Eterno Retorno

Thursday, June 02, 2011




Gandhi Tijuana nunca más

Hace tiempo que no puedo comprar libros, pero sigo deambulando como vicioso irredimible por las librerías. Una librería no es una tienda; es un santuario. Una librería es un destino, un fin en sí mismo. Muchas de las horas más fascinantes de mi vida las he pasado deambulando tardes enteras en librerías de todo el mundo, sin embargo me sucede que en Gandhi Tijuana no me siento bien. Podría hablar de los precios exorbitantes, de su predilección por lo comercial y lo basura (un libro tan bueno como Señora Krupps no es posible encontrarlo en Gandhi, donde no hay lugar para lo hecho en Baja California) pero mi molestia tiene que ver con la nula calidad humana de su personal. Hace una semana encontré un libro de Henning Mankell (El ojo del leopardo) con un precio marcado en la etiqueta de 24 pesos. Había otro ejemplar en el librero y lo mismo: la etiqueta amarilla decía claramente 24 pesos. No se veía una etiqueta rota o un número cortado. El precio era 24 en los dos libros. Se perfectamente lo que vale un TusQuets, pero al preguntar al empleado, él me confirmó que el libro costaba 24 pesos. Vaya sorpresa. Sin embargo, al llegar a la caja, sale la gerente a decirme que se trataba de un error: que el libro costaba 249 pesos ¿Y dónde está marcado el 9 pregunté? Quién sabe. Creo que Profeco los hubiera obligado a respetar el precio, pero la gerente (¿Lydia se llamaba?) se negó rotundamente y de mala manera. Cuando intenté tomar una foto al libro se pusieron hostiles y agresivos y de inmediato se acercaron los guardias para impedirlo. Es la segunda vez que me pasa algo así en esa sucursal. Creo que una tienda con verdadero espíritu de servicio hubiera reconocido su error y respetado el precio. No es el caso de Gandhi. Llevo más de una década promoviendo la lectura desde diversos espacios periodísticos y televisivos y por ello no tengo sangre para atacar a quien ha hecho de los libros su forma de vida. Sin embargo, cuando veo Señores Libreros con mayúscula como Don Alfonso López Camacho de El Día, que han dado la vida por promover la lectura en Tijuana y que impulsan la buena literatura bajacaliforniana lo mismo que Sor Juana, me queda claro que por lo que a mí respecta, no vuelvo a comprar en Gandhi y mi recomendación, amigo lector, es que mejor apoyes a los libreros locales.


Fauna de crucero luchando por sobrevivir

Tiene un trapo puerco en las manos y todo en él -su piel, su ropa, su expresión- es una costra color marrón, una huella permanente de polvo y pavimento, de perpetuo escupitajo y desesperanza. Él y su trapo habitan en los cruceros y aguardan el rojo del semáforo para salirte al paso y enfrentar tu ventana cerrada, tu cara negando, tu expresión de “aléjate y lárgate”, porque no lo quieres cerca ni soportas que te busque la mirada. Él está ahí: pelo tieso, brazos llagados, ojos muertos. Él te acecha y se arroja sobre el parabrisas de tu carro pese a tus negativas desesperadas. Él no lo sabe, pero tú sí: ustedes están hermanados en la lucha por la supervivencia. No son más que seres vivos peleando a muerte por una moneda. Él ofrece su trapo sucio y tú ofreces una ficción o un artificio que se llama trabajo y nadie necesita. Él y tú, y la mixteca que se arrastra con el perpetuo escuincle-marsupial de su reboso y el hombre de la silla de ruedas buscan lo mismo: sobrevivir. Son animales hambrientos en tiempos de sequía, especies moribundas buscando sustento en una tierra podrida. Pero ni él ni tú se atreven a tomar un bate, o una roca, o un cuchillo para ir a despedazar los cristales de ese banco o de ese tribunal o de esa comandancia. ¿Por qué no muerden la calle hasta hacerla sangrar? ¿Por qué no se deciden de una vez por todas a deshacer el mundo?

Un buche de agua y ajo

Tomarse las cosas con “filosofía” o beberse de hidalgo un té de agua y ajo es la marca de los tiempos, aunque esta perorata de anacoreta capaz de renunciar a cualquier indicio de hedonismo, amenaza con transformarse, en un mal día cualquiera, en la profecía del desastre absoluto. Hace poco la vida estaba llena de pequeños placeres. Hoy está llena de austeras crucifixiones diarias. Cuando las cosas no marchan es fácil caer en la tentación de idealizar el pasado: antes existir era fácil y hoy es una cuesta arriba llena de filosas piedras. En afán de sacar agua del pozo, diré que me vuelvo más fuerte, curtido como la planta del pie de un campesino que corre entre nopaleras. Saber que puedo prescindir de ciertas cosas y puedo flotar en medio de tempestades sin perder la razón, me hace sentir, al menos de vez en cuando, algo parecido a la fuerza interior.

A veces lo hostil y lo cagante tiene un nombre y una ubicación: se llama Mexicali. Lo siento, pero esta ciudad significa para mí todo lo que es adverso en mi vida. Es, sin duda, una de mis anti-ciudades del planeta. Creo que nunca he tenido un día feliz en Mexicali. Ciudad cachanilla no me ha dado todavía mi primer buen recuerdo. Palabras como hostilidad y hartazgo son las que definen a esta tierra. Nada en contra de sus habitantes, pero algo me pasa en este sitio que el ánimo y la energía se me caen al suelo. Lo fácil sería echarle la culpa al calor, pero esto es algo que va más allá. Simplemente no me gusta ni me ha gustado nunca estar aquí.