aquí no nos andamos con relativismos ni medias tintas. Tu fungías como copiloto, si es que de alguna manera puede llamarse a ese incierto rol que juegas como segundo de a bordo en una tabla con ruedas que se arroja pendiente abajo por la avenida Canadá de la colonia Vista Hermosa. A bordo de la avalancha se les fueron sus tardes a Bismarck y a ti a los once y doce años en sexto de primaria.