Eterno Retorno

Wednesday, May 18, 2011


Un best seller llamado Francisco Martín Moreno

Por Daniel Salinas Basave

Más de una vez (o en realidad muchas veces) me han preguntado mi opinión sobre los libros de Francisco Martín Moreno. Mi respuesta es simple: son novelas entretenidas, y aunque algunos colegiados parecen empeñados en negarlo, entretener a la gente con una lectura amena jamás ha sido un pecado. Francisco Martín Moreno es un buen novelista. Sabe contar historias y sobre todo, sabe venderlas. Vaya, es un tipo que tiene la fórmula para poner a leer un mismo libro a varios miles de mexicanos, lo cual en este país de enemigos de la lectura es algo más que una hazaña, máxime cuando el libro en cuestión trata sobre temas relativos a nuestra Historia, una materia que gracias a la enseñanza oficialista ha sido estereotipada como el colmo de lo aburrido. Si observamos las mesas de novedades editoriales en una sección de libros de supermercado, veremos que hay por lo menos 25 títulos distintos que prometen “escandalosas revelaciones exclusivas” sobre el narcotráfico en México, Ciudad Juárez y la guerra de Calderón. Sí, el narco también es amo y señor en las librerías. A lado de estas investigaciones “maruchán”, encontramos la eterna cuota de títulos tales como “sea un millonario en cinco pasos”, “conviértase en atleta sexual”, “liderazgo emprendedor del Siglo XXI”, alguna dosis de esoterismo light, budismo en cajitas desechables, Carlos Cuauhtémoc, Pablo Cohelo y papas sabritas. En esa misma mesa de supermercado, es muy posible que encontremos Arrebatos Carnales de Francisco Martín Moreno. Si alguien me preguntara qué me llevaría yo de esa mesa, sin duda me llevaría el libro de Francisco Martín. Dentro de los best seller mexicanos me parece por mucho lo más provechoso y entretenido. Tal vez para los devotos de la historiografía ortodoxa marca Colegio de México, Francisco Martín Moreno sea un impostor cuya obra carece del más mínimo rigor académico. Ciertamente, este abogado capitalino no es precisamente un fanático de la metodología de trabajo e investigación que siguieron historiadores clásicos como Luis González o Daniel Cosío Villegas, aunque sí tiene el cuidado de citar fuentes bibliográficas. Lo que hay que entender es que Moreno es un novelista, no historiógrafo y sin ser un tergiversador, el autor se concede un exceso de licencias literarias en un terreno que para algunos debe estar regido por la minuciosa y sagrada objetividad de un investigador. El problema es que la gran mayoría de los investigadores aburren horriblemente, pues escriben con el único fin de que otros investigadores colegiados, tan aburridos como ellos, los citen en sus obras que por supuesto jamás leerá el gran público. Los libros de estos colegiados, donde dos terceras son citas bibliográficas y pies de página, tienen una gran cuota de responsabilidad en el hecho de que millones de mexicanos sean repelentes hacia su Historia. Volviendo a Moreno, llama la atención la cantidad de adjetivos que utiliza el novelista y la forma en que como narrador se involucra en la obra, circunstancia que si bien resta una no solicitada objetividad, agrega dosis de intensidad a los relatos. En su presentación en la Feria del Libro de Tijuana, Moreno tuvo el sentido del humor para decir que se logró meter a la alcoba nupcial de Porfirio Díaz y Carmelita Romero y fue tan suertudo, que hasta pudo ver a la emperatriz Carlota desnuda a la sombra de un pirul. Como sea, lo cierto es que la fórmula de Moreno logra atrapar al lector en sus páginas y lo motiva a la duda y al cuestionamiento de algunos hechos históricos. Tal vez para un pueblo tan desinteresado en su historia como es el mexicano, naturalmente alérgico a los ladrillos académicos de los historiadores serios, la solución sean narradores como Moreno, que sin prostituir el sentido del hecho histórico, logran hacer de él una anécdota más interesante que un relato de ficción. En lo personal soy más feliz leyendo a Armando Fuentes Aguirre y mi non plus ultra en materia de Historia se llama José Fuentes Mares, pero confieso que he pasado muchas horas de sano esparcimiento leyendo a Francisco Martín Moreno.